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Educar en familia María Zabala Periodista experta en Tecnología

María Zabala: «No podemos dar barra libre de wifi a los niños, pero tampoco prohibir la tecnología»

La conferencia será mañana en el Palacio de Congresos, donde ofrecerá claves a los padres para encauzar la relación de sus hijos con la tecnología

Zabala cuenta con unaexperiencia de más de 20años como consultora decomunicación

Entender cómo nos afecta a los adultos la conectividad constante a Internet es fundamental para saber cómo consumen contenidos los jóvenes a través de una pantalla. El mundo digital presenta riesgos , pero también permite conectar a los padres con sus hijos. De ello habla la periodista experta en Tecnología y Ciudadanía Digital, María Zabala (Madrid,1975), con Diario de Ibiza, antes de su conferencia de mañana en el Palacio de Congresos de Santa Eulària.

Este viernes imparte una conferencia en Santa Eulària dentro del ciclo ‘La aventura de educar en familia’. ¿Cuáles van a ser las claves de su charla?

Quiero compartir algunas reflexiones importantes sobre lo que más nos afecta y preocupa en cuanto al uso de la tecnología por parte de niños y adolescentes. A partir de ahí, sugerir distintas formas de abordar esas inquietudes e informar sobre recursos -algunos tecnológicos, otros analógicos- para abordar las preocupaciones y sentirnos, en general, algo más seguros en la tarea.

¿Hasta qué punto es, precisamente eso, una aventura?

Una aventura total. Creo que educar siempre ha sido un viaje repleto de curvas. Internet no lo ha hecho más fácil. Precisamente, por eso, mi mensaje se basa en dos aspectos fundamentales. Por una parte, entender que educar no es fácil ni responde a garantías absolutas. Por otra, entender las connotaciones más relevantes de nuestra sociedad actual para responder a los retos más desde la serenidad que desde el pánico.

¿A qué retos se enfrentan los padres?

Al exceso de información, con frecuencia contradictoria. A la nostalgia por nuestra juventud, que nos parece mejor y menos peligrosa. A los prejuicios de todo tipo. A la realidad del tsunami digital en la que estamos inmersos. A la dificultad de encontrar recursos útiles. A la respuesta oficial que nos pone a todas las familias en el mismo punto de partida. A la teoría de que evitar muchos peligros depende de lo que hagamos solo nosotros, cuando en realidad compañías tecnológicas y agentes regulatorios tienen aún mucho por hacer a la hora de crear experiencias digitales de mayor calidad y seguridad para los menores. Muchos, muchos retos. Pero también muchas oportunidades de conectar con nuestros hijos y recurrir precisamente a la sociedad digital para aprovechar esas oportunidades.

Un ejemplo fácil es que los padres estudiaron con libretas y ahora eso se hace, en la mayoría de los casos, a través de pantallas. Incluso un móvil, tablet u ordenador se usa como hobby en los ratos libres. ¿Cómo pueden ver las familias este cambio como algo bueno?

Quizá entendiendo que, como casi todos los cambios, no es solo positivo o negativo. Quizá también entendiendo que nuestra infancia ya no existe. Y quizá aparcando tanto el miedo a la pantalla como la ingenuidad ante la tecnología. Hay aspectos muy ventajosos de la convivencia de nuestros hijos -y nuestra- con la tecnología y otros, claramente, problemáticos. En el caso del ocio y con los más pequeños, por ejemplo, nuestro foco debe ser potenciar que la tecnología acompañe a las aficiones analógicas en lugar de reemplazarlas. Creo que las familias necesitamos empezar a identificar no solo cuánto tiempo dedicamos a las pantallas, sino con qué intención, en qué momentos, con qué respuesta personal a cada contenido. En el ámbito de la educación familiar, necesitamos poner el foco en nuestros hijos, en cómo son, para definir un acceso gradual a las pantallas y una autonomía digital progresiva. Todo esto será la clave principal de la sesión de mañana.

El otro día conocíamos el terrible parricidio de un menor en Elche. Él mismo ha confesado que mató a su madre, entre otras cosas, tras castigarle sin internet por bajar su rendimiento académico. No solo acabó con su vida, también con la de su padre y su hermano y, después, se pasó tres días jugando a la consola. ¿Un consumo excesivo de pantallas puede hacer que un chaval mate? ¿Estamos culpando de otros desequilibrios internos a la tecnología?

Lo que dice la evidencia científica es que no es lo mismo que haya una relación entre uso de pantallas y problemas de violencia a que el uso de pantallas provoque esa violencia. Insisto: que dos chavales empleen el mismo tiempo en las mismas actividades digitales, no necesariamente provoca una situación como esta. Son muchos más los matices. Si bien es cierto que la OMS reconoce la adicción a los videojuegos como trastorno de salud mental, ese trastorno no se va a producir en dos días ni en cualquier persona ni con todos los juegos. En casos como el de Elche influyen muchos parámetros, y muchos de ellos seguramente más humanos que tecnológicos. A veces, un titular viral que asocie directamente la violencia con un libro o con una consola es más peligroso que cualquier otra arma.

Desde hace ya unos años la palabra influencer está prácticamente en boca de todos los jóvenes. ¿Hasta qué punto estas personas influyen en su conducta o comportamiento?

Depende de cada joven. Si dos adolescentes siguen a un mismo influencer, no necesariamente se producirá el mismo efecto. Las personas que los jóvenes eligen como referentes han sido siempre de una enorme influencia, no solo ahora. Lo que creo que es fundamental es que los adultos salgamos del «prejuicio por defecto» hacia los influencers. Ni todos son negativos ni todos son estupendos.

¿Saben los familiares a qué tipo de influencers siguen sus hijos?

En algunos casos, sí. En otros no. Cada familia es un mundo. Sí creo que es importante que nos esforcemos y nos impliquemos, igual que lo hacemos con otras aficiones de nuestros hijos: un deporte, la música, sus amistades, sus preocupaciones… En muchas ocasiones, dar por sentado que un influencer en concreto es malo o bueno para nuestros hijos -y por lo tanto prohibir o permitir que los sigan-, solo teniendo en cuenta lo que dicen terceras personas, es una reacción basada no en nuestros hijos, sino en nuestra propia tranquilidad.

Usted alude siempre a la responsabilidad digital. ¿A qué se refiere?

A ser responsable de nuestros actos también en entornos digitales. A asumir que hay aspectos de la seguridad en Internet que dependen de nosotros. A conocernos mejor y entender cómo nos afecta la conectividad constante. A entender las características de los entornos digitales en los que nos movemos. Y, como padres, a no delegar en terceros la educación de nuestros hijos en sociedad digital, a no esperar que nunca haya problemas por el hecho de no permitir pantallas y a no esperar que aprendan solos a tomar decisiones por el mero hecho de haber nacido en tiempos de Internet. Necesitamos asumir el protagonismo de nuestra responsabilidad personal cuando utilizamos tecnología y participamos de la sociedad digital. Tenemos que reflexionar primero nosotros y después hablar en familia. No podemos desentendernos de la conducta de nuestros hijos en el mundo digital ni dejarles creer que todo lo que suceda en internet será siempre responsabilidad de otros.

¿Falta que los adultos normalicen las nuevas tecnologías con los menores?

En mi opinión, sí. Normalizar no es dar barra libre de wifi a los niños, pero tampoco prohibir la tecnología. Normalizar es incorporar la convivencia con lo digital al resto de la educación que demos en casa, a ser posible desde la información, la conversación y el ejemplo. En este sentido, no ayuda nada el concepto de que nuestros hijos son nativos digitales y saben más de tecnología que nosotros. Quizá se manejen con menos resquemor, con más curiosidad y entusiasmo, pero desde luego no saben más sobre la sociedad digital o sobre el funcionamiento de la tecnología. Normalizar significa que, como padres, debemos formar parte activa del inicio y desarrollo de las vidas digitales de nuestros hijos, y no nos hace mejores o peores padres darles un móvil o dejarles usar una consola.

¿Somos consecuentes? Me refiero, muchas veces pedimos a nuestros hijos que no usen tanto el móvil, por ejemplo, pero ni siquiera nosotros lo cumplimos. ¿Cómo equilibramos esto?

Empezando por mí misma, sí, muchas veces nos falta coherencia. Permitimos que usen tecnología para nosotros disponer de un rato libre, pero cuando son mayores nos preocupan los peligros de internet. O esperamos que nuestros hijos sean aún más responsables que nosotros en sus decisiones digitales de regulación, exposición o gestión de los riesgos. O, cuando hay problemas, siempre son culpa de las pantallas, de los contenidos o de terceras personas. En cuanto al ejemplo, es fundamental que no demos mal ejemplo y más fundamental aún que lo que nuestros hijos vean que hacemos con la tecnología sea un buen ejemplo, en términos no de no hacerlo mal, sino de hacerlo bien. Informándonos, regulándonos, participando con responsabilidad, aportando en positivo.

El otro día, en una entrevista publicada en este diario, el sociólogo Lluís Ballester decía que el hecho de que los adultos dediquen tiempo a sus hijos y les muestren respeto y cariño es «lo más educativo que hay». ¿Coincide en esta afirmación?

Totalmente. Creo que, con más o menos tecnología en casa, conocer a nuestros hijos y construir relaciones familiares sólidas es lo más importante. Eso no significa que con respeto y cariño podamos evitar siempre todos los problemas, pero sí son elementos que favorecen la comunicación, la convivencia y la confianza, que son elementos clave en general, pero muy especialmente a la hora de acompañar a las nuevas generaciones, mientras crecen en un mundo invadido por estímulos incesantes, ocio siempre disponible y opiniones contradictorias.

Ha publicado hace poco el libro ‘Ser padre en la era digital’. ¿Hacía falta un manual para que no se sientan perdidos ni ‘malos padres’ por no entender las nuevas formas de consumo de información de sus hijos?

El libro reflexiona sobre qué significa ser padres hoy, qué necesitamos tener en cuenta sobre la sociedad digital en la que vivimos. No se trata solo de proteger de los peligros o conocer las ventajas, sino de entender esos riesgos y esas oportunidades para que, a su vez y a través de nosotros, los entiendan nuestros hijos.

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