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Semana Santa de Ibiza: la resurrección de Jesús se hace esperar

Los turistas aprovechan el desajuste entre la llegada de las imágenes para hacer fotos

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Semana Santa de Ibiza: procesión del Santo Encuentro de Ibiza

«Quizás, después de dos años, se le ha olvidado cómo mover la piedra». La broma recorre los corrillos, enlazando carcajada con carcajada, formados en Vara de Rey, donde hace ya casi una hora que reposa, a la diestra de la estatua del general, la Virgen de la Esperanza. Las costaleras y costaleros de la cofradía del Santo Cristo de la Agonía y de la Señora de la Esperanza hace ya un rato que dan vueltas por la plaza, haciendo tiempo. Fuman. Aprovechan para jugar con los pequeños de sus familias. Se toman un refresco. Hacen planes para el último festivo de la Semana Santa. Los turistas, numerosos a esa hora, cerca de las doce del mediodía, en el paseo, se ponen las botas con La Esperanza, a la que retratan desde todos los ángulos posibles, buscando el destello más luminoso de su corona.

A la misma velocidad que la broma de la piedra (la que encerraba el recinto en el que se enterró a Jesús tras la crucifixión) corre, de móvil en móvil, el programa de la Semana Santa del Obispado de Ibiza, que todos consultan para asegurarse de que no se han equivocado de hora. Y es que hace una hora y media que La Esperanza salió por la puerta de la iglesia de Santa Cruz —«¡Al cielo con ella!»— entre aplausos y el himno de España. Acompañada de sus músicos, sus fieles y su manola, costurera, con mantilla blanca como marca la tradición. Hace una hora y media que la Esperanza inició su trayecto y aún espera, plantada en el paseo, a su hijo resucitado. «Entre la salida de La Esperanza y la del Jesús Resucitado había misa», señala uno de los asistentes tras intercambiar varios mensajes con alguien que aún está en la iglesia. La cara de quienes le rodean es de pasmo absoluto. «Fue mucho mejor el último año, se hizo la misa y luego salieron las dos imágenes a la vez. No estuvimos aquí plantados tanto tiempo», opina Rosa Andrade, que ha seguido a la Virgen, cogida del brazo de Emilia, su madre, que ahora espera sentada en un banco, durante todo el recorrido. No exento, a pesar de sus escasos 500 metros, de peligros.

Y es que a punto de pisar s’Alamera, la corona de la Virgen resbala por el manto blanco y dorado de la imagen. Sólo unos centímetros, pero lo justo para que los cofrades teman que vaya a más. Fina, una de las integrantes de la banda, trepa sobre el paso y no ceja hasta que la cruz de la corona vuelve a apuntar al cielo. Hasta que no se mueve. Sólo entonces se separa de la imagen y, con extrema ternura, le coloca de nuevo las manos y los rosarios. El aplauso, cuando regresa a las filas de músicos, de los más sonoros de la mañana, marca la reanudación del recorrido. Una vuelta por el paseo, rodeando la estatua central, vigilando que la corona no tope con las copas de los árboles, y a esperar. Al sol. Con la mirada fija en el reloj, por donde, en un rato, aparecerá su hijo. Resucitado.

«¡Ya han salido! ¡Ya han salido!». El grito, como un aleluya, sobrevuela el paseo. Pasan de las doce cuando se escuchan, a lo lejos, los sones de la banda de Nuestro Padre Jesús Cautivo. Diez minutos más tarde ya se ve, al fondo, envuelto en una bruma de incienso, el Jesús Resucitado. En el entorno de la Esperanza tocan a rebato. Todos los costaleros y músicos vuelven a sus puestos. Los asistentes ocupan sus puestos, se ponen en tensión. Madre e hijo se encuentran. Se saludan. Se inclinan uno frente a la otra, la otra frente al uno. Bailan. La corona de la virgen lanza destellos con cada pequeño movimiento. Los faldones impolutos de Jesús oscilan al compás.

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