Testimonio: «Prefiero que me coman los peces antes que los gusanos en Argelia»
Dos migrantes rescatados de una patera relatan el peor viaje de su vida

Un migrante, en el trayecto en barco hacia la Península después de ser puesto en libertad. zoom/ib3 / Irene R. Aguado
Irene R. Aguado
«Por favor, que Dios no nos devuelva nunca a este agujero que es Argelia». Abdu y Bassem (nombres ficticios) estaban dispuestos a arriesgarse la vida para escapar del porvenir que les espera en su país natal. Y aunque sabían que no sería fácil, jamás se hubieran imaginado la pesadilla en la que se convertiría su soñado viaje.
El pasado 27 de septiembre, los jóvenes se despidieron de sus familiares y se embarcaron junto a otros 15 migrantes en una patera que partiría en dirección a la tierra prometida: Europa.
«Fueron días muy difíciles. No se lo deseo a nadie. Si me devolvieran a mi país, no volvería a hacerlo», asegura uno de los dos jóvenes argelinos. Su patera naufragó a unos 120 kilómetros de España. Catorce de ellos fueron rescatados el 4 de octubre; el mar engulló a los otros tres, a los que no fue posible localizar.

Bassem, de camino a Barcelona, relata la pesadilla que vivió. / Irene R. Aguado
El programa Zoom, de IB3, consiguió contactar con dos de los catorce náufragos y recogió su desgarrador testimonio en un capítulo que se podrá ver próximamente en ‘IB3 A la Carta’. En palabras al ente público, los jóvenes explican que tuvieron que pasar 11 días a la deriva en la balsa sin provisiones: «Tu vida en manos de Dios, sin comida ni bebida durante once días. Imagínate. Bebíamos agua del mar, y pescábamos peces como podíamos», recuerda Abdu.
En cuanto vieron tierra, dos de ellos se lanzaron al mar para ir a buscar ayuda. No volvieron. Unas nueve horas después, otros dos migrantes se desesperaron y saltaron de la barca para buscar alguna solución. Pocos metros más allá, empezaron a ahogarse y pedir ayuda. «Fui a auxiliarles, y uno de ellos me dijo ‘no puedo’. Yo le dije ‘si te hundes, me hundo contigo’. Y el que menos se esperaba morir, murió», cuenta Bassem, abatido: «Hubiera preferido morir yo. Lo juro».
Todo se torció. Lo que tenía que ser un viaje «fácil y rápido», de unas 20 horas, se convirtió en una verdadera lucha por continuar con vida: «Cada vez que nos íbamos a dormir, sentíamos que estábamos a punto de morir. Todos nos volvimos religiosos, empezamos a suplicar y rezar», explican los argelinos.

Abdu, en una videollamada con su familia. /
«Gracias a Dios, poco después nos rescataron. Pero todavía sentimos la sal del agua en nuestra piel, estamos en shock y mareados». Los jóvenes partieron hacia Barcelona en cuanto los dejaron en libertad.
«Estuvimos once días en manos de Dios, bebiendo agua del mar y pescando peces como podíamos»
En el buque hacia la Península, Abdu consigue un móvil para llamar a su padre y tranquilizarle: «Estamos bien, papá. Pero me he quedado sin teléfono, le ha entrado agua. Hemos estado once días en el mar. El que nos llevó nos ha timado. Pero lo más importante; dale un beso a mamá», dice el joven. Al otro lado de la videollamada, su padre insiste en recordarle que se cuide y que trabaje mucho.
Abdu, igual que Bassem, tienen los mismos sueños que cualquier otro joven: tener un coche, una casa, casarse o formar una familia. Pero eso, en su país, es una utopía. «Nos armamos de coraje y vinimos porque no hay otra alternativa», dice Bassem.
Su compañero Abdu asegura que «Argelia entera piensa en el exilio»: «Habla con cualquier joven, te contará que está ahorrando para irse. Yo prefiero que me coman los peces antes que los gusanos en ese sitio».
«Cada vez que nos íbamos a dormir, sentíamos que estábamos a punto de morir»
El futuro con el que sueñan estos dos migrantes en Europa no es otro que el de encontrar un empleo y construir una nueva vida. «Te juro que tengo muchas ganas de trabajar. Soy una persona honesta y creyente», cuenta Bassem.
Cuando la barca en la que viajaban se quedó sin combustible, entendieron que el precio del deseado exilio podría llegar a costarles la vida. La pesadilla no solo se vive en la patera: «Llegué a pensar que estaba muerto. Hemos estado ocho días sin apenas dormir o comer, su madre se ha puesto enferma», relata el padre de Abdu, que vivió más de una semana sin saber nada de su hijo, con el corazón en un puño y la esperanza puesta en su fe religiosa.
Aun así, todo vale la pena por escapar del infierno. O, al menos, intentarlo: «No nos queda otra. En Argelia, si no tienes dinero no vales para nada. Allí no tenemos ninguna oportunidad».
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