Frío. Es la primera sensación al entrar en uno de los ocho quirófanos del Hospital Can Misses. Es, también, una de las que más recuerdan los pacientes, explica Teresa Nogueiras, coordinadora de Anestesia. Las salas de operaciones están siempre a entre 18 y 21 grados. Cuanta menos temperatura, menos riesgo de infecciones, justifica. Aún no ha entrado el primer paciente en el quirófano 3, donde esta mañana están previstas seis operaciones de cataratas, y la temperatura es de 18,3 grados. «Los cirujanos, entre la bata y las lámparas, acaban teniendo calor, pero los pacientes sienten frío», explica Nogueiras. Por eso se les cubre con una manta térmica. En el caso de los niños, se extreman las precauciones del control de temperatura, cuanto más pequeño es, más peligro de que sufra una hipotermia.

Con frío ha llegado a la sala de preanestesia una paciente a la que van a operar de la rodilla. La sábana con la que cubren su cuerpo desnudo no es suficiente. La propia Nogueiras se apresura a colocarle otra sábana mientras uno de los celadores busca una manta. No son aún las ocho de la mañana y en ese momento hay dos pacientes a punto de entrar en quirófano. En toda la jornada se realizarán 19 intervenciones programadas, más las de urgencia.

Hace sólo unos minutos, a las 7.38, que se ha encendido la luz de los quirófanos. El bloque quirúrgico despierta a las siete y media, cuando llega Sonia García, auxiliar. Es la primera. Cuando sale por la puerta del vestuario, colocándose el gorro, el espacio está tranquilo. En silencio. Revisa el parte quirúrgico del día y comienza a preparar lo necesario para que los pacientes entren en quirófano. «¿Tenemos niños?», pregunta cuando uno de los encargados de trasladar a los pacientes a la zona de quirófanos asoma por la puerta. Si los hay, al equipo de quirófano, que en un día normal puede estar formado por medio centenar de profesionales, se suma la Enfermera Lalala, la marioneta que ayuda a reducir el miedo de los niños al quirófano.

Sonia e Inma Alcázar, enfermera, preparan los sueros antes de que lleguen los pacientes. Hay cinco, pero ellas siempre disponen uno más. Por si acaso. «Por si llega alguien de urgencia, por si se ha roto uno...», relata mientras el espacio empieza a parecer un hormiguero. Del vestuario salen enfermeras, auxiliares, celadores, médicos... A las 7.54 cruza la puerta el primer paciente. Sonia e Inma revisan que todo esté bien. Que le hayan puesto la pulsera identificativa, que no lleve nada metálico, que la información sea correcta, que todos los análisis estén hechos...

«La primera hora es el momento más complicado», comenta José Carayol, supervisor de Quirófano. Los primeros pacientes llegan todos a la vez. Hay que prepararlos a ellos y las salas de operaciones al mismo tiempo. Perdiendo el menor tiempo posible. Un retraso a primera hora supone demorar toda la actividad de la mañana y eso, en ocasiones, puede llevar a tener que suspender la última operación prevista. Con lo que ello supone para el paciente, por eso se hace todo lo posible para evitarlo. Es el propio cirujano el que decide el orden de las intervenciones, explica Nogueiras camino de los quirófanos, donde la actividad es frenética. En el número 3, Sandra y Asmaa se afanan preparando la medicación que necesitarán los pacientes. «Tenemos que anticiparnos a todo lo que pueda hacer falta», define Sandra. Trabaja concentrada y sin apenas respirar.

En el quirófano 7 Juancho Molina, anestesista, se lava con cuidado las manos. A su espalda, el urólogo Thomas Waekerle prepara la operación: un tumor de vejiga. «Se hará con anestesia raquídea», explica Nogueiras, que recuerda que el paciente puede escoger si quiere ser consciente de la operación o no. La mayoría escogen la segunda opción. Waekerle lo tiene claro: «Es la que yo escogería», opina mientras se pone la mascarilla. La coordinadora asiente. Y eso que son conscientes de que la que te permite enterarte de lo que pasa durante la intervención tiene menos riesgo de complicaciones. «El paciente, lo que quiere, es no saber qué está pasando». Mientras Molina duerme al paciente, Waekerle, ya en la sala, comprueba todo de nuevo y se dispone a comenzar la operación. Lo hará con música, como siempre. «Es la play list del Q7», comenta el urólogo, que confiesa que, para operar, siente debilidad por la música de los años 80.

En el quirófano 2, el dedicado a Cirugía Vascular, se preparan para una intervención con anestesia general, una fístula arteriovenosa para diálisis. Jesús Alonso, anestesista, entra en la sala a realizar las últimas comprobaciones mientras Pepi, María y Yaiza preparan el espacio. Han tenido que cambiar uno de los aspiradores, que no funcionaba, explica Pepi antes de que llegue el paciente.

Preparación minuciosa

En la mesa de operaciones del quirófano 6 está ya sentada la paciente. Es la mujer que a primera hora de la mañana, en la zona de preanestesia, tenía frío. La operan de la rodilla. El quirófano 6, que generalmente utiliza Traumatología, es de los más grandes. Sólo hay que ver cómo las enfermeras preparan el instrumental para entender por qué. Alrededor de la mesa de operaciones hay otras tres tablas en las que colocan decenas de herramientas y piezas. Las van sacando de unas cajas numeradas, cubiertas con un paño estéril de color azul y selladas con una cinta amarilla y negra. Carayol, que también es responsable de esterilización, explica que esto es para evitar que esté en contacto con el aire el menor tiempo posible y reducir, así, la posibilidad de infección. Nogueiras explica que Traumatología es una de las especialidades en las que este riesgo es mayor. Una de las profesionales lleva, sobre la mascarilla, una pantalla de plástico que le cubre los ojos. Nogueiras y Carayol explican que se trata de una protección. No es extraño que en una intervención de esta especialidad acaben saltando líquidos, esquirlas o alguna pieza.

La preparación de este tipo de intervenciones es tan minuciosa que, en ocasiones, puede durar casi tanto como la operación. No sólo hay que preparar todo el instrumental, sino también colocar a la paciente. No siempre es fácil encontrar la postura adecuada, asegura Nogueiras. Intentan que el usuario sea lo menos consciente posible de ese tiempo. Hay un reloj en la sala, pero, una vez tumbada, no lo ve. Tampoco ven el San Blas colocado en una de las ventanas que conecta la sala de operaciones con el antequirófano. Es una herencia del anterior jefe del servicio, Tur Roselló. «Siempre mentaba a San Blas en el quirófano, así que cuando se jubiló, nos lo quedamos», apunta el traumatólogo antes de entrar en la sala de intervenciones, donde en esos momentos hay ya siete personas: la paciente, un anestesista, dos enfermeras, una auxiliar y dos traumatólogos.

Cuando se disponen a comenzar la operación el reloj de quirófano marca las 8.55. Justo en ese momento sale, del quirófano 7, el primer paciente operado de la mañana. Lo conducen a la sala de despertar. El mismo rumbo que seguirán, hasta las tres de la tarde, cuando el quirófano cierre, otros 18 pacientes. Algunos de ellos esperan ya en preanestesia. Sonia e Inma les preparan. Los celadores los cubren con sábanas y mantas. Ya saben, el frío.