Cuando tratamos de identificar o visualizar la ciudad primigenia, el mayor problema que tenemos reside en que el vértice de la colina que fue solar fundacional ha tenido una habitación ininterrumpida desde hace milenios, razón de que sus estructuras más antiguas sólo sean hoy, en el mejor de los casos, el basamento de los edificios que se construyeron después. Lo hemos visto en el subsuelo de la catedral y del Castillo. Podemos tener una vaga información de la configuración y orientación de la ciudad primera por la particular orografía de la colina, pero nada sabemos de su trama urbana ni de su arquitectura. Ciudad de ciudades, Ibiza es hoy como una cebolla de la que sólo conocemos sus capas externas y hasta tal punto es así que casi todo lo que hoy sabemos de ella, de la ciudad de los vivos, lo hemos aprendido en la ciudad de los muertos. La necrópolis del Puig dels Molins nos explica muchas cosas de las primera habitación de la ciudad, de sus formas de vida, costumbres, creencias, esperanzas y miedos.

De los púnicos, por ejemplo, las tumbas nos descubren oficios, artesanías, intercambios comerciales, creencias, etc, pero de la forma de la primera ciudad no nos dicen nada. Sólo sabemos que todo empezó en la cima de la colina. Lo sabíamos mucho antes de excavar el subsuelo de la antigua Almudaina, entre otras cosas, porque el lugar reúne todos los atributos exigibles al asiento que las antiguas ciudades buscaban: un enclave firme sobre la piedra, un espacio sobresaliente que dominara el entorno, una hermosa bahía al pie de la ciudad que facilitara su comercio y un hinterland de feraces cultivos. El vértice de la colina, por otra parte, en tanto que confín elevado entre la tierra y el cielo, era un lugar significativo, relevante, cercano al lugar que habitan los dioses y, en este sentido, un ámbito revelador. Pero si sabemos que en la cima del Puig de Vila nació la ciudad primera, desconocemos cómo eran los edificios de aquel espacio originario. Aun así, si analizamos la forma de otras ciudades coetáneas a Ibosím, podemos concluir que en el vértice de nuestra colina estuvo el poder civil y religioso, es decir, un lugar de culto -templo o santuario-, y un edificio de gobierno. A la edilicia inicial se añadirían después otras construcciones, aunque todas ellas tendrían transformaciones según iban sucediéndose en la isla pueblos, culturas y credos. Por eso hemos dicho siempre que la catedral cristiana pudo edificarse sobre una mezquita que, a su vez, pudo erigirse sobre un templo romano que enterró en su subsuelo un santuario o centro de culto cartaginés. Lo que sí parece incuestionable es la orientación que tuvo el primer asiento urbano que, curiosamente, no pudo diferir mucho del que tiene hoy.

El sur del Soto sería, como ha sido y sigue siendo en nuestros días, la espalda de la ciudad. El peligro venía del mar y las primeras construcciones tuvieron que proteger ese lado con un severo cerramiento, de manera que los edificios estarían, como los vemos hoy, encarados al norte. La ciudad iría creciendo después en su ladera, arracimada, escalonada, con los ojos puestos en la visión más amable de la doble bahía -la del puerto y la de Talamanca- y rodeada de un dilatado llano de humedales. Y también sabemos, siguiendo las trazas de la ciudad medieval, que el primer núcleo urbano, más que orientarse a un estricto norte, estaría decantado levemente al NW, como mirando a la inmediata necrópolis de reojo.

Por las escasas huellas que nos quedan soterradas en la plaza de la Catedral, cabe añadir que el horrísono casón de dos cuerpos que fue capilla del Salvador y Universidad (siglos XIV y XV) -actual Museo Arqueológico- pudo construirse sobre otro edificio más antiguo, posiblemente repitiendo la doble arquería de cinco vanos que en época árabe uniría el referido edificio con la torre XIV de la muralla medieval, tal como nos hizo ver la reconstrucción de Antoni Costa Ramón, un cerramiento que daría hilatura y un mejor acabamiento al frontis del vértice urbano y que, todavía hoy, sigue ofreciéndonos un magnífico belvedere.

Mercado abigarrado

El vecino edificio de la Curia se construyó después, según advierte el escudo de la corona de Aragón de su entrada, y eso explica que, perpendicular a la arquería citada, cegara uno de los cinco arcos del primitivo mirador. También sabemos que, en la Ibiza árabe, la plaza fue un mercado abigarrado con los entoldados y sugestivos olores que recuperamos en la feria medieval que hacemos hoy. Por lo que respecta a nuestro templo mayor, se construyó entre los siglos XIV y XVIII, y tanto en su entorno como en el inmediato declive de la colina, por debajo del mirador, tuvo un cementerio. La vecina casona del Palacio Episcopal, finalmente, reconstruida en el siglo XIX, descubre en su estructura interior la primitiva Pabordia del siglo XIII que algún día debería quedar a la vista. La pequeña plaza consolidaría la forma que tiene tras la conquista catalana con el protagonismo absoluto de la catedral, que se rodeó de los edificios representativos citados y con el castillo en su lado SW, construido sobre la antigua almudaina. Y no puedo decir mucho más. La plaza se llamó en tiempos de las Curias, de la Iglesia, de la Torreta, de la Universidad y ahora de la Catedral. A mí me basta saber que allí empezó todo. Y que tal vez por eso, cuando alcanzamos aquel solar fundacional -peregrinación que es ya una costumbre y necesidad- percibimos un aura que no tiene ningún otro lugar de la ciudad.