Uno de los principales objetivos de esta expedición son los pockmarks, cráteres en el lecho marino que expulsan fluidos, como metano, según explica Juan Tomás Vázquez, geólogo jefe de la campaña. Es uno de los hábitats que se protegerán en el futuro LIC, además de los campos de rodolitos (algas rojas calcáreas) y de los afloramientos rocosos con corales. Esas emisiones atraen a una fauna microbiana que se alimenta de metano y crea «un ecosistema muy específico», según Enric Massutí, jefe científico de la campaña. Vázquez, no obstante, señala que hasta la expedición de 2020 no tendrán la seguridad de que esos pockmarks sigan activos. Lo comprobarán, entre otros métodos, con un vehículo de observación remota (ROV) que enviarán al abismo (están a entre 300 y 700 metros de profundidad): si emite (o emitió recientemente) metano, las bacterias habrán creado «una costra de bicarbonato» característica que se apreciará a través de las cámaras del ROV.