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Pensión ‘okupa’ en Ibiza: 20 euros la habitación por noche

Inquilinos estafados por los ‘okupas’ de la calle Vía Romana relatan la convivencia infernal con estas personas, que realquilan las habitaciones de manera ilegal a través de canales de Telegram

El patio de la finca con el prefabricado que se realquila, a mano izquierda, y a la derecha el toldo de la otra habitación. Vicent Mari

Los primeros squatters, en el Berlín Oeste y el Londres de los años setenta, o los inicios del movimiento okupa en España, propugnaban la recuperación de las viviendas vacías como una forma de establecer vínculos de sociabilidad independientes del orden económico y cultural establecido. Nada de eso queda ya y los okupas actuales suelen reproducir e imitar las prácticas especulativas más descarnadas del capitalismo salvaje. Un ejemplo lo tenemos en la pareja que okupa la vivienda situada en número 55 de la calle Vía Romana de Vila, que se han enriquecido realquilando a precios abusivos sus habitaciones, practicando bullying inmobiliario y estafando a los inquilinos que han caído en sus redes.

Entrada del módulo levantado sin licencia en el piso patera. Vicent Marí

Como denuncian los vecinos y ha podido comprobar Diario de Ibiza, su modus operandi siempre es el mismo: se anuncian en grupos de Telegram porque les permiten una mayor opacidad y escapar a los controles, piden siempre un mes por adelantado y otro de fianza en metálico y nunca firman ningún contrato. Alquilan dos piezas de la casa: un módulo prefabricado que ellos han construído en el patio de manera completamente irregular, y una habitación con un baño, un fregadero y una nevera que comunica con este mismo patio.

Una vez instalados, los inquilinos no suelen aguantar en la casa demasiado tiempo a causa del enloquecido estilo de vida de la pareja, y cuando quieren abandonar la casa, se encuentran con que se niegan a devolverles la fianza. En el caso de que el inquilino aguante y no quiera marcharse, los caseros okupas le cortan la luz y el agua y le hacen la vida imposible hasta lograr que se vaya por su propio pie.

Las habitaciones se comercializan a través de Telegram. D.V.

Hablan los estafados

Mari Ángeles es una de las muchas personas engañadas por esta pareja. A ella y a su compañero le alquilaron el módulo prefabricado. «Pagamos 750 euros del primer mes por adelantado y 500 euros más como fianza», comenta, «Mi chico vino antes en persona para ver el lugar con sus propios ojos y le cobraron 20 euros por pasar la noche». Regresaron a Madrid para hacer la mudanza. Debían instalarse en su nuevo hogar el 1 de mayo, pero a causa del mal tiempo el ferri se retrasó y no llegaron a Ibiza hasta el día 3: «Nos presentamos de noche. No nos atendieron al teléfono y tuvimos que dormir en el coche. A la mañana siguiente, la chica que nos alquiló la pieza no nos dejó entrar, estaba como poseída y nos amenazó de muerte. Me asusté y los denuncié en la comisaría. Me quedé estafada, sin casa y sin dinero».

Mari Ángeles comenta con resignación que en comisaría le dijeron que «puedo dar mi dinero por perdido», y le confirmaron que no es la primera denuncia que reciben por las estafas de los caseros de Vía Romana, 55.

Una situación similar es la que sufrió Carla -nombre ficticio, ya que prefiere mantenerse en el anonimato-. Esta mujer buscaba un alojamiento para la temporada turística y encontró en Telegram lo que parecía ser una buena oferta: una habitación con patio interior, baño, fregadero y una pequeña cocina. «Era precario pero, tal y como están los precios en Ibiza, para una persona sola ya me iba bien». Pagó 500 euros del primer mes más otros 500 de fianza: «Les pedí un papel o un recibo, pero no quisieron. Me exigieron el dinero en metálico. Todo en negro. Acepté y no debí haberlo hecho, pero se aprovechan de la necesidad y la desesperación de la gente».

A los pocos días de instalarse en la casa, Carla se dio cuenta de que había cometido un error: «La pareja se pasaba todo el día metiéndose cocaína, desde que se levantaban hasta la noche. Nunca les vi comer nada, solo una vez unos cruasanes, solo ingerían drogas. Su comportamiento era completamente desquiciado, rompían cosas, se peleaban, era una locura, pasé bastante miedo y a las tres semanas me largué». Cuando reclamó su fianza, estalló la caja de los truenos: «Me amenazaron, me acusaron de quererles envenenar y se negaron a devolverme el dinero».

Carla denunció a la Guardia Civil y allí se enteró de que sus caseros, en realidad, eran okupas: «Me habían dicho que el piso era suyo. No saben hacer otra cosa que mentir». Posteriormente, se ha enterado de que ella es una más de una larga lista de estafados: «Espero que al dar a conocer este caso, les pillen de una vez y dejen de engañar a más personas. Además, están mal y necesitan tratamiento».

Otra mujer que soportó en primera persona las malas pulgas de estos peculiares caseros fue Christiane, una mujer danesa que se alojó en el módulo prefabricado entre los meses de julio y octubre del año pasado, y que pagaba 800 euros al mes. «Me querían echar y me pidieron más dinero. Me cortaron la luz. No podía cocinar ni tampoco ducharme con agua caliente». Ella también sufrió las aparatosas performances de sus caseros, con continuas peleas, gritos y amenazas: «Yo me encerraba en mi casa y no salía de allí». En esa época, el prefabricado tenía un acceso independiente del resto de la casa que da a un callejón que conduce a la calle Arxiduc Lluís Salvador, lo que le permitía evitar a sus caseros.

Cuando decidió irse para pasar el invierno en Dinamarca, Christiane llegó a un acuerdo con los okupas para que le guardaran sus pertenencias. Evidentemente, fue un error: «Ahora que he vuelto no me lo quieren devolver. ¡Incluso la he visto a ella por la calle con mi ropa puesta!».

La casa de los líos que no deja dormir a los vecinos

Yubrant y Andruska -al menos, esos son los alias que usan para identificarse en Telegram- son los peores vecinos imaginables. Entraron a vivir en Vía Romana 55 como realquilados -el propietario lo había alquilado a otra persona que se lo había alquilado ellos- y ahora ejercen, de facto, como los dueños de la casa. Su descontrolado carácter volcánico deriva en unos estallidos de furia que finalizan con la destrucción del mobiliario, según aseguran los inquilinos, y también con la salud de los vecinos, a quienes la paciencia ya se les terminó hace tiempo. «Cuando querían echar a la inquilina danesa, esta se atrincheró con unos palés y esto parecía la guerra», comenta Virginia, una de las vecinas. El módulo prefabricado tenía un acceso independiente, lo que provocó que se colaran en su interior todo tipo de personajes, hasta que ella logró convencer a los okupas de que instalaran una alarma. Se da la circunstancia surrealista de que los propios okupas han instalado una alarma para que no les okupen a ellos. «Había los okupas, y los okupas de los okupas. Increíble», señala Virginia, que considera que todo se resolvería si «el propietario interpusiera una orden de deshaucio». Una solución que es también la que se ha propuesto desde el Consell.

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