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El guardián del Mediterráneo desembarca en Ibiza

El velero ‘Toftevaag’ recala hasta el 1 de julio en Sant Antoni durante su periplo por aguas mediterráneas, en el que realiza labores de detección y retirada de plásticos en el mar, rescates de tortugas y monitoreo de la población de cetáceos

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Una joya flotante para el medio ambiente en Ibiza J.A. Riera

El velero ‘Toftevaag’ fue construido en el año 1910 en Noruega y era un barco arenquero. Como todos los veleros de cabotaje del mar del Norte de esa época, el ‘Toftevaag’ tiene un sistema de velas conocidas como aparejo de cangreja, con dos mástiles y una vela Marconi que le permite, incluso, navegar en contra de la dirección del viento. Todos estos datos los ofrece Alfredo Humanes, uno de los capitanes del barco, y que está absolutamente enamorado de esta bellísima pieza de historia flotante. El ‘Toftevaag’ es esto y mucho más: «Vivo, trabajo y duermo en él. Este barco es mi casa», confiesa Humanes.

El capitán, Alfredo Humanes, explica el funcionamiento del hidrófono para escuchar cetáceos. Juan A. Riera

Este barco fue adquirido y restaurado en el año 1989 por Ricardo Sagarminaga, histórico activista de Greenpeace, y se convirtió en el emblema de su ONG Alnitak, dedicada a desarrollar programas de ciencia y educación en el Mediterráneo. Su actividad se centra en dos aspectos: por un lado, la detección y retirada de artes de pesca abandonadas en el mar y que se convierten en un trampa mortal para muchas especies marinas, especialmente las tortugas; y por otro, el monitoreo de la población de cetáceos.

Cetáceos y tortugas

«Cada año, ocho millones de toneladas de plásticos entran en los océanos, y de ellas un 70% son artes de pesca abandonadas, como cuerdas, boyas, redes o palangres», explica Sagarminaga. En los últimos años, además, ha detectado un incremento del uso de las redes de deriva que, a priori, son ilegales desde al año 2001. «En el mar de Alborán hemos documentado 940 barcos con 2200 kilómetros de redes ilegales», explica, unas malas prácticas que tienen una consecuencia directa: «En la zona de Alborán ha habido una reducción brutal de delfines y ballenas».

La voluntarias voluntarias Jessi Ruiz y Natalia Grau. Juan A. Riera

En las Balears el escenario es mejor. Alfredo Humanes explica que la mayoría de cetáceos se encuentran 20 millas al sur de Formentera, en unos escarpados submarinos a partir de 500 metros de profundidad. «Rastreamos su presencia con un hidrófono», explica el capitán señalando un aparato que registra las señales acústicas bajo el agua, «nos permite escuchar los sonidos de los cetáceos y sabemos si están comiendo, esto nos permite calcular el volumen de su población».

También realizan seguimientos de tortugas y las rescatan cuando detectan a algún ejemplar atrapado en redes o asfixiado por un sedal. Sagarminaga recomienda que si se encuentra a alguna tortuga en este estado no se la intente liberar sino que se llama al 112: «Se las ve atrapadas en un sedal que les hace de torniquete. Mucha gente, con buena voluntad, les cortan el sedal y las devuelven al mar. Eso no es aconsejable, porque si se ha iniciado la gangrena, la tortuga tiene una infección en al sangre y muere. Lo que hay que hacer es avisar y entregarla a un veterinario, que decidirá si cortar el sedal dando antibióticos a la tortuga, o si amputar la aleta para salvarle la vida».

Otro aparato que usan es el ‘Manta troll’, una especie de embudo unido a un saco que se deposita en la superficie del mar y atrapa y filtra los plásticos que flotan. Humanes muestra los microplásticos atrapados en el recipiente: una miríada de fragmentos milimétricos. «Luego los tenemos que cuantificar, separar y seleccionar por tamaño», explica Maria Teresa Villegas, una de las tres voluntarias que viaja en el velero.

Humanes extrae el depósito de microplásticos. Juan A. Riera

La vida en el barco

Villegas, junto con Jessica Ruiz y Natalia Grau son las voluntarias que el domingo pasado se embarcaron en el ‘Toftevaag’ hasta hoy, y participan en todas las actividades del barco. Ellas fueron las ganadoras de un sorteo que se realizó entre los participantes del Proyecto Libera -que consiste en recoger restos de plásticos en entornos naturales- y el premio consistía, precisamente, en conocer de primera mano esta experiencia marina.

«El primer día nos dieron una charla de seguridad, nos familiarizaron con el vocabulario marino y después hemos aprendido todas las tareas a bordo, incluido llevar el timón aunque, eso sí, con la supervisión del capitán», comenta Grau, que cuando está en tierra es directora del Museo de Arte Moderno de Cartagena. «Cocinar, limpiar la cubierta, mover las velas, levar el ancla, hemos sido uno más en el equipo», explica Jessica Ruiz.

La voluntaria Natalia Grau ordena la cubierta. Juan A. Riera

Iniciaron la aventura con una limpieza de Cabo Tiñoso, después partieron de Cartagena y, tras una travesía de 25 horas, llegaron a las costas de Ibiza. «Los primeros días nos mareamos», confiesa Ruiz. Las reducidas dimensiones del barco han sido su hogar: «Todos los espacios son comunes, pero te haces enseguida».

El ‘Toftevaag’ permanecerá en Ibiza hasta el día 1 de julio, cuando levará anclas para dirigirse a Palma, y después continuará su ruta infinita por el Mediterráneo. «Mi vida es nómada», comenta Alfredo Humanes, «siempre estamos presentándonos y despidiéndonos. La marcha, el viaje, es mi vida», y se pone filosófico y añade: «Esto te prepara para marcharte, para partir hacia el último viaje. En resumen, para morirte».

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