Forola se planta con seguridad delante de sus compañeras. Un total de 23. Además de Harris, el único chico. Se dirige a ellas en malgache. Durante unos segundos parece que cunde el caos. Parece. Pero no. Tras un pequeño silencio las 23 voces llenan cada rincón de es Polvorí de Dalt Vila. Fuertes. Claras. Vivas. Da igual que delante de ellas apenas estén un par de periodistas y los voluntarios que las acompañan. Ellas cantan. Y sonríen. Sobre todo sonríen. Con las bocas y con los ojos. Sus voces se cuelan por los oídos del privilegiado público, recorren cada rincón del cuerpo y vuelven a salir por la piel erizándola. Cantan en malgache, idioma que sólo ellas en la sala dominan, pero los gestos que acompañan sus palabras dejan intuir algo sobre la letra. Parece hablar de escritura, de nuevos días, de esperanza...

Y sí. La canción, ´Inty misy ankamantatra´ (´Esto es un enigma´) habla de levantarse por la mañana e ir al colegio sin desayunar con el sueño de tener un futuro, explica José Luís Guirao, presidente de Agua de Coco, ONG que trabaja por la educación de los niños en las zonas más pobres del país africano. Guirao y siete voluntarios acompañan a las 23 chicas y Harris, integrantes del Malagasy Gospel, que recala en Ibiza dentro de su gira de este año. Ayer actuaron con los coros infantil y juvenil Ciutat d´Eivissa y hoy a las seis de la tarde lo harán en el Palacio de Congresos, dentro de la jornada solidaria ´Juntos por la infancia en Navidad´, organizada por la ONG ibicenca Juntos.

Niñas en minas de zafiro

«Tsiky, tsiky, tsiky», se dicen unas a otras. Dos de las voluntarias que las acompañan en su gira ´Mil voces´ consultan una pequeña libreta en la que van apuntando algunas palabras en malgache. «¡Sonrisa!», comentan al encontrarla en la lista, que crece poco a poco.

Las niñas sonríen todo el tiempo. Nadie se imagina las duras historias que llevan a sus espaldas. Guirao explica que muchas de ellas eran víctimas de la explotación infantil. «Trabajaban de sol a sol por cuatro euros al mes», relata. La mayoría lo hacía en las minas de zafiro. «Cavaban hoyos para encontrar los zafiros que luego se pone la gente en este mundo», continúa. Ninguna de ellas estaba escolarizada y su futuro pasaba por seguir explotadas. Guirao asegura que tener la opción de ir a clase y formar parte del coro les garantiza un futuro mejor. De hecho, el colegio en el que ambas asociaciones tienen previsto construir aulas (dos de Primaria y tres de Secundaria) se llama, precisamente, Colegio los Zafiros, ubicado en la zona de Tulear «una de las ciudades más desfavorecidas de la costa suroeste de Madagascar». El proyecto en el que las dos ONG trabajan juntas ayudará a 240 menores en situación de extrema pobreza, apuntaron Ramón y Guirao en la rueda de prensa, a la que asistió también Catalina Bonet, concejala de Recursos Humanos y Parroquias de Santa Eulària.

La de Forola, segunda directora del Malagasy Gospel, es una historia un poco diferente. «No podía andar», relata ella misma, ya sentada y rodeada de sus compañeras. Tenía un problema en el tendón de Aquiles y necesitó varias operaciones para poder poner un pie delante de otro y subir, sin problemas, la empinada cuesta de sa Carrossa. Habla seria, pausada, mirando a los ojos aunque sabe que quien le pregunta por su vida no entiende su idioma.

Sarozy tiene 15 años y es tremendamente vergonzosa. Para ella, al igual que para sus compañeras, ésta es la primera vez que visita no ya Ibiza, sino Balears. Asegura que, de momento, le ha gustado «todo» lo que ha visto. Aunque le cuesta, finalmente vence su timidez para confesar que lo que más le ha sorprendido al llegar a Ibiza ha sido ver «lo limpia que está la ciudad». Comentario que seguro que le vale el cariño infinito del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Ibiza.

Las chicas, de entre 13 y 17 años, se muestran tímidas a la hora de hablar. Nada que ver con la desenvoltura que han mostrado a la hora de cantar. Ni con el desparpajo con el que, llegando a es Polvorí para la rueda de prensa, gritaban y saludaban con la mano a quienes les esperaban en Dalt Vila. Ni, mucho menos, con la guasa con la que posan todas juntas para la foto de grupo.

Rosina, pizpireta y osada, levanta la mano cuando Guirao pregunta quién quiere hablar. Tiene catorce años y está emocionada por lo que está viviendo en la gira de este año: «Me ha gustado mucho venir aquí, con mis amigos. Hemos visto cosas que no habíamos visto nunca». Le ha gustado el avión. Y sobre todo el barco -«sambo», en malgache-, donde también han cantado, explica Judith, de comunicación de Baleària, que patrocina los conciertos del coro.

La soltura de Rosina sirve de estímulo a las demás, que, al verla de pie, hablando con desenfado, moviendo las manos y sin dejar de sonreír, se animan. A Fredaline confiesa que de Europa le han impresionado las carreteras, sobre todo el cruce de varias de ellas a diferentes niveles. «Los semáforos; en Madagascar no hay», apunta Arena, alzando la voz. «El ascensor, la máquina que te sube», indica Inu, a la que sigue una lluvia de voces explicando todo lo que les ha sorprendido en este viaje: los pizzeros haciendo girar la masa sobre sus dedos, los altos castillos, la nieve que vieron en Andorra y, sobre todo, las peluquerías caninas, que siguen sin creer que puedan existir.

El guirigay de las sorpresas se queda en silencio cuando una de las niñas, observadora, señala uno de los cuadros de Tomeu Coll que se exponen en la sala. En él se ve la silueta de África, pero no hay ni rastro de Madagascar. «No aparece», comentan todas a una. «Se le ha olvidado», concluyen.