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Adiós a las mascarillas en Ibiza: «Estoy en la gloria porque no me asfixio»

La población celebra el fin de la obligatoriedad en la mayoría de los interiores, aunque sigue habiendo un porcentaje de trabajadores y usuarios que seguirán usándola por «precaución»

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Primer día en Ibiza sin mascarillas en interiores

«Estoy en la gloria sin mascarilla porque así no me asfixio», dijo ayer Manuela García mientras hacía la compra sin ella por primera vez en dos años. Paseaba por los pasillos del Mercat Nou con una sonrisa que, desde hace 700 días, «nadie veía». «Soy mayor, pero ya tengo cuatro vacunas y soy de cuidarme mucho», reconoció, así que poder ir sin cubrebocas en la mayoría de los interiores es para ella un respiro. Y es que recordó que la mascarilla no le dejaba respirar bien.

Muy cerca de ella, también comprando en el mercado, estaban las hermanas Marta y Nuria Oller. La diferencia es que ellas sí la llevaban puesta por «prudencia». Aunque respetan a todos aquellos que elijan no ir con mascarilla, consideran que «la pandemia aún no ha terminado», por lo que seguirán con ella en espacios cerrados. «Creo que vamos a tener un rebrote de covid este verano, que es lo que ha pasado siempre que nos hemos relajado. Nosotras no hemos pasado la enfermedad y tampoco queremos hacerlo», dijo Nuria entre risas.

Y entre los vendedores, un poco de todo: hay quien la seguirá llevando y quien ha decidido que es momento de dar el siguiente paso. Entre estos últimos están los pescaderos Alejandro Martín y Carmen Moya. «Es un alivio», destacó Martín, quien calificó la decisión del Gobierno central de «avance» para poder alcanzar una completa normalidad. Moya se mostró algo contrariada y es que, a pesar de que está a favor de quitarse la mascarilla, dijo que «puede haber clientes, sobre todo de avanzada edad, que les eche para atrás que yo no la llave y que puedan elegir comprar en frente, que sí que la llevan». Sin embargo, la distancia entre el cliente y el vendedor en los puestos supera el metro y medio.

¿Dónde es obligatoria?

El Consejo de Ministros aprobó el martes la nueva norma que permite ir sin mascarilla en la mayoría de los interiores y que entró ayer en vigor con su publicación en el Boletín Oficial del Estado (BOE).

Por tanto, ahora solo seguirá siendo obligatorio su uso en el transporte público (autobuses y taxis) y en los espacios cerrados de buques en los que no se pueda mantener la distancia de 1,5 metros. También será obligatoria en los centros sanitarios y sociosanitarios. En cuanto a las residencias, no será obligatoria para los usuarios al considerarse que es su hogar, pero sí para los trabajadores y las visitas.

En el resto de trabajos la ley no la fija como obligatoria, pero dependerá de la decisión que tomen los servicios de prevención de riesgos laborales de cada empresa.

En este sentido, en una vuelta rápida por varios establecimientos de Eivissa, la decisión está dividida entre quienes seguirán con el tapabocas en su puesto de trabajo y quienes no; también hay quien ayer reconoció que no sabía si ya se podía dejar de usar, como era el caso. «La llevo puesta en la muñeca y en cuanto entra un cliente me la pongo porque no estoy segura de que pueda ir sin ella», señaló la dependienta de un local de la Marina.

Por su parte, la encargada de La Sirena del centro de Ibiza, Roxana Leguisa, explicó que su empresa ha decidido seguir con la medida. «Lo haremos por prevención», sostuvo. «Es importante dar un paso hacia delante para ver cómo evoluciona la situación, pero sí pienso que esto no se ha terminado y hay que seguir siendo precavidos», añadió. Leguisa es consciente de que ella, como dependienta durante una jornada laboral completa, está «más expuesta» al virus que los clientes que apenas pasan diez minutos en la tienda y que no están obligados a llevar mascarilla.

Alegría en el sector de la hostelería, también, donde muchos han adoptado la nueva norma y ya pueden trabajar «sin tener que subir la mascarilla cada dos por tres porque se nos bajaba todo el tiempo». Lo mismo que en los clubes de mayores, como el Esplai de Can Ventosa, donde ayer muchos se volvieron a ver las caras, en el sentido literal de la frase. El mejor ejemplo fueron los hermanos Joan y Vicent Planells, que expresaron su felicidad porque «por fin no se nos empañan las gafas». Pero sus mascarillas estaban en el bolsillo del pantalón para cuando entraran a los interiores en los que su uso sigue siendo obligatorio. «Es incómoda, así que, si no hace falta, no me la pongo», destacó Vicent.

Quizás quienes más hayan agradecido esta medida sean los monitores y usuarios de los gimnasios. En el caso del Fraile de la calle Carlos III, su monitora Mari Nieves Ávila hasta suspiraba. «Imagínate lo bien que estamos», dijo riéndose. «Ha sido duro llevar mascarilla aquí dentro porque estás haciendo un esfuerzo, más aún si hablamos de hacer cardio en cinta o en clases de spinning», subrayó. Eso sí, añadió Ávila, «todavía hay gente que no se la quita porque no se termina de fiar, sobre todo los más mayores, que la siguen llevando, pero es verdad que no hay nadie que diga que va a dejar de venir al gimnasio porque el resto no la lleve», añadió. Y es que la limpieza del local sigue a la orden del día.

A quienes no les queda otra que seguir llevándola es a los conductores y usuarios del transporte público. Al taxista Víctor Íñiguez tampoco le importa, ya está acostumbrado, y comparte su obligatoriedad. «Es un espacio cerrado y vamos muy juntos», reconoció. A pesar de ello, «hay pasajeros a los que les da todo igual ya, más a los turistas que hace tiempo que no tienen que llevarla puesta en su país, por lo que ya no discuto: quien no se la quiera poner, allá él», apuntó.

Melani Gómez se bajó del autobús en una de las paradas de Isidor Macabich. «No nos queda otra que llevarla puesta y es comprensible», dijo. También con esta mentalidad se mostró Manuela Perugini. Llegó hace poco a la isla para hacer la temporada y seguirá llevando mascarilla. Lo dijo mientras entraba a una céntrica tienda de ropa- «Lo hago por respeto a los que trabajan, no me cuesta nada».

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