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Juan Rodríguez Garat

«Elcano vivió en un mundo mágico en el que aún se creía en la Fuente de la Eterna Juventud»

Juan Rodríguez Garat, almirante de la Flota española ahora en la reserva y que además fue comandante de la Fuerza Naval Permanente de la OTAN en el Mediterráneo, ofrece el jueves una charla en Ibiza sobre la circunnavegación, hace 500 años, de Juan Sebastián Elcano

Despedida del mando de la Flota, en 2018, de Juan Rodríguez Garat. | A.J.G.G

‘Fuimos los primeros’. Es el título de la exposición temporal que organizó el Museo Naval de España en 2019 para celebrar los 500 años del comienzo de la circunnavegación a la Tierra por la expedición mandada, inicialmente, por Fernando de Magallanes y, finalmente, por Juan Sebastián Elcano. Y también es el título de la charla que Juan Rodríguez Garat, uno de los militares españoles más relevantes y con más prestigio de los últimos tiempos, ofrece el jueves 20 de enero, a las 19 horas en el salón de plenos del Consell. El almirante Rodríguez, actualmente en la reserva, ingresó en la Armada en 1974. Participó en el Grupo Permanente Nº 1 de la OTAN, en el Grupo de Proyección de la Flota, en la Fuerza de la Unión Europea en la Operación Atalanta y en el cuartel general Marítimo Español de Alta Disponibilidad. También fue profesor de organización en la Escuela de Guerra Naval y ocupó diversos puestos en el Estado Mayor de la Flota, en el Estado Mayor de la Armada y en el gabinete del almirante jefe de Estado Mayor de la Armada. Fue almirante de la Flota, es diplomado de Estado Mayor en el Reino Unido y posee la Gran Cruz del Mérito Naval, de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y de la Guardia Civil. Y, además, quizás lo más destacable de su currículo en su vertiente civil es que plantó cara, dialécticamente, nada menos que al académico Arturo Pérez-Reverte, que ya hay que tener coraje.

¿Hay que estar loco para hacer un viaje como el de Juan Sebastián Elcano o aquella gente estaba hecha de otra pasta?

Vivían en otro mundo. El ser humano no ha cambiado tanto en ese tiempo. Era un mundo en el que la situación de guerra que ahora vemos como una anomalía era entonces normal, el peligro se asumía y eran escasas las oportunidades de ganarse la vida. Cada uno tenía sus propias motivaciones. Magallanes buscaba la fama y la fortuna, pero también la venganza contra su propio rey de Portugal, Manuel I, el Afortunado, porque no le había tratado como creía que debía. No sabemos exactamente por qué lo hizo Elcano, pero sí es posible que buscara una manera de recuperar la profesión tras vender un barco, lo cual era delictivo en esa época. Es difícil saberlo, pero lo que es cierto es que vivían en un mundo mucho más duro, donde los sueños estaban mucho más vivos que ahora. Era un mundo mágico, donde uno podía creer en El Dorado o en la Fuente de la Eterna Juventud. Los mitos estaban en ese momento muy vivos, la magia existía. Galileo aún no había descubierto que la Tierra daba vueltas alrededor del Sol. En ese contexto, la gente, por diversas razones, se apuntaba a un viaje en el que se jugaba la vida pero que podía salir muy bien desde el punto de vista de la fama y de la fortuna.

La fragata ‘Canarias’, libera un ‘dhow’ iraní. | A.J.R.G.

Les costó caro. Parten 240, regresan 18 espectros (Jorge Bustos dixit). ¿Merecía la pena que por el camino quedara el 92% de las tripulaciones?

Seguramente no esperaban tener tantos problemas. Tuvieron dificultades a la hora de alistar a la tripulación. No era fácil encontrar unas 240 o 245 personas. Al lado de la mesa donde se apuntaban a este viaje a lo desconocido había otra mesa para ir a Castilla del Oro [lo que viene a ser hoy en día Panamá]. Con ese nombre y siendo un lugar ya conocido, la gente se apuntaba preferiblemente a este último viaje. Por eso, al final Magallanes, como no encontraba suficiente tripulación en Sevilla, tuvo que reclutar en el resto de ciudades andaluzas y admitir extranjeros. Se lo permitieron por no haber naturales dispuestos a navegar con él.

Castilla del Oro, eso es puro marketing.

Sí, ya existía el marketing. Se ponía nombres, como mínimo, optimistas. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de la expediciones no las pagaba el rey, sino particulares que buscaban un beneficio. Parte de eser marketing consistía en poner nombres bonitos, llamativos. Ocurre con el Cabo de Buena Esperanza. Quien lo descubrió [el portugués Bartolomé Díaz] lo llamó Cabo de las Tormentas, pero el rey de Portugal, Juan II, se dio cuenta de que con ese nombre tendría dificultades para encontrar a gente para bordear África por el Sur. Y se lo cambió.

"Era un mundo en el que la situación de guerra que ahora vemos como una anomalía era entonces normal, el peligro se asumía y eran escasas las oportunidades de ganarse la vida"

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¿Se ve usted en una aventura así, tres años circunnavegando en esas condiciones, por momentos dantescas?

Le he dado todas las vueltas del mundo a aquel viaje, me he puesto en la piel de Elcano y Magallanes para pensar qué habría hecho yo: no. Nuestros despliegues en barcos grises [de la Armada] no duran más de seis meses. Hoy en día, uno es más consciente de que hay que conciliar la vida personal con la profesional. Estuve embarcado en el ‘Juan Sebastián Elcano’ nueve meses, lo máximo que he estado. En aquel caso se prolongó un poco el límite de seis meses que la Armada pone para los despliegues. Mi navegación más larga fue de 40 días. No se hacen muy largos [ríe su ironía].

Foto de 2008 como comandante de la Fuerza Permanente del Atlántico de la OTAN. | A.J.R.G.

Supongo que en 500 años ha cambiado el carácter y temperamento de los oficiales. Magallanes la pifió en Filipinas, quizás por bravuconería. ¿Son ustedes más templados en la actualidad?

En aquella época había de todo. Los capitanes que estaban con Magallanes, más fríos que él, le recomendaron que no bajara a tierra. De hecho, él lo tenía prohibido por las instrucciones. Magallanes era más soldado que marino. Y tuvo la mala fortuna de que antes de llegar a Mactán (isla de la actual Filipinas), en las Marianas, en la isla de los Ladrones (Guam), los nativos les robaran una embarcación y tomara represalias. Los nativos no presentaron prácticamente resistencia. Probablemente eso le envalentonó y pensó que en Mactán pasaría lo mismo, pero no. Era un lugar totalmente distinto donde ya habían llegado asiáticos y la religión musulmana, y su capacidad bélica era mayor. Se equivocó al juzgarlo y le costó la vida. Cometió un error de soldado. Exceso de confianza.

"En esa época se tenía una idea del mundo muy teológica. Era un mundo creado por Dios. Y si había creado el Cabo de Buena Esperanza en una determinada latitud, en esa misma debía estar el paso entre el Atlántico y el Pacífico"

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¿Qué razones hubo para que tardaran más de un año en llegar desde Sanlúcar a la Patagonia?

Magallanes dio a entender a Carlos I que él sabía dónde estaba el paso. No se sabe bien qué había en la mente de Magallanes, pues no dejó nada escrito, pero la mayor parte de historiadores cree que estaba convencido de que iba a encontrar ese paso en el Río de la Plata. La razón es que en esa época se tenía una idea del mundo muy teológica. Era un mundo creado por Dios. Y si había creado el Cabo de Buena Esperanza en una determinada latitud, en esa misma debía estar el paso entre el Atlántico y el Pacífico. Y allí estaba el Río de la Plata, descubierto tres años antes por Juan Díaz de Solís. Magallanes se llevó una sorpresa al no hallarlo allí. Siguió hacia el sur, hacia el frío, y no tuvo más remedio que invernar, lo que le hizo perder muchos meses y sufrir mucho, pues apenas había recursos.

Lo más loco, ¿quizás el viaje de una tirada desde Timor a Cádiz, sin paradas en puertos?

Lo más complicado fue cuando salen del Estrecho de Magallanes y cruzan el Pacífico: se lanzan a lo desconocido. Elcano era consciente que el viaje desde Timor era largo, pero sabía dónde empezaba y dónde terminaba. Aquello era como el viaje a la Luna: complicado, pero sabes adónde vas y adónde vuelves. Por eso, lo más difícil no fue ni el descubrimiento del Estrecho (paso al Pacífico) ni el cruce del Índico, que conocía Elcano. Cruzar el Pacífico era distinto. No tenían ni idea de adónde iban ni de cuánto tardarían en cruzarlo. Y no fue una decisión de un día. Hay que pensar que cada mañana de navegación, Magallanes ve que cada vez se le hace más difícil la posible vuelta. Y aun así decide seguir adelante. Así hasta que llega por casualidad a las Marianas, después de tres meses y medio de navegación. Es difícil de explicar esa tenacidad de Magallanes. El primer mes, aún podía pensar que si daba la vuelta tenían opciones para regresar al territorio americano que acababa de abandonar. Pero el segundo mes ya no: sabía que no le daba tiempo de volver con vida. Siguió adelante. Eso, para mí, es lo más heroico de la expedición de tres años.

Los diarios de Antonio Pigafetta dan cuenta de la angustia de esa parte del periplo.

Pero Pigafetta no se pone en la mente de Magallanes. La fe que Pigafetta tenía en el portugués le impedía darse cuenta de que era una jugada a cara o cruz en la que estaba la vida de todos en juego. Creía que Magallanes sabía dónde iba. Y no lo sabía.

¿Elcano fue un gran marino o tuvo la suerte de suceder a Magallanes y se llevó todos los méritos?

Fue un gran marino. Es innegable. Tras la muerte de Magallanes hubo varios líderes intermedios, que en su mayor parte duraron poco tiempo, fallecieron enseguida. El que más tiempo duró fue un portugués incompetente [Juan López de Carvalho], uno de los pocos que fueron en ese viaje, que prácticamente se dedicó a la piratería. En vez de buscar las Molucas, se dedicó a atracar en el Pacífico, asaltando embarcaciones de oportunidad. Cuando los supervivientes, un centenar, deciden destituirlo, escogen a Gonzalo Gómez de Espinosa y a Elcano porque son los mejores. Elcano no heredó el mando: sus compañeros de expedición se lo dieron por ser el mejor marino. Gómez era el alguacil. Elcano incluso se dio cuenta de que no podía regresar por el Pacífico. Tomó las decisiones correctas, arrastrando a sus compañeros (además de marino era líder), que en principio no estaban de acuerdo con él, a un viaje prácticamente sin escalas de media vuelta al mundo, salvo la corta y peligrosa parada que hicieron en Cabo Verde.

"Tres años de director del Instituto de Historia y Cultura Naval me cambió la perspectiva, me inyectó una nueva afición. Me introdujo en un mundo nuevo. Ahora finjo ser Magallanes en la mesa de mi despacho"

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"A veces, los piratas somalíes eran humanos"

Usted ha estado 44 años en la Armada, 24 de ellos embarcado. En la reserva, desde 2018. ¿Lo echa de menos?

Pues no. Estoy muy dedicado a temas históricos. Mi último destino en activo fue la Flota. Luego estuve tres años de director del Instituto de Historia y Cultura Naval, lo cual me cambió la perspectiva, me inyectó una nueva afición. Me introdujo en un mundo nuevo. Ahora finjo ser Magallanes en la mesa de mi despacho.

Y durante su etapa en la Armada, ¿prefería estar a bordo del patrullero ‘Alsedo’, en la corbeta ‘Diana’, en la fragata ‘Álvaro de Bazán’, es decir, embarcado, o mejor en los despachos?

Los marinos recordamos con cariño los mandos y las épocas embarcados. Tengo experiencias muy interesantes de la época de la lucha contra la piratería en Somalia, y del mando de la fuerza permanente de la OTAN.

Quién iba a decir que en este siglo se iba a montar una operación, como la Atalanta, para combatir la piratería en aguas del Mar Arábigo.

Fue muy interesante. Muy ilustradora en muchos aspectos, como la naturaleza humana, o el hecho de convivir con piratas en la época actual. La vida de mi gente nunca corrió peligro, pero había tensión porque la libertad y la vida de otros dependía de nosotros. Una noche, unos piratas asaltaron un mercante. Yo era el jefe de la fuerza de la Unión Europea. La dotación se encerró en un compartimento que tenían preparado para resistir hasta que algún barco de guerra les pudiera apoyar. Había un barco alemán, una fragata, que estaba a unas 16 horas de allí. El Índico es inmenso. Se dirigió a la máxima velocidad al mercante. Oír desde el centro de mando los comentarios de la tripulación encerrada, cómo describían los esfuerzos de los piratas para entrar en ese compartimento, esa tensión de no saber si la fragata llegaría a tiempo para que no los tomaran como escudos humanos, lo recordaré siempre. En otra ocasión, un barco pirata nos pidió un médico porque un cocinero del barco secuestrado tenía apendicitis. A veces, los piratas eran humanos, otras no.

¿Pero llegó la fragata a tiempo?

No. Por los pelos. Capturaron a la tripulación. En otras ocasiones sí, no pensemos que no éramos efectivos. El Índico es enorme y aunque disponíamos de hasta seis barcos desplegados, apenas daba para cubrir una pequeña fracción e ese océano.

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