Amelia Tiganus duerme, cada noche, con una luz encendida. Hace doce años que una lucecita vela sus sueños. Y sus pesadillas. Así, cuando se despierta en la oscuridad de la noche sabe, inmediatamente, que se encuentra segura. Lejos de uno de los 40 prostíbulos por los que la mafia de trata de personas que la captó en su Rumanía natal la paseó durante los cinco años que pasó en situación de prostitución. Hace doce años que dejó eso atrás, pero aún necesita una luz para dormirse: «Físicamente salí de allí, pero con todo lo que implica haber sobrevivido a ese campo de concentración. Cada día es una lucha constante».

Así lo explicó ayer en la última de las conferencias de la primera sesión de las jornadas Prostitución y Salud, celebradas en la UIB y organizadas por Metges del Món, el Consell de Eivissa y el Área de Salud Pitiusa. Amelia, que forma parte de feminicidio.net, explica ella misma, no era «carne de prostíbulo». Era una buena estudiante. Con inquietudes intelectuales. La mayor de dos hermanas en una familia de clase obrera. «No estábamos en la pobreza», insiste. Todo eso, sin embargo, cambió cuando, con apenas 13 años, sufrió una violación múltiple. «Mi propio entorno me rechazó, me estigmatizó. Me quedé en una situación vulnerable. Me resigné», recuerda. Así, con 17 años Amelia dejó los estudios y le llegaron los cantos de sirena de «las bondades» de la prostitución. «Me vendieron por 300 euros», recuerda. Y la enviaron a España, donde la movieron por 40 prostíbulos en cinco años.

«El engaño no es sólo que te digan que vas a trabajar como bailarina o camarera y que en un par de años estarás bien. También te ocultan las secuelas físicas y psicológicas», explica Amelia, que denuncia el velo de romanticismo con el que algunos envuelven la prostitución. «Consiste en ser penetrada vaginal, oral y analmente, ser usada, degradada y tirada. Que te traten como a un clínex», define Amelia, que confiesa que, por si eso no fuera poco, se sentía responsable de esa situación: «Como si no mereciera ayuda o no fuera una ciudadana de derecho».

Cinco años, 40 burdeles

Durante aquellos cinco años pensó muchas veces en cambiar su vida, pero «las cadenas psicológicas» eran demasiado fuertes. Le habían hecho creer que fuera de la prostitución no había nada, un abismo. «Los puteros y los proxenetas consiguen que te creas la idea de que sólo sirves como objeto. Es un sistema de coacción muy perverso», afirma. Durante aquellos cinco años su vida giraba alrededor de los deseos de otros. No comía cuando tenía hambre sino cuando la dejaban. Y lo mismo para dormir. No puede contar las veces que se vio obligada a interrumpir su sueño «para interpretar la performance de la puta feliz» delante de los clientes. «Era necesario hacerlo para poder pagar la habitación en la vivíamos hacinadas», recuerda Amelia, que define como «tortura» esos encuentros con los clientes. «Eso es lo que la sociedad no entiende. La gente lo sabe, pero mira hacia otro lado y calla», indica la conferenciante, que asegura que cuatro de cada diez hombres son consumidores de prostitución.

«Hay una alianza entre puteros y proxenetas muy potente», asegura antes de negar de forma tajante que haya un perfil de hombre que recurre a la prostitución: «Hay jueces, policías, fiscales, herreros, sindicalistas, empresarios...». Eso sí, Amelia los agrupa a todos en tres tipos: los majos, los machos y los misóginos. «Muchas veces se dice que sólo quieren hablar y no. No hay ninguno que sólo quiera hablar», comenta antes de detallar estos tres tipos. Curiosamente, los «majos» eran, para ella, los peores: «Quieren caricias, manoseos... No sólo pagan por penetrar un cuerpo sino que creen que han pagado por algo que no se puede comprar. Requieren una atención constante y no te permiten evadirte. Es una tortura física y, además, psicológica».

Los machos son aquellos cuya hombría «depende del número de mujeres a las que penetran» y que, además, tienen la pornografía como referencia. «Cada vez son más y más jóvenes. Es peligroso. Será un problema», alerta. Los terceros, los misóginos, son los que disfrutan humillando a las mujeres. «Les gusta ver el miedo en tu mirada», indica Amelia, que detalla que estos hombres se han refugiado en la prostitución «porque cada vez tienen menos espacios en los que pueden mostrar esa misoginia». «Son brutales y el cuerpo de la mujer es su campo de batalla», insiste. Tirando de este hilo destaca que entre 2010 y 2018 «ha habido 48 mujeres asesinadas por puteros».

Amelia salió de la prostitución «por colapso físico y psicológico». «Llegó un momento en el que no era capaz de hacer esa performance de la puta feliz», recuerda. «Me dejaron marchar. A mucha gente le sorprende cuando lo cuento, pero es que ya no les servía. Era un producto al que le habían sacado todo el jugo. Yo me marchaba y en la puerta había tres chicas de 18 años con los mismos sueños que tenía yo y creyendo en un par de años podrían recuperar su vida», continúa. La salida no fue fácil. Tras la prostitución lo único que tenía delante era «la nada».

«Yo te creo»

Reconoce que tuvo suerte. Encontró un trabajo y, sobre todo, un entorno amable que ni la juzgó ni puso en duda su palabra: «Me dijeron 'yo te creo'. Ese yo te creo que últimamente hemos repetido tanto y que también debe valer para las mujeres en situación de prostitución». Descubrió el feminismo. Se formó. Y salió a la calle: «No nos podemos salvar solas. Ninguna puede». También ha encontrado un hombre que la quiere y la respeta: «Me ha enseñado que teniendo el poder puedes no usarlo. Soy libre».

Han pasado doce años de aquella salida del último prostíbulo y, aunque el activismo la ha ayudado mucho, el proceso está siendo largo y complicado. Ha tenido que aprender a vivir con algunas de las secuelas, un aprendizaje que se ha convertido en un trabajo de cada día. Tiene que lidiar con trastornos de la alimentación. Y con la ansiedad. «Tengo que asimilar y aceptar que me ha pasado algo terrible y que es probable que haya cosas que no se marchen nunca», indica. Por eso, hace doce años que una luz vela el sueño de Amelia Tiganus: «Sin esa luz, si me despierto no sé si estoy en casa o en un prostíbulo. Siento pánico. Quiero escapar. La luz encendida me devuelve al presente. A la realidad».