El cambio de estación provoca en las playas pitiusas auténticas oleadas de varamientos de medusas, que llegan a miles a la costa arrastradas por las corrientes y mueren sobre la arena, creando alfombras de gelatina. No es un fenómeno inusual, y es frecuente en los meses de abril y mayo y tras los temporales, pero las escasas lluvias y las altas temperaturas de un invierno suave pueden favorecer este año su llegada. De la misma manera que pueden contribuir a un verano con más medusas en el litoral.

La especie que predomina en estos enjambres varados es la más conocida y común Pelagia noctiluca, la que ocasiona la mayor parte de las irritantes picaduras veraniegas, pero tampoco es raro encontrar, entre los restos de aguamalas varadas, a la peculiar barqueta de Sant Pere o medusa velero (Velella velella), una especie pelágica de superficie muy apreciada por las tortugas marinas. De hecho, al sur de Formentera, las grandes concentraciones de Velella velella en altamar, propiciadas por los giros ciclónicos de aguas superficiales, congrega cada año en la zona a muchas tortugas bobas (Caretta caretta), sobre todo juveniles. Este fenómeno se recoge en diversos informes sobre la conservación de este quelonio, y el estudio de WWF/Adena 'Tortuga boba: situación, amenazas y medidas de conservación', en referencia a esta área concreta de alimentación, señala que «es habitual la observación en mar abierto de grandes concentraciones de tortugas entre las mareas de medusas». Un auténtico festín en el que las tortugas aprovechan que la comida se encuentra en superficie para calentarse al sol, como quien desayuna en la terraza.

Y según la información recogida por el Ministerio de Medio Ambiente sobre las plagas de medusas, el año 2000 se registró en las islas la mayor proliferación de Velella velella de la que se tiene constancia, «hasta el punto de que, a mediados de mayo de ese año, las aguas costeras y playas de Cataluña e Islas Baleares eran totalmente azules por la abundancia de esta especie». Al parecer, la costa de Sant Antoni fue la más afectada por la llegada masiva de este zooplancton gelatinoso. Sin embargo, estas plagas son inofensivas, ya que las barquetes de Sant Pere, si bien poseen veneno urticante, no son peligrosas para el ser humano. Su acumulación en las playas, eso sí, deja un penetrante y desagradable olor a podrido; en caso de permanecer un rato en la zona en la que estos animales se estén descomponiendo, fotografiándolos, por ejemplo, no habrá nada, durante el resto de la jornada, que haga desaparecer su hedor, que se queda impregnado en las ropas, en la piel y en la memoria durante horas.

Imagen de la base en la que se observa la colonia de hidrozoos colgando del círculo.

La barqueta de Sant Pere no es, para ser precisos, una medusa, sino una colonia de hidrozoos flotante, un sifonóforo, que se caracteriza por la cresta triangular que, como una vela, permite que el viento la propulse por la superficie del agua. Y aunque es parte de un hábitat en el que ya predomina el azul, su base destaca por un tono muy intenso, un azul lapislázuli, sobre todo al quedar los individuos varados sobre la arena clara. Es en esa base, una especie de flotador con cámaras de aire concéntricas, donde se encuentra la colonia. Puede alcanzar un tamaño de unos ocho centímetros, aunque, por regla general, los ejemplares suelen ser algo más pequeños. En Cataluña y zonas de habla catalana, como última curiosidad, se conoce a este animal como barqueta de Sant Pere por la unión del aspecto del sifonóforo y la relación de San Pedro, el pescador, con el mar. Este nexo explica también el nombre común del pez Zeus faber, el conocido gall de Sant Pere.