Licenciada en Filología Hispánica y profesora de instituto, un buen día llegó la crisis y a Isabel Castillo Torres se le terminó su trabajo como interina. Fue un momento complicado que aprovechó para dar vueltas a su sueño de cultivar flores comestibles. «Empecé en mi casa, en un pequeño jardín, como algo terapéutico. Me encontré sin trabajo y con mi padre enfermo. Así que esta afición que había iniciado hacía tiempo a través de varios cursos de flores de Bach, decoración e ikebana se fue convirtiendo en un proyecto de trabajo», explica.

Al principio, casi todo el mundo le decía que «estaba loca» y a pesar de las trabas, ella seguía empeñada en continuar con la idea. Uno de los primeros pasos fue la ayuda del Consell de Ibiza que la impulsó a buscar un terreno para desarrollar su proyecto. No fue fácil. Los payeses recelaban de esta joven ibicenca hasta que se topó con Toni Planells Roselló. Le contó la idea y comenzaron a trabajar juntos. «Fue el único que creyó en mí», recalca Isabel.

Con una hectárea de terreno disponible y un crédito personal, hace cuatro años empezó la producción de claveles, tagetes, geranios, rosas, verbenas, tomillo o lavanda provenzal entre otras flores comestibles. A partir de ahí comenzaba la siguiente aventura: comercializar el producto.

«Fue muy duro entrar en un mundo de hombres», recuerda esta joven agricultora antes de matizar que ha tenido mucha suerte. «Después de sembrar, iba a los restaurantes a ofrecer mis flores y no me hacían mucho caso», dice. Hasta que algunos de los más afamados cocineros de la isla, al ver la calidad de su producto, no dudaron en confiar en ella. Hoy aproximadamente el 30 por ciento de los restaurantes de Eivissa que utilizan las flores en sus platos o en sus cócteles son clientes de Isabel Castillo. «Creo que en la isla no tengo competencia», sentencia.

Con el tiempo, consiguió un distribuidor al que le lleva todas las mañanas 200 cajitas con 3.000 flores variadas recién recogidas. El trabajo es tan manual que ni siquiera utiliza unas tijeras para cortar los tallos. «A mis clientes les ofrezco lo que tengo del día», apunta. Y dentro de la variedad intenta adecuarse a las peticiones de los chefs, como las de algunos que piden una monocromía, por ejemplo.

La maquinaria está en pleno funcionamiento: con Isabel ya trabaja otra persona y su producto es conocido y apreciado en la isla. Sin embargo, la competencia de las flores cultivadas industrialmente en Holanda, los impagos y la caída de la demanda por la falta de turistas en los restaurantes están complicando un poco el sueño de Isabel. Por ello ha vuelto a ejercer como profesora e iniciar otros caminos que le permitan seguir con sus cultivos. Los talleres en el campo, la degustación de flores, los atardeceres florales y los arreglos ikebana son opciones que complementan el negocio.

Todo, con tal de no renunciar al silencio, el regreso a la naturaleza y a la paz que respira todas las madrugadas cuando comienza a recolectar las flores que horas después estarán en los platos más suculentos de la isla.