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50 años del accidente aéreo en Ibiza: los testimonios de una pesadilla imborrable

Los vecinos de Sant Josep dieron la voz de alarma del accidente y algunos fueron testigos de unas imágenes que superaban todo horror imaginable

Voluntarios retiran restos de las víctimas del lugar de la tragedia.

La catástrofe aérea de ses Roques Altes dejó un recuerdo imborrable en todas aquellas personas que la vivieron de cerca. Para todos, las crudas imágenes que presenciaron durante aquellos días de enero de 1972 han seguido acompañándoles a lo largo de toda su vida como una huella imborrable. Para recordar los cincuenta años de aquel terrible suceso, Diario de Ibiza ha contactado con diversas personas que fueron testigos de la tragedia en primera persona.

Josep Tur ‘Olivar’, actual jefe de Protección Civil de Sant Josep, fue la primera persona que accedió al lugar del accidente y que descubrió los restos de los fallecidos. Otro de los testimonios lo aporta el exconseller insular y vecino de la zona Joan Marí Tur ‘Botja’. El ahora concejal de Sant Josep Pere Ribas estaba ese día en el aeropuerto y fue de las primeras personas que se enteró de la tragedia y perdió a varios amigos en ella. Vicent Marqués, padre del cineasta David Marqués, tenía previsto subirse a ese vuelo, pero el nacimiento de David, su primer hijo, provocó que retrasara su regreso a Eivissa y, así, salvó su vida. Por último, exmilitar José Guasch Cañas, coronel retirado, rememora sus labores de coordinación para recuperar los restos de las víctimas. Desgraciadamente, su hermano, el entonces capitán Mariano Guasch Cañas, que fue quien dirigió las labores de rescate sobre el terreno, falleció el pasado 3 de enero.

Trabajos de rescate junto a fragmentos del fuselaje. Kike Pérez de Rozas / EFE

Un trueno en la colina

Josep Tur: «Yo hacía la mili pero esos días estaba de permiso. Teníamos la casa familiar a cuatro kilómetros de ses Roques Altes. Estaba con mi padre y escuchamos un trueno, pero no sabíamos qué podía haber sucedido. Poco después apareció un vecino y nos comentó que probablemente había sido un avión. Entonces agarré la Mobilette de mi padre y, por mi cuenta, me fui a ver si encontraba algo».

Joan Marí Tur: «Estaba en Sant Josep y aquella mañana quería ir a Sant Antoni a cortarme el pelo. En la plaza del pueblo me crucé con un vecino de Cala Vedella que iba hacia el Ayuntamiento y me dijo, ‘Joan, se ha estrellado una avioneta en sa Talaia’. Nuestra casa familiar está muy cerca al lugar del siniestro, así que decidí ir. Creo que fui de las primeras personas en llegar».

«Yo seguía andando, como hipnotizado, y entonces noté algo que me tocaba la cara. Eran unas tripas humanas que colgaban de un árbol. Vomité hasta mi primera papilla».

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Pere Ribas: «Mi padre tenía problemas de asma y nos lo teníamos que llevar a Barcelona para que lo visitaran. Le acompañé al aeropuerto para sacarle un billete. Al llegar, nos encontramos un ambiente muy extraño. Estaba todo como congelado, es difícil de explicar. Mi cuñado trabajaba de mecánico en Iberia y me dijo que el avión de Valencia todavía no había llegado, que habían perdido el contacto. En aquel momento todavía pensaban que había caído en el mar. No fue hasta después que se supo que se había estrellado contra ses Roques Altes».

Josep Guasch Cañas: «Yo estaba en casa y me enteré de la noticia por la radio. Inmediatamente me dirigí al cuartel de sa Coma a esperar órdenes. Decidieron que el capitán Roselló -hermano del empresario Pepe Roselló- y mi hermano Mariano, también capitán, fueran con la tropa al lugar de los hechos para las labores de rescate, y que yo me quedara coordinando el dispositivo desde el cuartel».

P.R: «A primera hora de la tarde intenté acceder al lugar de los hechos con mi coche pero los militares ya habían acordonado la zona y no me dejaron subir».

El hallazgo

J.T: «El camino llegaba hasta una païssa. Había un olor muy extraño, era el combustible del avión. Dejé la moto y continué andando por el bosque. No vi ninguna columna de humo pero a medida que me acercaba el olor era más y más intenso. El silencio era absolutamente sepulcral. No soplaba el viento, había una niebla tenue que cubría el bosque. No se escuchaba nada. Era una atmósfera fastasmagórica».

J.M.T: «Había algo de humo y un intenso olor a gasolina. A mano izquierda del camino vi una pieza del motor que ardía. Me adentré en el bosque. No se escuchaba nada. Ni un gemido, ni un llanto, nada».

J.T: «Yo seguía andando, como hipnotizado, y entonces noté algo que me tocaba la cara. Eran unas tripas humanas que colgaban de un árbol. Vomité hasta mi primera papilla».

J.M.T: «Empecé a ver cadáveres, vientres abiertos y cerebros esparcidos por entre las maletas, un desastre».

«Fueron unos días de una emoción muy intensa. Cuando hicieron el funeral llevaron todos los ataúdes a la iglesia de Sant Josep. Recuerdo que la mayoría de ellos tenían un papel pegado en el que ponía ‘No identificado’»

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J.T: «Fue muy muy desagradable, difícil de explicar. La impresión fue tan fuerte que me quedé temblando, no podía ni caminar. Cerré los ojos y me quedé sentado en el suelo, esperando a que se me pasara. No podía ni tenerme en pie. No tengo palabras para describir ese horror».

J.G.C: «Fui al día siguiente. Todavía quedaba la cola del avión. Cuando la retiramos, debajo encontramos un cadáver. Había restos humanos colgados de los árboles, trozos de carne esparcidos por todo el bosque que los militares iban recogiendo. Es algo que no olvidaré en mi vida».

Una turbina del avión arrancada en medio del bosque. Kike Pérez de Rozas / EFE

Salvar la vida

Vicent Marqués: «Nos fuimos a pasar las Navidades a Valencia y pensábamos volver el día 6 o 7 de enero porque tenía que arreglar unas cosas del trabajo. El caso es que el día 3 nació nuestro hijo David, y decidimos retrasar nuestro regreso una semana más. En Valencia me enteré por la televisión del accidente y siempre he pensado que podría haber ido en ese avión».

J.M.T: «Otra persona que salvó la vida in extremis fue Smilja Mihailovic, impulsora de la moda Adlib y que entonces colaboraba con el Fomento del Turismo de Ibiza. Ella venía en ese mismo vuelo desde Madrid, pero al llegar a Valencia no sé qué sucedió pero a ultimísima hora se bajó del avión y decidió llegar hasta Ibiza con la avioneta de un amigo suyo. Esa decisión le salvó la vida».

El día después

J.T: «Yo estaba haciendo la mili y, al día siguiente, como era un testimonio, los militares me pidieron que les acompañara de nuevo al lugar del accidente. Creo que me vieron tan mal que, al llegar, me dijeron que ya me podía volver».

P.R: «Fueron unos días de una emoción muy intensa. Cuando hicieron el funeral llevaron todos los ataúdes a la iglesia de Sant Josep. Recuerdo que la mayoría de ellos tenían un papel pegado en el que ponía ‘No identificado’».

J.G.C: «Unos pocos cuerpos se pudieron identificar porque llevaban la documentación encima. Pero otros muchos cuerpos tenían la ropa arrancada o su cuerpo estaba en un estado que hizo imposible la identificación».

J.M.T: «En Ibiza no había ataúdes para tantas víctimas y tuvieron que enviarlos desde Barcelona. El funeral lo ofició el obispo, vinieron los militares que participaron en el rescate y los familiares de las víctimas. No recuerdo nada igual en Eivissa».

P.R: «En la Ibiza de 1972 pasaban muy pocas cosas, y un hecho de este calibre conmocionó a todo el mundo».

Los que murieron

P.R: «Un matrimonio amigo de mi mujer y con quien quedábamos para cenar, murió en el accidente. También murió un amigo mío de la escuela que se llamaba Miquel y un compañero de la Escuela de Artes y Oficios con quien, a finales de los sesenta, habíamos formado una grupo de música».

J.G.C: «En el avión volaba un alférez de nuestra compañía que volvía de las vacaciones de Navidad y también una exalumna mía [Guasch compaginaba su oficio de militar con las clases de matemáticas en una escuela]».

V.M: «Murió el director del hotel Edeso, su mujer y su hija, los conocía porque mi hermano trabajaba allí. Murieron muchos valencianos, sobre todo gente del pueblo de Algemesí que trabajaba en la construcción y que regresaban a Eivissa tras las fiestas».

Misa en memoria de las víctimas en la capilla que se construyó en el lugar donde se estrelló el avión. Buil i Mayral.

Una huella imborrable

J.M.T: «Estuve varios días sin dormir. El impacto fue tan tremendo que durante meses no pude comer carne. Veía un trozo de carne roja y me entraban náuseas».

J.T: «Fue un trauma que tardé en superar. Tuve muchas pesadillas. Durante los primeros meses después de lo que sucedió, no podía dormir. Si cerraba los ojos lo volvía a ver. Son unos recuerdos que te dejan una marca increíble. Durante los días siguientes intentaba leer, distraerme, pero a la que cerraba los ojos volvían aquellas imágenes atroces. Finalmente, hice acopio de valor, tuve que hacer frente a mis fantasmas y decidí volver al lugar del accidente. Todavía había restos de aluminio y fuselaje del avión. Se había ya recogido lo más importante pero, si te fijabas, todavía encontrabas retos pequeños, trocitos de carne. Ese lugar daba tanto miedo que muchos vecinos del pueblo tardaron años en acercarse».

V.M: «Reconozco que al lugar de los hechos no he ido nunca. Me lo han propuesto varias veces, pero nunca me he decidido a ir. No sabría explicarte el por qué, pero he preferido no ir».

J.T: «Con el paso del tiempo, ya con los ánimos más templados, he sido capaz de volver y pasear por ese bosque, pero aunque ya lo he superado, cuando estoy ahí regresa ese recuerdo intensísimo y que me acompañará toda la vida. Pero ya se sabe, eso forma parte de la vivencias de cada uno y es lo que te toca acarrear».

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