Ejemplos de molinos de agua que aprovechaban torrenteras los tenemos en el Port de San Miquel, en el Torrent de ses Fonts y d´en Nadal en Sant Josep, pero también se creaban a partir de pozos artesianos de cierto caudal como es el caso del Broll de Buscastell, donde tenemos el Molí d´en Tià, o bien utilizando flujos de agua como el antiguo río de Santa Eulària donde ahora, al pie del Puig de Missa, se ha recuperado el Molí de Dalt o d´en Planetes. Estos molinos son especialmente relevantes por su excepcionalidad y antigüedad. Tenemos claros indicios de que fueron introducidos por los árabes y, de hecho, ya existían cuando llegaron los conquistadores catalanes como nos confirma su estructura, prácticamente idéntica a la que aún podemos ver en Egipto, Túnez y Marruecos. Estos molinos hidráulicos, sin embargo, son poco conocidos y pasan inadvertidos, porque sólo dejan a la vista una modesta construcción ortogonal, el obrador o casa del molí, adosada a una torre cilíndrica y angosta que se levanta 6 ó 7 metros. Alimentada esta torre por una acequia, deja caer el agua que le llega, de manera que al verterse desde lo alto, consigue la presión que mueve las muelas. El estudio que hizo Antoni Ferrer Abárzuza de la copia del siglo XVI que nos ha llegado del ´Llibre del mostassaf d´Eivissa´ y que recoge ordenaciones emitidas a partir de 1378 por el Consell de la Universitat, nos da noticia de aquellos molinos hidráulicos al hablar de las personas que transportaban los sacos de trigo (traginers) desde Vila hasta los molinos que estaban en la desembocadura del río de Santa Eulària, donde el grano se molía para devolverlo a la ciudad convertido en harina.

Más comunes en nuestros campos son los molinos eólicos que, además de utilizarse para la molienda, tuvieron una segunda función en torres arboladas con grandes velas para cazar vientos y utilizar su fuerza para extraer el agua de los pozos. Estos molins aiguaders sustituyeron paulatinamente a las antiguas norias y siempre tenían en su inmediatez aljibes en los que se recogía el agua que luego regaba los campos.

Para resumir toda esta saga molinera, es interesante tener en cuenta el siguiente paralelismo: de la misma manera que los molinos harineros fueron primero hidráulicos y luego de viento, la extracción del agua de los pozos tuvo también un primer artilugio hidráulico, la noria, y aprovechó luego, pasando el tiempo, el sistema eólico que tradicionalmente utilizaban los molinos harineros. La función de estas torres eólicas para elevar el agua del subsuelo -y que no deberían llamarse molinos porque nada muelen- justifica su ubicación en tierras llanas con capas freáticas significativas, circunstancia que antes de la sobreexplotación de los acuíferos se daba en numerosos enclaves de la isla, fuese el Pla de Sant Jordi, el Pla de Portmany, el Pla de Vila, Santa Eulària, Morna, Atzaró y, por supuesto, en las zonas bajas de las torrenteras que la sedimentación colmató con el paso del tiempo como era el caso del Port de Sant Miquel y la Cala de Sant Vicent, tierras que luego han sido feraces huertos.

Entre Ibiza y Formentera contabilizamos unas 150 torres de extracción de agua, aunque su estado de conservación deja mucho que desear. Se pueden contar con una mano las que aún están en funcionamiento y la gran mayoría se ven sin arboladura, torres desnudas que sobreviven únicamente porque es más caro derruirlas que dejarlas como están. Pero permitir que el tiempo las arruine es un error porque son hitos que le dan sentido a la tierra y explican su historia, nos dicen cómo se vivía en determinado lugar y, por si fuera poco, crean paisaje. Su tipología es prácticamente la misma que encontramos en Mallorca, donde -tal como vemos en el Pla de Sant Jordi, junto al aeropuerto de Son Sant Joan-, están mejor conservadas. La torre es casi siempre cuadrangular aunque las hay de planta circular y exagonal. Suelen tener unos 8 metros de altura y techo plano en el que tiene anclaje un mástil que sujeta una flecha y un árbol vertical, circular o poligonal que, con un diámetro que suele igualar la altura de la torre, puede tener hasta 20 ligeras palas de madera o metálicas que se despliegan como las varillas de un gigantesco abanico y de aquí que también se llamen molins de ventall. La cola de la flecha es suficientemente grande para aproarse al viento y permitir que las palas recojan la más leve brisa.

Timón de mano

Los molinos de agua más antiguos orientaban sus velas con un timón de mano, pero después se aprovechó la fuerza del viento que ya utilizaba la humilde veleta. Para acabar, conviene insistir en que, incluso cuando el molino sólo conserva la torre, su imagen resulta ligera, airosa y estilizada, cosa nada extraña porque cuanto más altas eran más viento recogían. Al estar en terreno llano, por otra parte, las torres rompen la horizontal monotonía del paisaje en el que adquieren un inequívoco valor icónico. Una cosa está clara: el campo de nuestras islas no sería el mismo sin los molinos que todavía conservamos y es significativo que hayan estado siempre en la pluma de escritores y poetas, en la retina de fotógrafos y en las telas de no pocos pintores. El pintor Gregorio Prieto, que residió en un molino algunos años, propuso a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con el aval de varios académicos entre los que estaba el Duque de Alba, que los molinos fueran declarados bienes de interés cultural (monumentos históricos). Tal vez habría que insistir en ello y preservar estos bellos ingenios.