Alfredo Cardona Torres fue paracaidista en el Sahara, comandante en Bosnia durante los momentos más tenebrosos de la guerra de los Balcanes, protegió a los serbios de la ira de los kosovares, le enseñó «el colmillo» al líder de una milicia chií en Nayaf... El teniente general Alfredo Cardona (Eivissa, 1950), en situación de retiro desde hace casi una década, recuerda ahora algunas de las misiones que le llevaron por medio mundo.

¿De dónde procede su vocación de militar? ¿De familia?

Mi padre [Alfredo Cardona Prats] fue militar, teniente coronel, pero también fue un caso atípico en la familia. Nunca me presionó, sino que fue algo que surgió interiormente. Mi padre pasó buena parte de su vida en Eivissa, salvo algún tiempo que fue destinado fuera, como durante el conflicto de Sidi Ifni con Marruecos.

Usted ha estudiado en la Academia General Militar (Zaragoza), en 1968, y en la de Infantería (Toledo), en 1970. Ahí no llega cualquiera.

En aquella época, el ingreso en la Academia era de tipo oposición. Era durísimo intelectualmente, aparte de que había que pasar unas pruebas físicas que marcaban unos mínimos. Pero tuve la suerte de que mi padrino, José María Cardona Prats, hermano de mi padre, era el famoso Teacher, un profesor que daba clases particulares de matemáticas y que preparó a muchos ibicencos que optaron a ingenierías o a las academias militares.

¿Cómo ha vivido el confinamiento?

Vine a Ibiza, porque me olía algo, poco antes de que se decretara el estado de alarma, para estar con mi madre, Margarita, de 92 años, y acompañarla. Tres días después de llegar comenzó el confinamiento.

Entre los años 1992 y 1993 fue comandante en la sección de operaciones del Cuartel General de Unprofor en Kiseljak, en Bosnia Herzegovina. Allí le tocó vivir uno de los peores momentos de aquella guerra. ¿Coincidió con la matanza del valle de Lašva contra musulmanes bosnios?

Estuve en el Estado Mayor del general francés Philippe Morillon, mi jefe era un teniente coronel inglés. Las zonas de Zenica o Srebrenica las llevaban los holandeses e ingleses. Yo prestaba especial atención a la zona que estaba bajo responsabilidad del contingente español y cuya actuación fue un gran éxito. Muchas personas se han olvidado, pero en octubre de 1992 había unas predicciones de Acnur (ONU) de que a lo largo de aquel invierno, que estaba a punto de empezar, habría unos 250.000 o 300.000 civiles muertos de hambre y de enfermedades en Sarajevo, que estaba rodeada por los serbios. Había tres rutas para llegar hasta allí que procedían de Zagreb (Croacia), Belgrado (Serbia) y Split (Croacia), pero la única que se abrió, urgente, fue la que iniciamos los españoles, la del río Neretva. Se abrió al primer intento. En el primero, lo conseguimos.

¿Cómo lo hicieron?

Mezcla de firmeza y negociación. Aunque no entraba estrictamente en mis cometidos, conseguí meterme en el primer convoy español que realizó la ruta del Neretva. Lo mandaba un alférez de la Legión, un gran profesional. Me uní a ellos para ver cómo iba la cosa. Y salió perfecto. A partir de ese día fue un flujo continuo de medicinas y de comida que, a través de la ruta española, salvó miles de vidas en riesgo en Sarajevo y Bosnia Central.

No debía ser fácil atravesar esa ruta.

Baste decir que la carretera que seguíamos era línea de frente entre unos y otros y había que pasar a través de ella durante 70 kms. Se dieron muchas situaciones complicadas. Era un auténtico calvario atravesar los checkpoints, tanto serbios como musulmanes o croatas, pues algunas veces estaban pasados de alcohol, amenazaban con minas, querían revisar quiénes iban dentro de los blindados?Se vivía una tensión continua, siempre al borde de un incidente armado.

Supongo que en circunstancias como esa es más importante mantener la calma y ser dialogante que ser belicoso.

Es fundamental. En todo este tipo de operaciones hay que saber contenerse. Y hay un momento dado en el que hay que es preciso enseñar el colmillo y no ceder, algo que tuve que hacer en alguna ocasión en Irak. Hay que saber equilibrar el espíritu ofensivo militar con la paciencia y la negociación. El mérito de las operaciones militares es de los legionarios y los soldados de Caballería que llevaron el peso, con el apoyo de unidades logísticas, sanitarias...

¿En qué consistió su labor los seis meses que permaneció en Mostar entre 1996-1997, ya como teniente coronel?

La guerra ya había acabado, pero el conflicto entre serbios y musulmanes, y entre croatas y musulmanes, estaba aún muy vivo. En Mostar estuve con otro general francés, y fue un hito importante porque, hasta entonces, el Estado Mayor de la división francesa era prácticamente 100% galo. Cuando me tocó ir a mí hubo un cambio, de manera que los oficiales de España e Italia ocuparon, cada país, un 25% de ese Estado Mayor. Me dieron el mando de una célula de planes a corto plazo, que era muy interesante: había que planear todo lo que pasaría a dos días vista.

Y luego es destinado a Kosovo, entre enero y junio de 2000, como coronel. Era el inicio de una nueva etapa en Kosovo, donde acababa de finalizar el conflicto.

Era un momento crucial. Fui en un plan diferente a las dos anteriores misiones: si en Bosnia actué como oficial del Estado Mayor, en Kosovo fui el jefe del contingente español y como segundo Jefe de la Brigada multinacional italiana, que también englobaba a argentinos y portugueses.

¿Cómo fue esta misión?

Cada una es distinta. En Bosnia había una necesidad acuciante de proporcionar ayuda humanitaria y medicinas. Era una cuestión de vida o muerte. En Kosovo consistió en mantener la estabilidad y proteger a la minoría serbia, amenazada por los kosovares. Hacíamos muchos movimientos de patrullas para que las zonas estuvieran lo más seguras posibles. E hicimos una labor muy importante, que era vigilar todos los monumentos religiosos ortodoxos serbios para que no fueran destruidos por los kosovares, desde grandes monasterios, como el de Visoki Decani, hasta pequeñas iglesias en medio del campo, adonde se mandaban pelotones de españoles para estar allí permanentemente, viviendo sobre el terreno, y evitar así su destrucción. Fuimos de los pocos contingentes a los que no nos destruyeron ningún monasterio ni iglesia.

¿Y eso se lo llegaron a agradecer los serbios?

Lo agradecían, aunque estaban un poco incómodos con la comunidad internacional porque, en realidad, habían sido expulsados de una zona que era serbia. No estaban demasiado contentos. Es importante saber que el contingente español consiguió empezar el reasentamiento de serbios que habían sido expulsados, lo que permitió que volvieran a sus antiguos hogares de Kosovo.

Pero seguían mirándoles con recelo.

En estas situaciones casi todos te miran con recelo. Aunque los españoles tenemos fama de imparciales, ganada a pulso.

Julio de 2003. Augura que la misión en Irak, en la que usted está al mando de la Brigada Plus Ultra, desplegada en Diwaniya y Nayaf, será la más peligrosa en la que España ha participado hasta el momento. Durante su permanencia allí mueren siete agentes del CNI (29 de noviembre de 2003) en una emboscada en Latifiya.

Fue especialmente triste. Había cuatro agentes recién llegados y cuatro que ya acababan su misión. Yo conocía especialmente a los que ya terminaban, pues me habían ayudado muchísimo al proporcionarme una magnífica información y al permitirme establecer contactos con líderes religiosos y políticos que nosotros no conocíamos. Fueron de una gran ayuda. No trabajaban directamente para la brigada. Yo les daba alojamiento y apoyo logístico. El día que los mataron se estaban desplazando por una carretera. De hecho, ocurrió al sur de Bagdad y lejos de la zona de responsabilidad de la Plus Ultra [a unos 120 kilómetros de Nayaf].

No hubieran podido hacer nada.

En absoluto. Era una zona de operaciones de una división de Estados Unidos, que reaccionó en cuanto tuvo noticias. Ni siquiera se reagruparon sobre Diwaniya, sino que sus restos fueron evacuados, directamente, a España, creo que desde Bagdad. Eran una gente magnífica, inteligentes, valientes y entregados a su peligroso trabajo.Su labor, sin duda, salvó muchas vidas de nuestros efectivos.

Diario de Ibiza le entrevista a mediados de diciembre de 2003, justo el día de la detención del dictador iraquí Sadam Hussein. ¿Conocía en esos momentos la operación o le pilló por sorpresa?

Detrás de Sadam iba todo el mundo. A mí me fue muy bien porque, además, ese era mi último día en Irak. Decía, en broma, que, ya detenido, me podía ir tranquilo. No tenía la más mínima sospecha de que en esos momentos se llevaba a cabo esa operación.

Antes comentaba que en Irak tuvo que enseñar a veces el colmillo.

En Nayaf tenía no más de 600 soldados y calculaba que había una milicia de 6.000 hombres armados de un partido político local chiíta. Su jefe quería patrullar con nosotros, pero eso estaba totalmente prohibido. Tuvimos una conversación muy tensa. Le dije que bajo ningún concepto patrullarían con los míos, y eso que nos hubiera venido muy bien, pues conocían la zona. Al final, no es que me amenazara, pero me preguntó qué pasaría si sacara sus 6.000 hombres a patrullar. Le respondí que entonces yo sacaría los míos, él tendría muertos y yo tendría muertos. La reunión acabó ahí y, afortunadamente, se recondujo posteriormente y no hubo muertos en ninguna de las dos partes. Si en determinados momentos cedes, se crea una bola de nieve de cesiones que cada vez va a peor.

Vuelve a España y poco después tiene lugar la batalla de Nayaf (4 de abril de 2004). Se retorcería aquí cuando se enteró de lo que pasaron aquella jornada las tropas españolas de la base Al Andalus, que habían estado bajo su mando hasta poco antes, al ser atacados por el ejército de Al-Mahdi, liderado por Muqtada al-Sadr.

Yo tenía la percepción de que aquello iba a saltar en cualquier momento. Podría haber ocurrido mientras estaba yo allí. Nayaf era una ciudad con una inestabilidad tremenda.

Cuenta Gervasio Sánchez que, en aquella batalla, los mercenarios de Blackwater actuaban como rambos. ¿Se comportaban así también cuando estuvo usted allí?

Afortunadamente, no los tuve conmigo. Entre comillas, no los disfruté.

¿Qué le pareció la inmediata salida posterior de las tropas de Irak ordenada por el nuevo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, tras ganar las elecciones

Me pareció fatal, sin paliativo alguno. Yo no estaba ya allí, pero en mi opinión había un compromiso [con Estados Unidos y el resto de casi 50 países de la coalición] que tendríamos que haber mantenido. No se puede dejar a unos amigos de esa manera. Si tienes un amigo, de los de toda la vida, vives con él una situación muy tensa y de repente le dices que te vas, lo dejas vendido. Cada país es soberano para retirarse cuando quiera, pero creo que hay unos procedimientos que se deben seguir.

¿Fue difícil restablecer la relación con los americanos después de aquello?

Entre militares nos entendemos. Sabemos que por encima de nosotros está el poder político. Casi siempre, entre los contingentes hay relaciones de amistad, respeto mutuo y un buen entendimiento. Yo creo que los militares de EEUU debieron entender perfectamente que era un asunto político y que los militares no teníamos otra cosa que hacer que, de mejor o peor gana, cumplir y marcharnos.

Precisamente, hace un par de semanas el jefe del Pentágono, Mark Esper, advirtió al presidente estadounidense, Donald Trump, de que no se podía usar a los militares para frenar la multitudinaria ola de protesta contra el racismo. Otros le recordaron que la Constitución lo impide.

Los militares hacemos una cosa que tenemos muy marcada a fuego: asesorar con veracidad, con sinceridad, aunque lo que digamos no le guste al jefe. Hay gente a la que le extraña que los militares podamos decir cosas que sabemos que no van a gustar. Pero eso es lo que nos enseñan: la lealtad hacia nuestro jefe.