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Imaginario de Ibiza

Cap Llentrisca y el dinosaurio dormido

Desde el Cap Llentrisca, es Vedrà y es Vedranell parecen un solo cuerpo; el de un dinosaurio aletargado que reposa al sol mientras se deja mecer por el viento

Es Vedrà y es Vedranell desde el acantilado.

Surge ahora en toda su grandiosidad salvaje el imponente Cap Llentrisca? La piedra calcárea blanquecina, de escarpadas vertientes, contribuye y no poco al efecto impresionante de este promontorio de formas tan clásicas. ('Las antiguas pitiusas', Arxiduc Lluis Salvador).

Desde el Cap Llentrisca, extremo sur de Ibiza con la única salvedad de la punta de ses Portes, es Vedrà y es Vedranell parecen un solo cuerpo; el de un dinosaurio aletargado que reposa al sol mientras se deja mecer por el viento. Es Vedrà, cabeza y cuerpo; es Vedranell, rabo. Ambos islotes, especialmente el primero, ejercen, más allá de vórtices y esoterismos, como un poderoso imán que obliga a buscar nuevas perspectivas desde donde escudriñarlos.

Acostumbrados a ese es Vedrà colosal y uniforme, casi bidimensional, que se yergue frente a Cala d'Hort, la perspectiva lateral de los islotes que se avista durante el descenso al Cap Llentrisca sobrecoge más si cabe. Aquí, en las alturas de ese camino de tierra que serpentea por la loma de la montaña hasta el llano que corona el cabo, es Vedrà y es Vedranell se funden. El primero, además, exhibe su versión más piramidal, coronado por esa característica hendidura inversa de pezuña, que subraya la vertiente caprina del farallón.

El camino no está indicado y hay que saber dónde tomar el desvío en la carretera de es Cubells a Cala d'Hort, para disfrutar del que es, para muchos, el paseo más asombroso que ofrecen estas accidentadas latitudes. Antes de que el paisaje se abra a la mar por completo, hay que bordear el Canal de sa Granera, vaguada cubierta de pinos que, cuando llueve con ímpetu, acumula toda el agua que desciende por los riscos conduciéndola hasta el torrente de ses Boques. Ambos desembocan conjuntamente en la costa y, de tanto en tanto, provocan alguna calamidad.

Toneladas de agua

Tan abrupto paisaje contrasta con los chalets más lujosos de la isla. Coronan cimas y ocupan laderas, con piscinas suspendidas sobre el precipicio y muros opacos custodiados por cámaras de vigilancia y rollos de concertinas. Hay uno que parece la frontera de Melilla. Los jardines que envuelven estas construcciones de diseño lucen verdes y floridos incluso en pleno agosto. Para mantenerse frescos y lozanos, requieren de innumerables toneladas diarias de ese agua que en la isla escasea. La austeridad y grandeza de uno de los paisajes más sublimes de Ibiza, en contraste con las ínfulas y la desmesura de quien conquista naturaleza a golpe de talonario.

La empinada cuesta de tierra, únicamente frecuentada por caminantes y deportistas, muere en el altiplano del cabo, que se sitúa a unos 170 metros por encima del nivel del mar. Allí, tras una última y solitaria vivienda, el camino se transforma en una maraña de senderos que reptan entre matas y sabinas enroscadas.

En los confines, halcones, cernícalos y gaviotas planean bajo los pies del caminante sin vértigo, capaz de asomarse desde el risco para contemplar la verticalidad del acantilado y otear el Racó de sa Galereta, con su estirado escollo, y el de sa Popa des Barco, al oeste y este, respectivamente, del accidente geográfico.

Un último vistazo a es Vedrà y es Vedranell, que desde aquí ya parecen querer volver a separarse de nuevo, antes de cruzar al otro lado a través de un frondoso pinar que se eleva unos metros. Aquí la vista se abre a toda la costa de es Cubells, desde Cala Llentrisca a la punta de Porroig, pasando por es Niu de s'Àguila, ses Boques y sa Caixota. No hay Ibiza que conmueva más que esta.

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