Playas
Horas de cola para tener sitio en una popular playa de Ibiza
Multitud de bañistas se agolpan cada mañana para poder instalarse en la playa que se ha hecho más popular en Instagram

Romería a Cala Saladeta /

A dos kilómetros de Cala Salada ya se encuentran varios coches estacionados en los laterales de la carretera que lleva a Santa Agnès de Corona. Una vez tomado el desvío hacia la playa, antes del primer punto de control, ya se cuentan muchos más peatones que vehículos. Les espera un paseo de unos 25 minutos a pleno sol. Pasado el cruce a Punta Galera, poco antes del mediodía, el recorrido parece una romería.
El control de acceso empieza a las nueve de la mañana, pero, a esa hora, es habitual que los operarios ya se encuentren el aparcamiento de la playa lleno. Entonces, se corta el paso de automóviles desde la parte superior, a más de un kilómetro y medio, salvo que se trate de vecinos o clientes del restaurante con reserva.
Pero, a pie de playa, hay otras vallas para cerrar el sendero a Cala Saladeta cuando esta supera el aforo de 132 personas fijado por las restricciones del covid. A estas alturas del verano, sucede a diario y desde primera hora. Bea, Laura y Sara son tres zaragozanas que se han acomodado en un recoveco junto al agua, a pocos metros del camino vetado.
La foto de Instagram
Son las 12.45 y hace una hora y media que tienen la atención puesta en el vigilante, ansiosas de que quede alguna plaza libre en la playa vecina. «Primero queríamos venir en coche a las diez y cuarto, pero el parking ya estaba lleno y hemos tenido que volver a Sant Antoni a coger el bus», explican.
Buscamos por internet las mejores calas y después las miramos por Instagram
¿Qué les anima a invertir su primera mañana en la isla a llegar a ese rincón? «Buscamos por internet las mejores calas y después las miramos por Instagram», detallan. Otra chica, tras un buen rato en la cola, se dirige al vigilante. «Esto no va por tiempo, depende de los conteos y de cuando me avisan los socorristas o la Policía», le explica. «Pero no va a ser cosa de quince minutos, igual son dos horas». Añade, ante la sorpresa de la bañista, que decide marcharse con su acompañante.

Bañistas esperando junto a la valla que cierra el acceso a Cala Saladeta. / Zowy Voeten
Aunque Cala Salada está bastante llena, no ha completado aún su aforo de 243 bañistas. Aún así, más de una veintena de personas descartan acomodarse y prefieren guardar cola para la playa vecina. Son pocas en comparación a las que se han visto en los días previos sin nubarrones, según detallan los trabajadores de la zona.
Volvimos ayer, a las diez, y no hubo manera, así que ahora hemos venido a las nueve de la mañana y hemos triunfado
Poco antes de la una, empieza un goteo constante de bañistas que regresan de Cala Saladeta, mientras se observa a una pareja de policías locales que recorre la orilla revisando el aforo. Todavía hay demasiada gente y sigue sin abrirse la barrera. Por el sendero llega un grupo de barceloneses, Eva, Manel, Edu, Isa y Carme que, en su tercer intento, por fin han podido bañarse allí.
El año pasado vinieron por primera vez de vacaciones a la isla y ya lo intentaron, pero se toparon con que ya estaba cerrada «y eso que había un 10% de la gente que hay ahora en Ibiza». «Volvimos ayer, a las diez, y tampoco hubo manera, así que ahora hemos venido a las nueve de la mañana y hemos triunfado». Eso sí, les ha sorprendido que, al poco rato, «se ve que ha llegado el autobús y de repente había cien y pico de personas por el camino, como hormigas». «Era una hilera seguida de playa a playa», aseguran.
Al igual que ellos, Yolanda y sus hijas, Esther y Laura, también de Barcelona, han llegado a la playa antes de las nueve para asegurarse un sitio, cuando aún no estaba en marcha el control de acceso. «La vimos en el típico top ten de playas de Ibiza. Ahora hay demasiado gente, por poco se amontonan unos encima de los otros», explican.
Casa Rosa
Junto al sendero, se encuentra una de las casas más admiradas de la isla, Casa Rosa. Su propietaria, Rosa Esteva, invita a pasar y detalla el trasiego de bañistas que se forma a diario de cala a cala. A los pies de una de sus ventanas, se puede contar una treintena de persona esperando en la valla. «Pues esto no es nada, hoy está tranquilo por el tiempo», se resigna. Ella fue la fundadora del grupo de restaurantes Tragaluz y, con el antiguo Omm de Barcelona, recibió en Nueva York el premio al mejor pequeño hotel de diseño en el mundo hace 16 años.
Mucho antes, en 1960, su padre compró esta casa a pie de playa, medio en ruinas, según se comprueba en las fotografías. Un cuadro de la casa, realizado por Javier Mariscal en 1994, destaca entre el resto de imágenes de época que muestra con nostalgia, cuando no había nada más en esta zona.
«Yo me separé y venía sola con mis cuatro hijos, con luz de quinqués y trayendo agua con un camión. También puse entonces una cisterna para las aguas negras, porque soy muy respetuosa», detalla.
«No me molesta la gente, sino ver cómo se estropea todo y va más basura al mar», advierte. Esteva relata asombrada cómo se agrupa junto al sendero la muchedumbre que llega del autobús, «sin mascarilla ni nada». «Los guardias están desesperados. Me dan mucha pena y les bajo algún refresco». Pero lo que más teme son los coches aparcados en los arcenes de buena parte del camino de Cala Salada. «Mira, estas fotos son del año pasado, aquí en medio no cabe un camión de los bomberos. ¿Cómo sacan a toda la gente de aquí si hay un incendio?».
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