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Entrevista José Castro Juez Jubilado

José Castro: «Como mejor me he sentido ha sido poniendo a cada uno en su sitio»

Quien fuera instructor del caso Nóos o el del Palma Arena asegura que no libró «una batalla contra la monarquía, la única que libré fue contra el fiscal Horrach, a quien traté con respeto jurídico»

José Castro posa con su mascota al lado de un ejemplar de su autobiografía, en el salón de su casa, en Palma.

La vista sobre el puerto del Portitxol y la parte oriental de la bahía de Palma es maravillosa desde el salón soleado. Desde la casa del juez jubilado no se ve ni el Palma Arena ni los juzgados de Vía Alemania. «Al final escribiréis que soy rico», dice José Castro con una mezcla de ironía y preocupación simulada. Procede de una familia bien situada, aunque su padre más tarde se arruinó. De niño, en la Andalucía rural, Castro detestaba que se dirigieran a él como «señorito». Después de cursar la carrera de Derecho trabajó de repartidor a domicilio en una tienda de muebles y fue funcionario de prisiones, antes de comenzar su carrera en los juzgados. Un oficio para el que confiesa no haber tenido vocación. Acaba de publicar su autobiografía, ‘Barrotes retorcidos. Memorias de un juez’ (Edicions Documenta Balear).

Señor Castro, si uno busca en Google «jueces más mediáticos de España», usted sale entre los primeros tres. ¿Cómo lleva la fama?

La fama para mí siempre ha sido una incomodidad. Lo que no significa que me siente mal cuando me dicen por la calle: «Creo que usted no lo ha hecho del todo mal». Pero en general he sufrido la fama más que la he disfrutado. Aunque ahora hay una pregunta que usted podría hacerme...

Si no le gusta la fama, ¿por qué publicar un libro, por qué dar entrevistas en televisión?

En televisión he salido pocas veces y me arrepiento. El libro lo escribí para mí mismo. He escrito pequeñas cosas desde siempre y están en el ordenador. Yo no creo que tenga dotes literarias, pero me propusieron escribirlo y tenía tiempo. No lo he escrito para ganar dinero ni adquirir ningún tipo de fama. Podría haber quedado perfectamente en la memoria interna del ordenador sin que me hubiera frustrado.

Usted describe en su libro varias situaciones de su infancia, más tarde en la mili, en su trabajo en la cárcel y en los juzgados, donde intenta cambiar cosas que no le parecen correctas. ¿No hay que tener vocación para arriesgarse de esta manera?

Una cosa es tener un sentido de la justicia, que ojalá todos tuviéramos. Otra cosa es tener vocación de impartirla. Yo nunca me he considerado un Cid Campeador para cambiar las cosas. Sé hasta dónde llego.

Dice que no tuvo vocación para ser juez, pero ha tenido bastante éxito.

A veces el éxito a uno se lo dan otros que se interponen en el camino. En el caso Nóos, por ejemplo, el premio habría que dárselo a la fiscalía. Interponerse en algo que era de uso tan cotidiano como citar a alguien no tenía mucha lógica. A veces uno se encuentra obstáculos y estos le catapultan. No tanto por el mérito que uno tenía, sino por la dificultad añadida que se le presenta. A mí, creo que la vocación no me hacía falta. Ni creo que la vocación le haga falta a ningún juez para que intente ser bueno.

¿Qué hace entonces a un buen juez?

Un buen juez tiene que mostrar interés. Tiene que dedicarle horas. Quizás mas horas de las que toque. Nadie nos puede obligar a llevar nuestro trabajo a casa y a que la mayoría de las resoluciones se tengan que poner a las tres de la mañana. Pero uno lo hace porque tiene el interés de hacer las cosas lo mejor que sabe. Hace falta decir: «Me apaño con lo que me pagan». Por mucho que no estés contento con lo que te pagan.

¿Y la valentía? Llamó a la hija del rey a declarar. ¿De alguna manera cambió las reglas del juego de la justicia en España?

Yo no sé si he sido motor de arranque de algo o de alguien, pero a veces ser el primero en algo no es ningún mérito. Tampoco tengo la sensación de que haya matado a un dragón. Yo llamé a esa señora a declarar varias horas, no sé cuántas. Los que estaban afuera lo sabrán mejor que yo. No era para torturarla, sino porque había muchas preguntas. Eso sí, como ella no contestaba a ninguna, íbamos pasando de una a otra con mucha fluidez. Pero yo llamé a esa señora y no ha pasado nada, que yo sepa. Me decían los compañeros: «Tu teléfono está intervenido». Yo nunca me he sentido afectado. Ni he visto a un señor con una gabardina siguiéndome por la calle. Solo libré una batalla.

¿No fue una batalla contra la monarquía?

El rey hizo su comentario y tenía todo el derecho de hacerlo, por muy inoportuno que fuera en un rey. Pero un padre tiene todo el derecho del mundo a decir: «¿Este juez de qué va?». La única batalla que libré, y sí que fue batalla, fue contra el fiscal Horrach. Yo creo que le traté con respeto jurídico. Nunca escribí que prevaricara, ni que estuviera vendido. Eso era lo que yo leía que decían sobre mí.

¿Cómo afectaba la atención de los medios a su trabajo?

La justicia debería ser igual para todos, pero ante los medios no todos lo casos son iguales. Uno tiene que ser consciente de eso. Pero la notoriedad del caso la da el caso, no el juez que lo esté instruyendo. El juez participa de esta notoriedad, porque no puede abstraerse de ella. Yo nunca llamé a las cámaras que estaban delante del juzgado cuando entraba. En todo caso, no creo que haya estado especialmente ungido para que me caigan los casos más sonados. Casos sonados hemos tenido todos los jueces. Lo que yo quería era que todos entrasen por el mismo rasero. Pero no es fácil. A veces para llamar a alguien a declarar basta una llamada telefónica, otras veces hay que escribir 300 folios.

¿Qué es lo que más le gustaba de su trabajo? ¿Cuándo se sentía juez?

Como mejor me he sentido ha sido poniendo a cada uno en su sitio. Al juzgado viene gente que no se atreve a hablar, que le tiembla la voz. A esta gente hay que decirle: «Oiga, aquí no tiene que estar acojonado. Tiene derecho a hablar, hasta a alzarme la voz. Tiene usted derechos, lleva la razón». Y a los que va dando portazos, los chulos, los que hasta pretenden chulearte a ti, a estos hay que bajarles los humos. Creo que así piensan muchos jueces.

¿En qué situación se encuentra la Justicia ahora mismo en este país?

La Justicia está terriblemente mal. Y esto no es de ayer. La Justicia está mal desde que empezaron a acumularse trabajos sin estar preparados materialmente. Esto es un hecho del que los jueces hemos sido responsables en gran medida por no habernos plantado en su momento. Porque empezamos a delegar en los funcionarios. Con esto se vulneró el principio de inmediación. La gente dice: «Sí, creo que se ha hecho un juicio, pero no he visto al juez, ni al secretario, ni al fiscal». La gente ya no sabe cuando va a un juzgado a qué ha ido, porque la apariencia se ha perdido.

Antes de venir a la isla, trabajó en juzgados en otros lugares. ¿Hay cosas que funcionan diferente en Mallorca que, por ejemplo, en Andalucía?

El andaluz es muy receloso, porque le han dado muchos palos. Cuando un pueblo ha sido maltratado, no se fía de los poderes públicos. Esto le hace reaccionar de una manera colérica ante lo que él entiende que es una injusticia. Aquí la gente es más sosegada, más tranquila. Quizás porque no se han visto maltratados por los poderes públicos. Y esto a un juez le facilita las cosas.

¿Tiene ventajas ser foraster para trabajar como juez en Mallorca?

Sí. Tiene ventajas trabajar donde no has nacido, donde no has vivido mucho tiempo. Si uno trabaja donde ha nacido, es obvio que tendrá muchas vinculaciones familiares. Esto no pasa si te vas a trabajar lejos. Te sientes más liberado. Con el tiempo te vas encariñando con la gente. Pero yo en Palma no me siento en absoluto atado. Nunca me he sentido presionado ni sometido ante nada.

En el libro describe errores que ha cometido, hasta pide disculpas por uno. ¿Cómo lo lleva hoy después de estos años fuera de los juzgados? ¿Se los ha perdonado a sí mismo?

Errores ha habido muchos. El instructor es el máximo responsable. Así como te ponen laureles cuando a veces el mérito es de los cuerpos de seguridad, cuando las cosas salen mal, la responsabilidad es de uno mismo. Y existen errores formales que repetirías una segunda y tercera vez, porque aunque formalmente son errores, estás convencido de que hiciste lo que tenías que hacer. En cuanto al caso de la desaparecida Ana Eva Guasch, por el cual me disculpo en el libro por no haber podido encontrarla, me acuerdo mucho de ella. Tengo su cara en la mente por la fotografía. Si un padre tiene que convivir con la muerte de su hijo, yo tengo que poder convivir con mis errores.

Por otra parte, su libro destaca por el humor y las anécdotas divertidas. ¿Ante tanta desgracia en los juzgados es la única arma para mantenerse sano?

No. Ni el humor, ni el callo. Un juzgado no es nada divertido y la justicia no se burla de nadie. Puede haber denuncias, atestados de la policía, partes médicos forenses y resoluciones judiciales que puedan parecer divertidos, pero la misión de un juzgado no es divertir absolutamente a nadie. En mi actuación profesional nunca he hecho gala de mi humor —si es que lo tengo—. Ahora bien, ha habido veces que he redactado resoluciones ridiculizando determinados comportamientos. Como en el caso de un señor que pidió la ampliación de su finca como lugar para guardar los aperos. Y cada vez que iba la inspección se encontraban un tractor en el salón.

¿Le interesa dejar un legado?

Al final la gente se olvidará de mí como de usted, del señor Matas y del rey emérito. No tengo ningún interés en tener un epitafio en mi tumba. En todo caso uno de cachondeo. Como el que, supuestamente, está en la tumba de Groucho Marx: ‘Perdone que no me levante’. Algo así no me importaría.

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