El entretenimiento de aquellos años estaba en el fútbol, el cinematógrafo y, sobre todo, en los concursos, las canciones y los seriales de la radio. Programas como ´Cabalgata fin de semana´, ´Teatro en el aire´, ´Noche del sábado´, ´Ustedes son formidables´, ´Doble o nada´ y ´Lo toma o lo deja´, entre muchos otros, causaban furor en nuestro vecindario de la calle Azara. Las voces de personajes como Bobby Deglané, José Luis Pécker, Joaquín Soler Serrano, Matías Prats, Enrique Mariñas, Pedro Pablo Ayuso y las dos Matildes, Vilariño y Conesa, levantaban pasiones y eran entonces auténticos mitos para la audiencia. Los sonidos de la radio nos acompañaban siempre y en todo lugar, en casa, en el patio de vecinos, en el trabajo, en la tienda de ultramarinos, en el bar y en la barbería.

Los seriales de J. Mallorquí y Guillermo Sautier Casaseca paralizaban la vida en el barrio y, desde la calle, se oían estereofónicamente. Los chavales preferíamos escuchar las aventuras de ´Diego Valor´ que se nos anunciaba como «el piloto interplanetario del futuro» y que ya conocíamos por los apaisados tebeos que comprábamos en casa Carlos, en el carrer de la Xeringa. Aquel codiciado tebeo fue la versión carpetovetónica del Flash Gordon americano.

En términos generales, la radio configuró un universo adoctrinador, dulzón y bienpensante, que aliviaba la penuria de aquellos años grises de cartillas de racionamiento y estraperlo. Convencidos de que ´quien canta su mal espanta´, la radio era una guisa de anestésico gratuito y cotidiano.

Antonio Molina bajaba con sus canciones a la mina como si fuera de excursión, nuestras madres estaban encantadas oyendo a Machín en ´Madrecita del alma querida´, las mozas tenían «clavadas dos cruces en el monte del olvido» y se apuntaban de matute al «fumar es un placer» de la Montiel, mientras los niños, gracias a la machacona cantinela de ´Maximet de la Caña´, nos sabíamos de memoria las tablas de multiplicar y conocimos al negrito del África tropical que, festivamente, nos vendía el Cola-Cao de nuestros desayunos y meriendas.

Pero en la radio no todo era juerga y, a determinadas horas, a las dos de la tarde y a las diez de la noche, la Telefunken se ponía de un serio subido y, tras el himno nacional, nos daba el noticiario de Radio Nacional que llamábamos ´El Parte´ -reminiscencia del ´parte de guerra´- que tenían que retransmitir obligatoriamente todas las emisoras. Aquel boletín de noticias, pomposo y con enfática voz de NO-DO, terminaba con los preceptivos gritos de rigor, ¡Viva Franco! y ¡Arriba España! Y los domingos por la tarde, después del partido de fútbol que mi padre escuchaba con otros guardias civiles, le llegaba el turno a la prédica del padre Venancio Marcos ,que nos hablaba del valle de lágrimas, de la resignación, del necesario arrepentimiento y del Juicio Final. Daba buenos consejos en su terreno, como doña Elena Francis lo hacía en su consultorio sentimental. Uno y otro programa tenían un mismo auditorio, mayoritariamente femenino.

En el cuartel de la Benemérita de la calle Azara donde yo vivía, una cosa era lo que se decía y se representaba de puertas afuera y otra, muy distinta, lo que se oía y se vivía de puertas adentro. Lo digo porque cuando los mayores nos mandaban a la cama, algunos guardias civiles bajaban el volumen del receptor y colocaban el dial en tres emisoras prohibidas, la BBC, Radio París en español y, sobre todo, Radio España Independiente o ´la Pirenaica´, nombre que le dieron para sugerir proximidad, cuando, de hecho, transmitía desde Moscú. Escuchar los boletines de la Pirenaica era un delito grave -en Cartagena se pidió pena de muerte para un oyente cogido in fraganti- y algunos curas decían que era pecado. La creó el PCE a instancias de Dolores Ibárruri, ´la Pasionaria´, en 1941, con financiación de la URSS. Tras el ataque alemán a la Unión Soviética, la emisora se trasladó a Ufa, pequeña ciudad de la república de Baskiria y, finalmente, el 1955, pasó a emitir definitivamente desde Bucarest.

Inflamadas soflamas

Por ella hablaban, además de Dolores con sus inflamadas soflamas, Santiago Carrillo, Solé Tura, Gregorio López Raimundo y muchos otros exiliados. Por sus micrófonos pasaron Rafael Alberti, Ángela Davis y Mikis Theodorakis. Era una emisora que se oía con muchas interferencias porque el Régimen, al que también llamábamos el Movimiento, interceptaba tanto como podía la emisión con pitidos y ruidos varios. Franco, poco después, dio carta blanca a los americanos para que instalaran una potente emisora que transmitía hacia los países del este desde la playa de Pals (Gerona), donde se instalaron unas gigantescas antenas. A mi padre lo pillé alguna vez, por aquello de las interferencias, con el oído literalmente pegado a la Telefunken, intentando repescar la emisora en Onda Corta. Radio España Independiente bajó la persiana el 14 de julio de 1977 porque, instaurada la democracia, perdió su función.

Ahora me pregunto cómo era posible que los guardias civiles estuvieran tan interesados en escuchar, con los riesgos que suponía, aquella emisora. Tal vez lo hacían con un sentido patriótico para conocer mejor al enemigo. O más posiblemente, porque sabían mejor que nadie que era la única emisora que no tenía la censura franquista. La verdad era que, en su fervor militante, la Pirenaica emitía más propaganda que información y en ocasiones se pasaba tres pueblos. Como aquel día que dio la noticia de una huelga de ferroviarios en Tenerife, isla en la que nunca ha habido trenes. Eran cosas de aquellos años.