La imagen de Santa Marta aguarda a los pies de la iglesia de Santa Eulària. Al sol. A escasos metros de la Cruz Desnuda, que se estrena este año en la procesión del Santo Entierro. Dos manolas descansan sus entaconados pies frente al porche mientras algunos de los cofrades, aún sin la túnica ni el capirote, colocan las imágenes sobre las plataformas en las que recorrerán las principales calles del pueblo. Entre los que sudan bajando unos metros a peso las imágenes, el alcalde, Vicent Marí. Varios turistas contemplan curiosos el hervidero de los preparativos. Miquel, uno de los penitentes más pequeños, posa una y otra vez para su madre. A las ocho todas las imágenes están ya preparadas. Rodeadas de un mar de capirotes rojos, morados, blancos y negros.

Los romanos aguardan unos metros por delante. El sol se pone tras sus cascos, pulidos y brillantes, cuando suenan los primeros compases de la nueva Asociación Musical Nuestra Señora de la Estrella, que marcan el inicio de la procesión. «Poc a poc», les recuerda uno de los responsables del recorrido en la primera curva. Centenares de personas flanquean la bajada del Puig de Missa, completamente en silencio. Solo se escucha la música, los pasos arrastrados, el chirrido de las ruedas de las imágenes, los disparos de las cámaras, el crujir de las pipas.

Los apóstoles caminan tras los romanos. Cabizbajos. Muy juntos. Apoyando su andar en altísimos bastones. La asociación musical les separa de la primera imagen, Santa Marta, con una rosa blanca en la mano. Las velas, eléctricas, de los penitentes están encendidas, pero los últimos rayos del sol matan la luz artificial. Lo mismo le pasa en los primeros metros al Cristo Atado a la Columna, rodeado de lámparas y claveles blancos que van cobrando vida así como se apaga la tarde.

El Cristo Nazareno arrastra tras de sí las promesas de nueve personas. Le siguen durante horas. En silencio. Con las manos aferradas a las velas que van quemándose lentamente. Paran cuando la imagen se detiene. Continúan cuando así lo manda una palmada. María Magdalena muestra a todos los asistentes la sábana santa, que pende de sus brazos y se ondea levemente. A cada paso. Con cada golpe de viento. El Cristo de la Oración baja a oscuras. Sus velas, apagadas, se encienden a medio camino, cubriendo la cara demacrada y el cuerpo martirizado de la imagen de sombras.

´Manolas´ y legionarios

Un integrante de cada cofradía empuja la Cruz Desnuda, el paso construido por Aparicio Espinosa que recorre por primera vez la procesión del Santo Entierro. Algunos se fijan en la calavera que descansa a los pies de la cruz, acompañada por la música de la banda municipal.

La urna de cristal del Cristo Yacente está ligeramente empañada. Ha visto el ocaso y el sol ha hecho transpirar algunas de las flores que rodean a la figura. A su paso nace un silencio absoluto. Un silencio que solo rompe el paso milimetrado de los legionarios, que cargan una cruz y obedecen las órdenes, a gritos, de su responsable.

Las manolas rodean a la Virgen de los Dolores. Los broches que ciñen las mantillas a sus peinetas no pueden competir en brillo con el manto de la imagen, que cierra la procesión de Santa Eulària. Tras ella, decenas de personas que van convirtiéndose en centenares a su paso por las principales calles de Santa Eulària, donde, hasta bien entrada la noche, se agolpan miles de personas.