Los miembros de la Colla de Labritja, ataviados con los trajes tradicionales, no quitaban ojo al cielo mientras contemplaban el desfile de carros. Querían que las nubes diesen sombra al día grande Sant Llorenç y de paso, poder actuar sin padecer el sofocante calor de años anteriores.

«No estoy nerviosa, solo pienso en que el cielo permanezca nublado cuando bailemos», destacó Patricia Torres, que con tan solo 21 años ya lleva más de quince bailando. Junto a ella estaban las madres de los miembros más pequeños de la colla, muy pendientes de que los bailarines tuviesen el fajín bien apretado y de saludarlos en cada una de las tres vueltas que el desfile de carros de caballos dio a la plaza de la iglesia.

Adriana, Mercedes y Neus comentaron que para los niños es un día muy especial y que pese al calor, «merece la pena». Sus hijos, Nicolás y Joan, no pararon de sonreír mientras desfilaban sobre uno de los tres grandes carros de barana. Tras ellos, marchaban otros siete cabriols, uno de ellos tirado por un poni blanco.

Como manda la tradición, el día de Sant Llorenç comenzó con el repique de campanas a las nueve de la mañana. A las doce, llegó el turno la misa solemne oficiada por el obispo de Ibiza, Vicente Juan Segura, y el sacerdote Vicente Tur Palau. Mientras fuera los más avispados iban cogiendo asiento en la plaza, en la iglesia no cabía ni un alfiler y fueron muchos los que tuvieron que quedarse de pie, tras las últimas filas. El presidente del Consell, Vicent Torres, y el alcalde de Sant Joan, Antoni Marí, ´Carraca´, asistieron a la homilía. El sacerdote Tur Palau les dio las gracias «no solo por la colaboración y la ayuda material, también por la presencia», señaló el párroco. La eucaristía estuvo amenizada por veinte miembros de los coros de Sant Llorenç, Sant Joan y Cala de Sant Vicent, que entre otras piezas interpretaron el himno del santo.

Los feligreses abandonaron la parroquia para acompañar a la procesión de Sant Llorenç. Cuando las imágenes religiosas volvieron a la iglesia, arrancó el desfile de carros. Los miembros de la Colla de Labritja subieron con dificultades a los carruajes, por culpa de la indumentaria, sobre todo la de las mujeres.

Una colla con muchos niños

Tras dar las tres vueltas a la plaza sobre los carros de caballos, los miembros de la colla se situaron para bailar pagès. Llama la atención que la mitad de los integrantes sean niños, lo que «da un aire rejuvencedor a la colla», según comentó Vicente Planells, que lleva bailando más de cuarenta años en la compañía de Labritja.

Sobre la una y media, los veinte bailarines arrancaron su espectáculo a ritmo de castanyoles. En ese momento, el sol empezó a brillar, pero fue solo una falsa alarma. Las nubes volvieron a cubrir al astro y todos pudieron disfrutar de un refresco o vino de la tierra y buñuelos y orelletes al tiempo que aplaudieron la exhibición.

«A la sombra los dulces saben mucho mejor», aseguró Mario, un vecino de Sant Jordi que no se pierde el día grande de Sant Llorenç.

Rosalinda y Elena, madre e hija, también son fieles a la tradición. Llevan veinte años cambiando Alemania por Ibiza en agosto. «Me encanta participar en estas fiestas, nos gusta esta cara de Ibiza. Además, hoy hace muy buen tiempo», destacó Rosalinda.

Catalina Guasch y María Marí son vecinas del pueblo y siguen asistiendo a todos los actos festivos, a pesar de que necesitan estar sentadas. «Ya estamos mayores pero seguimos viniendo, aunque ahora no nos podemos mover del asiento», explicó Guasch mientras Marí degustaba un buñuelo.