Últimamente se viene hablando y escribiendo bastante sobre el museo que se va a instalar en la casa Comasema. Pronto, seguramente, conoceremos con otro nombre esta bella casona. No voy a entrar en bizantinas discusiones sobre cómo debe llamarse el futuro museo. Ahora solo pretendo escribir, brevemente, cómo se llegó a la elección de este edificio para albergar la colección Puget.

Conocí a Narcís Puget, hijo, una Navidad de los sesenta, no recuerdo exactamente qué año. Visité al pintor en su estudio de Vara de Rey y quedé admirado por tanto color propio y paterno. Deseaba adquirir un cuadro de su padre y, por consejo del amigo y pintor Ferrer Guasch, me quedé con una tela que representa una fiesta ibicenca. Puget había recogido una atmósfera veraniega de cualquier rincón isleño, posiblemente Santa Eulalia.

Pero lo importante no fue el óleo que adquirí. Lo trascendente fue la amistad que trabamos a raíz de aquel encuentro. No nos veíamos mucho. Lo suficiente para no importunarnos. De tarde en tarde paseábamos por el puerto de Vila y un día me insinuó que tenía una gran ilusión. Pero no me dijo cuál.

El tiempo iba transcurriendo y nos veíamos más a menudo porque la Gran Enciclopèdia Catalana solicitó a mi hermano Vicent -licenciado en historia del arte- que escribiera la biografía de los pintores Puget. Ahora ya éramos tres en las tertulias portuarias que transcurrían densas en arte e ibicenquismo. A veces, en algún café, las tardes se hacían espesas por el humo de la pipa de Narcís.

Sobre Puget Viñas, Vicent escribió lo siguiente para la Enciclopèdia catalana: « Eivissa com a únic tema seria el mòbil de tota la seva obra... Traduí el paisatge eivissenc a partir dels anys quaranta; abans només ho havia fet com a marc de les figures...El seu llegat el consagra com un dels millors impressionistes hispànics...»

De Puget Riquer dijo mi hermano: « Fidel traductor del paisatge, les marines i la gent d'Eivissa, els retrats que féu del seu pare -evocadors de la testa leonardesca- basten per a qualificar-lo d'excepcional».

A finales de los setenta el Gobierno de España tuvo a bien nombrarme delegado del Ministerio de Cultura en las islas de Ibiza y Formentera. Una de las primeras visitas que recibí fue la de Puget, acompañado por Ferrer Guasch. Al tiempo que don Narcís se iba secando los ojos, me comunicaba su intención de donar al Estado español lo mejor de su obra y la heredada de su padre.

Las calles y rincones de Dalt Vila fueron, desde entonces, el escenario de nuestros paseos y conversaciones. Buscábamos, ilusionados, un lugar digno donde perviviera la obra y la memoria de dos grandes pintores ibicencos: los Puget, padre e hijo. No teníamos en cuenta ni propietarios de edificios ni futuros problemas.

El Castillo, entonces semiderruido, nos parecía demasiado grande. La Curia, muy pequeña. Del viejo Hospital, solo quedaban los escombros. El Hospitalet, estaba comprometido para otros fines ¿Dónde colgaríamos la colección?

Una tarde de verano nuestro paseo se prolongó más de lo habitual por las calles de Dalt Vila. Bajábamos por el carrer Major flanqueados por la historia y la heráldica.

El maestro estaba algo nervioso. No cesaba de preguntarme temas sobre la historia de Eivissa. Era hombre de extraordinaria curiosidad y sensibilidad. Puedo decir que le vi llorar muchas veces. Pero había llegado el momento de la elección del futuro museo. Puget señaló con su índice una hermosa casa de estilo gótico catalán: -Aquí estarem mon pare i jo. Can Comasema fue la elegida.

La maquinaria administrativa se puso en marcha y los proyectos se iban haciendo realidad. Su Majestad el Rey Juan Carlos estampó su firma aceptando la donación de don Narciso Puget y las obras de restauración de la vieja casona salieron a subasta.

Se solventaron muchos problemas que iban surgiendo hasta que el Ayuntamiento de Eivissa -no sé si le hubiera gustado al donante- se hizo cargo del legado cultural de tan egregios artistas ibicencos. Tomada esta decisión, en la que yo no tuve ni arte ni parte, debe contar, ahora, con todo nuestro apoyo con la certeza de que, llegado el momento, el pueblo ofrecerá a Puget el homenaje de gratitud reservado solo a los hombres cuyas gestas perduran en el tiempo.

Todos debemos colaborar para que el museo abra cuanto antes sus señoriales salas de viejos artesonados y espléndidos miradores. Y para ello no debemos tener en cuenta más colores que los de aquellos cuadros ante cuya contemplación vibraremos de orgullo y nostalgia.

Texto extraído del libro 'Memòria escrita', del que es autor Joan Marí Tur, 'Botja', y que ha sido publicado por Balàfia Postals