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Sanidad

Rumbo al servicio de Radiología de Ibiza con un par de payasas

Destrangis y Tirititona, de Sonrisa Médica, espantan los miedos y los nervios de los pequeños que tienen que pasar por el quirófano o someterse a determinadas pruebas en el Hospital Can Misses

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Rumbo al servicio de radiología en Ibiza con un par de payasas Toni Escobar

Entrar en un quirófano o someterse a alguna prueba diagnóstica son momentos duros para los niños. Pero con Destrangis (Esther Serra) y Tirititona (Sonia Puig) lo son algo menos. Las dos payasas de Sonrisa Médica acompañaron ayer por la mañana en este amargo trance a cuatro pequeños pacientes ingresados en la planta de Pediatría del Hospital Can Misses.

Tumbado en la cama, Yoel agita de izquierda a derecha su manita, en la que luce la imprescindible pulsera identificativa, mientras se cierran las puertas de la cuarta planta del Hospital Can Misses. Las risas se pierden en el hueco del elevador, en el que se marcha rumbo a la máquina de resonancia magnética tan bien acompañado que bien podría ser el ascensor de los Hermanos Marx: Yoel, sus padres, la celadora que conduce la cama, Destrangis y Tirititona. Ellas dos, payasas de Sonrisa Médica, son las responsables de las risas del pequeño, el primero de la mañana al que acompañan hasta la misma puerta de la sala de rayos.

Después les tocará el turno a Nazim y a Mar, que también tienen que someterse a esa prueba esta mañana. Ellos, como Yoel, también conocen a las clowns, que han comenzado la mañana visitándoles en sus habitaciones, en la planta de Pediatría, a las que han llegado muy muy muy pronto.

Más días en Pediatría y empezar en Salud Mental

Esther Serra y Sonia Puig explican que los próximos proyectos de Sonrisa Médica en Ibiza son ampliar en un día más a la semana su presencia en Pediatría y comenzar en Salud Mental.

Las dos coletas de Mar se agitan de la sorpresa cuando Destrangis (Esther Serra) y Tirititona (Sonia Puig) entran con el arsenal bien cargado. Un teléfono en una boina, una bata de enfermera convertida en un frac, una pelota de esponja que se convierte en un conejo, un vestido de superwoman sobre unos pololos de dinosaurios, unas gafas de corazón y dos narices de payaso a las que las mascarillas FFP2 les complican la importante tarea de permanecer en su sitio. «Ahora soy un pirata, ahora payasa, ahora punky y ahora me sale un grano tan grande que tengo que ir al quirófano a que me lo quiten», explica Tirititona con la nariz roja en un ojo, en la nariz, encima de la boina y sobre la frente.

Rumbo al servicio de Radiología de Ibiza con un par de payasas

Rumbo al servicio de Radiología de Ibiza con un par de payasas Marta Torres

«Estoy un poco nerviosilla», confiesa Mar, que ríe mientras Destrangis intenta que su coleta conecte con la wifi del hospital para usar sus dotes telepáticas para adivinar el nombre de la pequeña paciente. No es la única que se ríe. También lo hacen sus padres, Mari y Óscar. Las carcajadas de este último llenan el pasillo. Desde la puerta, con su pelo violeta, observa la escena Carmen Serra, celadora. Regresa de acompañar a otro niño al quirófano, recorrido en el que despliega no sólo su habilidad como piloto de camas hospitalarias sino también como cantante, actriz y humorista, además de para disfrazarse. Todo para conseguir que los pequeños «se desconecten» del miedo y los nervios que les producen los entornos más hostiles del hospital. «Los niños y los padres», matiza Serra mientras las payasas cruzan el pasillo de la planta para pasar de la habitación de Mar a la de Nazim y Yoel, que también tienen que hacerse una resonancia.

A Nazim lo sorprenden de pie junto a su cama. La cara de Yoel cuando Destrangis y Tirititona se acercan a su cama son de las que se graban a fuego en el corazón del dúo de payasas. El pequeño no necesita palabras para entenderse con las clowns. Sólo necesitan tocarse la nariz para comunicarse. Y para que el niño se parta de la risa. Echa tanto hacia atrás la cabeza, que lo de partirse, por un momento, no parece una frase hecha.

«No esperaba ver algo así en el hospital», indica Nazim, que reconoce que está «un poquito» nervioso por la prueba que le harán a lo largo de la mañana. Nazim habla mientras Destrangis y Tirititona continúan con su tocata y fuga para ukelele y acordeón —«¡Es nuestro gran hit!»— por el pasillo de la planta, rumbo a la sala de juegos, donde aprovechan para tomarse un respiro (y un vasito de agua) a la espera de que llegue la celadora para llevar a alguno de los pacientes al servicio de Radiología para sus pruebas. Su objetivo, explican, es que los niños se olviden de dónde están. Para ello los chiquillos son importantes, pero también los padres. «Cuando ellos se destensan, los niños están más tranquilos y tienen menos miedo», comentan en ese momento de parón.

«¡Vamos! ¡Vamos!», gritan cuando atisban a la celadora, a la que persiguen hasta la habitación 355, donde la cama de Yoel, que parece casi impulsada por el entusiasmo, las canciones y los chascarrillos de las payasas, empieza a rodar. La madre del paciente graba con su móvil toda la escena. Las sonrisas del pequeño, el padre de Yoel ayudando a empujar la cama, los juegos con los pañuelos de Destrangis, los chistes de Tirititona y la puerta del ascensor cerrándose.

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