Diario de Ibiza

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La tragedia aérea de ses Roques Altes

50 años del avión de la muerte de Ibiza

En el accidente aéreo murieron las 104 personas que viajaban en el Caravelle de Iberia, entre ellos su comandante, José Luis Ballester, de 37 años y con 7.000 horas de vuelo a sus espaldas

El avión siniestrado, en pleno vuelo. TRAVELLERS DRAWEL

7 de enero de 1972, primera hora de la mañana. El avión modelo Caravelle de la compañía Iberia y con matrícula EC-ATV emprende en el aeropuerto de Madrid el vuelo IB-602 con destino a Ibiza y escala previa en Valencia. La aeronave, un bimotor a reacción similar a un DC-9, lleva el nombre de ‘Tomás Luis de Victoria’, en honor a un compositor barroco. En Madrid han embarcado 98 pasajeros, pero muchos de ellos se quedarán en Valencia y no seguirán viaje a Ibiza. En la ciudad levantina embarcan 80 viajeros que se unen a los que quedaban procedentes de Madrid. En total, 104 personas despegan hacia la isla en un vuelo que jamás llegaría a su destino.

La travesía sobre el mar fue tranquila, con cielos despejados, pero al llegar a Ibiza, la tripulación observó que estaba envuelta en niebla. El comandante que va a los mandos de este Caravelle es José Luis Ballester Sepúlveda, de 37 años y con 7.000 horas de vuelo. Lleva seis años trabajando en Iberia. Conoce sobradamente el aeropuerto ibicenco por haber aterrizado y despegado allí con frecuencia. Jesús Montesinos Sánchez es el copiloto y ha quedado como número 1 del curso de piloto de reactores de Salamanca.

Como recoge la periodista Cristina Amanda Tur (CAT) en su libro ‘Crónica de Sucesos de Ibiza y Formentera’, la conversación en la cabina era distendida. Los dos pilotos y el auxiliar de vuelo hablaban de sus recientes vacaciones navideñas y de temas familiares.

Al acercarse a Ibiza por la parte de Sant Josep, sabe que tendrá que virar la aeronave hacia el Este para luego enfilar la pista en es Codolar. Así lo hace, mientras va bajando de altura. La visibilidad es penosa, con abundante niebla que impide ver bien los accidentes geográficos.

«Pronto avistaremos es Vedrà», comentó (según figura en las cajas negras) el piloto a su copiloto, pues el islote es una referencia visual clara para iniciar la maniobra de aproximación.

El avión realizaba hasta ese momento un vuelo instrumental y la torre de control le indica que debe aterrizar por la pista 25, es decir, debe enfilarla por Platja d’en Bossa. Se aterriza por ese lado o por el opuesto dependiendo de dónde venga el viento. Pero en ese momento, el viento soplaba cruzado y el piloto anunció su preferencia por aterrizar por es Codolar. De este modo, ahorraría tiempo. El controlador le da el visto bueno.

El ‘Tomás Luis de Victoria’, antes de estrellarse. | FUENTE SPOTTERING.BLOGSPOT

El piloto desciende desde los 1.600 metros de altura para ir bajando y confiando en el control visual de la aproximación.

Ya ha enfilado hacia el aeropuerto, del que aún dista unos 15 kilómetros, y solo ha de ir perdiendo altura y velocidad. Sin embargo, aún no ha iniciado propiamente la maniobra de aproximación, pues todavía lleva el tren de aterrizaje replegado y los flaps retraídos.

- «Ya estamos llegando. ¿Os han traído muchos regalos los Reyes? Ahora nos tomamos algo en el aeropuerto…». Fue el comentario del comandante a la torre de control que figura grabado en la caja negra.

Fueron sus últimas palabras. El piloto, a causa de la niebla, había confundido su posición y creía estar volando sobre el mar para alcanzar la pista sin más contratiempos. Craso error. En realidad, estaba volando sobre el municipio de Sant Josep. De repente, de entre las brumas de la niebla apareció frente a él un peñasco rocoso a una distancia increíblemente pequeña.

Como un resorte, el comandante tiró hacia sí de los ‘cuernos’ del mando en un desesperado intento para ganar altura como fuera. No lo logró por poco. La cresta rocosa de ses Roques Altes, una montaña situada junto a sa Talaia de Sant Josep, se estampó en la panza del avión, que quedó partido en dos y luego en mil pedazos al estallar todo con el impacto. El estruendo fue enorme y se escuchó a varios kilómetros a la redonda, incluso en la ciudad de Ibiza, según algunos testigos.

Sin supervivientes

No hubo supervivientes. Los 104 pasajeros que viajaban a bordo murieron instantáneamente con el impacto. Sus cuerpos quedaron destrozados y apenas quedó alguno entero. Restos mutilados quedaron esparcidos entre los pinos y los arbustos de ses Roques Altes. Eran las 12 horas 15 minutos del día 7 de enero.

Muy pronto la torre de control temió lo peor, según pasaban los minutos y la aeronave ni aparecía ni daba señales de vida por radio. Se emitió la alerta general prevista y los aviones del Servicio Aéreo de Rescate con base en Palma se dirigieron hacia el islote de sa Conillera, pues se sospecha que puede haber caído al mar. Su última comunicación fue desde la vertical de este islote.

Del mismo modo, la Comandancia de Marina (sigue relatando el libro de Cristina Amanda Tur) dio aviso a todos los barcos amarrados en el puerto de Ibiza para que se dirigieran a la zona al objeto de colaborar con la búsqueda del avión desaparecido. También el buque de pasajeros ‘Ciudad de Valencia’ zarpa hacia sa Conillera. Desde Sant Antoni zarpan también varias lanchas con voluntarios. Pero ni rastro.

En cambio, a esas horas un payés de Sant Josep, José Ribas Ribas, de Can Prim, ya sabía lo que había ocurrido. Fue el único testigo ocular de la catástrofe. Él vio el avión volando a baja altura y de repente lo perdió de vista al meterse en la niebla. Ribas siguió a lo suyo, pero solo unos segundos después oyó un enorme estruendo. Fue corriendo al lugar donde suponía que había pasado y encontró ante sí una escena dantesca, con trozos de cuerpos humanos desperdigados por todas partes, enredados en los pinos, mezclados con objetos personales y trozos de avión por todas partes.

Inmediatamente acuden a la zona todos los efectivos militares, policiales y de rescate que en esos años había en Ibiza (y que no eran muchos, salvo los militares). Se movilizaron a los soldados del regimiento de sa Coma (jóvenes de 18 o 19 años totalmente inexpertos en materia de emergencias) para recuperar los restos mortales. Al final, más de 200 efectivos estaban en ses Roques Altas recogiendo todo cuanto encontraban y metiéndolo en bolsas de plástico.

Las escenas eran demasiado fuertes para muchos soldados, que no podían evitar vomitar o interrumpir la labor por las náuseas y el horror que les provocaba cuanto veían. Muchos necesitaron alguna copa de coñac para sobrellevar tan ingrata tarea.

Uno de los motores estaba casi intacto entre los árboles, un trozo de la cola del aparato también humeaba totalmente destrozada, partes del tren de aterrizaje, del fuselaje y de las alas se mezclaban con restos humanos, ropa, maletas abiertas, juguetes de niño (viajaban nueve de ellos en el avión)…

Sin ataúdes

No había en Ibiza ataúdes para tantos cadáveres (o lo que quedaba de ellos), así que llegaron 64 desde Barcelona para completar los que se necesitaban en total. Fueron trasladados en camiones a la ciudad, pues ninguno de los cadáveres, por razones sanitarias, fue enviado a su lugar de origen. Todos fueron enterrados en Ibiza tras un multitudinario funeral celebrado en el paseo de Vara de Rey. De hecho, estos 104 cuerpos tuvieron el triste privilegio de ser los primeros en ser enterrados en el nuevo cementerio de Ibiza, el actual, que entonces se estaba construyendo.

Trayectoria del avión siniestrado en Ibiza Usuario

La investigación oficial que siguió al accidente concluyó que no falló ningún instrumento ni parte alguna del avión. Se debió a una imprudencia del piloto, que no siguió el plan de vuelo y confió en sus propias habilidades en circunstancias adversas. Iberia indemnizó a los herederos de las víctimas con 400.000 pesetas por fallecido.

Hoy ese accidente, afirman los expertos, no se habría producido. El instrumental de entonces, muy básico, impedía a la torre de control saber todos los datos de la posición del avión, como sí lo permiten los equipos de hoy en día.

Poco después se edificaría en el lugar del impacto (a unos pocos metros de él) una capilla donde figuran dos losas con los nombres de todos los fallecidos, en su recuerdo y homenaje. En el altar que hay en el centro los excursionistas seguían amontonando todavía restos del avión (ya más pequeños) hasta no hace muchos años.

Diario de Ibiza tituló entonces que este fue «el mayor accidente aéreo de la historia de España», si bien solo dos años antes 112 personas habían muerto en otro siniestro en la Serra del Montseny, en Barcelona.

Sea como fuere, esta sigue siendo la mayor tragedia humana ocurrida en Balears desde la Guerra Civil.

La anciana de Formentera que ya no recogió a su nieta

Entre las víctimas había ocho niños, unos recién casados, dos jóvenes azafatas... Manuel Fernández Cuesta era auxiliar de vuelo. Sevillano de 34 años, está casado con una inglesa, a la que le quedan dos meses para dar a luz un niño. El piloto, por su parte, tiene cuatro niños, el mayor de los cuales dice que también quiere seguir esta profesión.

Hay un bebé de ocho meses en el vuelo, junto con otros ocho niños de corta edad. Una niña es de Formentera. Tras producirse el accidente, su abuela, una mujer ya anciana que había venido a Ibiza a recogerla, se empeña en subir a las rocas del monte donde se ha estrellado el avión para recuperar su cadáver. La Guardia Civil, sin embargo, no deja pasar a nadie.

Una de las azafatas, Pilar Merino López-Brea, lleva dos años trabajando en Iberia y está a punto de cumplir 24 años. Es de Toledo. Otra azafata se llama también Pilar (Mirabet) y es de la misma edad; ha pasado las navidades con ella y sus padres en Valencia.

La mayoría de los pasajeros regresaban de sus vacaciones. De ellos, 26 procedían de la localidad valenciana de Algemesí y son peones de la construcción.

De los 104 ocupantes del avión, solo dos pudieron ser identificados por sus rostros: la azafata Pilar Merino y un niño de un año y medio. Los restos de la otra azafata, Pilar Mirabet, se encontraron a un kilómetro de distancia del impacto, tal fue su violencia. Pudo ser reconocida por el uniforme.

El pasajero Rafael López Narváez resultó ser el jefe del Servicio de Meteorología del aeropuerto de Ibiza. Le acompaña en el vuelo su mujer, Luisa Sánchez de Terán. Se han casado en Sevilla el 27 de diciembre y vuelven a la isla tras pasar la luna de miel en Sierra Nevada.

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