Pasan el invierno en el sur de Europa. Y unas pocas llegan, en esa migración invernal, hasta la isla de Ibiza y pueden verse en el área de ses Salines, principalmente en los campos de cultivo cercanos al aeropuerto. Son grullas comunes ( Grus grus), las que, por su abundancia, hacen famosa la laguna de Gallocanta pero que en las Pitiusas son una rareza de invierno. Hay quien las confunde con las garzas reales (aunque las grullas parecen inconfundibles por el plumero que sobresale en su cola y porque vuelan con el cuello estirado) y hay quien se sorprende de encontrarse con ellas al visitar el parque.

Antaño, la grulla común nidificaba en España, pero la persecución directa a la que fue sometida y la desaparición de sus hábitats la ahuyentaron. La última cita de una pareja nidificante es de mediados de los 50, en la Laguna de la Janda (Cádiz), que fue desecada en los 60 por intereses agrícolas; aún hoy existen movimientos ecologistas y una asociación creada ad hoc que intentan reparar el atentando medioambiental y reclaman la recuperación de los humedales.

En las islas, la grulla nunca ha nidificado, y la única conexión de Ibiza con cualquier gruido es que algunos ejemplares de la especie común Grus grus se detienen a pasar el invierno en ses Salines. Tampoco grulla alguna ha nidificado en el resto del archipiélago ni ha formado parte de su fauna en eras recientes y, sin embargo y sorprendentemente, dos conocidas grullas coronadas portan el nombre genérico de 'Balearica'. Son la grulla cuellinegra ( Balearica pavonina) y la grulla cuelligris ( B. regulorum), y tal curiosidad tiene su origen en una acumulación de errores que se remontan dos mil años atrás, al escritor y naturalista Plinio el Viejo, el mismo que demasiado a menudo se cita para aludir a la invasión de serpientes porque se equivocó al decir que la tierra ibicenca las ahuyenta.

Plinio, en su 'Historia Natural', al referirse a algunas aves de Balears apreciadas en Roma, cita textualmente a una « grulla balearica» y ornitólogos posteriores se preguntarán a qué especie haría referencia el autor romano. Dos investigadores valencianos, Juan Jiménez Pérez (del Servicio de Vida Silvestre de la Generalitat Valenciana) y Abilio Reig-Ferrer (de la Universidad de Alicante), tiraron del hilo y exploraron cómo la información errónea se transmitió entre expertos, «de escrito a escrito», hasta dar nombre al género de dos grullas que, en realidad, son africanas. La información llegó a un ornitólogo del XVII, Ulises Aldrovando, que parece ser que fue el primero en asociar la grulla balear directamente con la grulla coronada y que utiliza dos dibujos de esta última en su libro 'Ornithologiae' para ilustrar la que en esos siglos ya era conocida como Grus balearica sin que nadie hubiera demostrado cuál era tal ave y si existía en verdad en el archipiélago.

El error se propaga

Pero el error se propaga y otro reconocido zoólogo, Jacques Brison, recoge el testigo y publica un libro en el que la grulla coronada «se encuentra en África y en las Islas Baleares». Otros pondrán en duda que la grulla balear de Plinio pudiera ser una grulla coronada, pero llegamos al siglo XVIII y la coronada sigue citándose como fauna antigua de las islas, ya desaparecida pero sin duda existente en algún momento porque Plinio lo dijo.

Según apuntan los autores de la indagación histórica, que puede encontrarse en la página web del Govern balear, las únicas grullas coronadas reales de las que han encontrado referencia en su búsqueda eran aves escapadas de «colecciones privadas» de Mallorca. «Era objeto de comercio desde África a Europa, a través de Portugal o de los Países Bajos, para las colecciones de personas pudientes y curiosas. Con el aumento del tráfico comercial, inclusive llegó a estar presente en parques y jardines públicos», señalan, y aseguran que dos ejemplares que aún se vieron en 1991 en s'Albufera eran «escapados de cautividad».

En este aspecto, cabe incluir la siguiente observación de estos dos investigadores valencianos: «En estos tiempos en los que señalamos a la alteración del hábitat, la introducción de especies invasoras y la persecución como causas de la desaparición de especies, valdría la pena no olvidarnos que, en tiempos, fue el coleccionismo, en buena medida con fines científicos y educativos, el causante de la desaparición de algunas especies». En el XIX encuentran citas a una supuesta grulla coronada que incluso posee el un nombre popular de grúa ab caparutxo, lo que refuerza su «carácter nativo» y mantiene así hasta casi el siglo XX la leyenda de la grulla balear.

Cadena de errores

Pero la pregunta de a qué especie haría referencia Plinio al hablar de esta grulla insular sigue sin respuesta. En Malta y Mallorca han aparecido restos del Pleistoceno de dos antiguas grullas y se preguntan los autores si pudieron sobrevivir hasta la llegada de los romanos. También podría referirse a la grulla damisela, muy diferente a la coronada pero de la que sí hay referencias, al menos en Mallorca, desde donde dos ejemplares llegaron al Gabinete de Historia Natural de Madrid que creó Carlos III. Sin embargo, esas damiselas también debían ser aves de paso o escapadas de cautividad, no aves naturales de la isla.

En cualquier caso, una cadena de errores repetidos a lo largo de los siglos ha llevado a dos grullas africanas a llevar un nombre que parece indicar que Balears es su patria originaria. Hasta tal punto la leyenda cobró forma que, inexplicablemente, la primera revista ornitológica de las islas (de 1956) se llamaba 'Balearica' y en su primera portada lucía una grulla coronada.