En 1847, bajo el reinado de Isabel II, se ordena la construcción del faro de Formentera, o de la Mola. Pero no será hasta 1861, concretamente el 30 de noviembre, cuando entre en funcionamiento. Un siglo y medio después, los 12 haces de luz que proyecta la óptica original, tallada a mano, de este faro de segundo orden, siguen atrayendo no solo a los barcos que pasan por debajo de los acantilados del este de Formentera, sino a los miles de turistas que acuden a observar este monumento, declarado Bien de Interés Cultural.

Con la llegada de los sistemas de automatización y después de control remoto los fareros, tal y como se entendían en el siglo pasado, han ido desapareciendo y ya no viven en los faros, con la excepción de que en España aún 40 de estos profesionales siguen ocupando estos edificios.

El último farero de Formentera fue Javier Pérez de Arévalo, que en 2001, junto con su mujer Kole Seoane, publicaron 'El far de Formentera (la Mola)' (Editorial Mediterrànea-Eivissa), en el que recogen la historia del faro de la Mola desde su construcción hasta nuestros días.

Actualmente, Pérez de Arévalo es técnico de sistemas de ayuda a la navegación, que es como se llaman ahora los fareros de siempre. Su trabajo consiste en realizar el mantenimiento de todos los faros y balizas de Mallorca. Pero entre 1989 y 2001 vivió en el faro de la Mola.

Recuerda que esta señal luminosa jugó un papel muy relevante sobre todo en el momento en que se construye: «Este faro pertenece al primer plan de alumbrado marítimo de 1847 y lo que se estaba balizando era el extremo este de la isla que es la parte más meridional del archipiélago balear; junto con sa Conillera y es Freus se estaba balizando una carencia importante, ya que había cantidad de naufragios y era necesario poner luz a esa oscuridad que había en las Pitiüses». Esta señal luminosa se eleva 142 metros sobre el nivel del mar gracias a la torre de color blanco que mide 22 metros. El alcance de la luz llega a las 23 millas náuticas, con destelló cada cinco segundos.

Reconoce que actualmente, desde el punto de vista de ayuda a la navegación, este faro es importante, aunque esa antigua dependencia de los navegantes a los faros se ha ido relajando con la aparición, sobre todo, del GPS.

Desde el punto de vista patrimonial el faro tiene también un valor excepcional. El último farero lo describe con pasión: «Estamos hablando de una construcción única que mantiene la única linterna de Balears, de segundo orden, de esa época [1861], también es el único faro de Balears que tiene una óptica de doce haces, lo que lo convierte en un espectáculo nocturno luminoso para los turistas y, luego, el enclave en el que se encuentra es privilegiado».

El mantenimiento del faro de la Mola ha ido evolucionando en cuanto a su fuente de alimentación. En toda la documentación recogida por Javier Pérez Arévalo se diferencian varias épocas. Al principio era «aceite de oliva extra» el que se utilizaba para generar la luz, teniendo en cuenta que debía estar encendido una media de doce horas diarias, lo que representaba un importante consumo diario. Con este tipo de combustible estuvo funcionando desde su inauguración hasta 1883.

Después llegó la parafina de Escocia, que se traía desde Glasgow, y que se utilizó hasta 1901, cuando llegó el petróleo. Este combustible fue el que alimentó la instalación hasta la llegada de la luz eléctrica en 1971 y con ella el automatismo no solo de este faro, sino de todas las señales luminosas que ya lo hicieron en esos años. Incluso, a principios de siglo, hubo otras alimentadas por gas que ya eran automáticas.

Los fareros

El faro de la Mola representó mucho más ya que llegaron a vivir y trabajar en distintas épocas hasta el 2001, unas 90 familias. La última fue la de Javier Pérez de Arévalo, que llegó en 1989 y que junto a su familia fue el último en vivir en este edificio. El técnico en señales luminosas recuerda: «Por el faro de la Mola, en toda su historia, han llegado a pasar 90 torreros, con sus familias. Al principio había tres torreros viviendo en el faro y a veces las relaciones entre las familias, dentro del faro, eran muy complicadas. Concretamente, en la Mola hubo unos cuantos follones y en s'Illa des Penjats, más, era muy complicado».

El faro de la Mola, en su primera época, recibía una vez a la semana la correspondencia y los suministros, que llegaban por mar a Cala Codolar, desde donde se subía por un camino abierto a propósito en el acantilado para llegar al faro.

Actualmente, todas las señales luminosas se monitorizan por control remoto. En el caso del faro de la Mola, este sistema se implantó en 2002:«Quizá porque yo estaba allí, me fuí en octubre de 2001, aunque este sistema de telecontrol se empezó a implantar en los años noventa», recuerda el último farero, que está asesorando a la empresa encargada de dar contenido al centro de interpretación del Mar y de las señales luminosas.

El centro del 'Faro de la Mola'

El Consell de Formentera, tras un convenio con la Autoridad Portuaria de Balears (APB), abrirá este mes el centro 'Faro de la Mola', que ocupará las antiguas viviendas de los fareros. En cambio, el acceso a la torre y a la óptica queda restringido y solo puede acceder el personal de la APB.

El contenido que los visitantes podrán disfrutar en este centro tendrá que ver con su historia, que se contará mediante paneles informativos, objetos relacionados con el faro y vídeos con testimonios directos de fareros que vivieron durante años allí. Otra sección estará dedicada a la relación del hombre con el mar, con todas las actividades que ha desarrollado en este medio. El transporte y la pesca serán algunos de los temas, con la exposición de objetos y piezas relacionadas de la colección etnográfica, adquirida por el Consell. Otro espacio se dedicará a las exposiciones temporales y en el exterior a la celebración de conciertos y actividades al aire libre que encajen en ese entorno.

La consellera de Cultura del Consell de Formentera, Susanna Labrador, explicó que en estos momentos la empresa contratada está acabando el proyecto y que la previsión de apertura «será durante este mes de mayo», aunque no se atrevió a precisar una fecha concreta.

Labrador manifestó que el centro abrirá todo el año y estará gestionado directamente por el Consell de Formentera. Esto requerirá la contratación de personal de atención al público y de un técnico más de Patrimonio. En cuanto a su apertura diaria, está previsto que entre mayo y octubre esté abierto todos los días de la semana, en horario continuo, y en invierno se abra unos días a la semana, en función de la demanda de visitas. El coste de restauración realizado alcanza casi los 800.000 euros y el proyecto museístico asciende a unos 180.000 euros, aportados con fondos del Consell de Formentera.