Recuerdo que fuimos Juan José Ribas y yo. Llegamos puntuales a la cita y nos recibió una secretaria elegantísima y guapa. Nos ofreció un café y, al poco rato, se sumó el presidente y su secretario particular. Al humo de unos Ducados, la conversación giró en torno a los problemas de Ibiza, con alguna pincelada sobre la situación en España en general. Salimos al exterior. El tiempo era espléndido y el fotógrafo comentó que la luz era perfecta. Nada de poses. Todo debía ser natural.

Anduvimos entre árboles y rosales charlando distendida y agradablemente. Todo salió como estaba previsto. La pena fue que, a pesar de la buena imagen del presidente Suárez, no gané las elecciones. Menos mal que, como dice mi padre en sus Memorias, triunfé en Sant Josep, mi pueblo. (El que no se consuela es... porque no quiere).

Era el año 1979. A la sazón yo era delegado de Deportes y recibí una llamada secreta de un Ministro en la que me comunicaba que el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, venía a Ibiza a pasar unas vacaciones acompañado por su amigo, y también Ministro, Abril Martorell. Pensé que debía aprovechar la ocasión para pedirle algo en beneficio de nuestra isla.

El presidente pasaba las jornadas en el yate que había alquilado, recorriendo los parajes de las Pitiusas. Por cierto, sus adversarios políticos ibicencos dijeron que el barco lo pagábamos los españoles. El contestó diciendo que los gastos de alquiler corrían a cargo suyo y de las personas amigas que lo acompañaban. Además, añadió, «un hotel de cierta categoría me hubiera costado, más o menos, lo mismo».

Mis buenos servicios de información me comunicaron que el presidente iba a cenar a un restaurante del Paseo Marítimo de Ibiza, cuyo nombre no pongo porque lo cambian cada dos o tres temporadas. Y allí que nos fuimos Juan Gallego -secretario de la Delegación de Deportes- y yo. Nos sentamos en la terraza, relativamente cerca de donde estaba Adolfo Suárez y tomamos el aperitivo.

Yo había cogido un tarjetón con mi nombre y cargo y escribí lo siguiente: «Querido presidente y compañero de partido. Te agradecería me concedieras una visita para hablar de un tema que beneficiará a Ibiza. Disfruta de tus vacaciones. Un abrazo». Entregué la misiva al jefe de seguridad y, a los postres, ya tenía la respuesta: «Mañana, a las 20.30 te espero en el barco».

A la hora en punto estábamos los tres. Yo me había permitido la licencia de invitar a Juan José Ribas Guasch por dos motivos. Uno, porque sabía que le hacía ilusión y, segundo, porque era un cargo importante de mi partido, la UCD. En la cubierta del barco nos recibió el presidente, deportiva y elegantemente vestido. No dejaba de fumar. Nos invitó a tomar un refresco e inmediatamente me dijo:

„A ver, qué quieres para Ibiza.

Le contesté:

„La iluminación de la catedral y las murallas que miran a esta parte de la ciudad que da al puerto.

Ya iba anocheciendo y le añadí:

„La próxima vez que vuelvas ya debes ver iluminada la ciudad.

Y llamó a Abril Martorell y le dijo:

„Ponte de acuerdo con Juan Marí y, si se puede, concédele lo que pide.

Salimos realmente satisfechos. Me puse a trabajar conjuntamente con Miguel Amengual, delegado en Ibiza del Ministerio de Obras Públicas, organismo que se haría cargo del proyecto y de su realización. Al año siguiente, con motivo de la inauguración del Congreso de Cultura Pitiusa, que coincidió con el día de Santa María, desde las terrazas del hotel El Corso, contemplamos la iluminación de las murallas y la Catedral. Suárez me mandó un cariñoso telegrama excusando su asistencia. Años más tarde, a propuesta del Ayuntamiento de la Ciudad, se completó la iluminación de todo el perímetro amurallado construido por Calvi y el Fratín.