Emeric Falticska, flamante campeón de la séptima edición del concurso balear de miel, sabe que tiene el relevo generacional asegurado. Su hijo Rubén, de 23 años, siente la misma pasión que él por la apicultura: durante el invierno, Rubén cuida en Ibiza de sus 30 colmenas, pero al llegar la primavera regresa a Oradea -en Rumanía, a escasos kilómetros de la frontera con Hungría- para atender a los 10 millones de abejas que habitan en las coloridas 200 colmenas que posee allí. Ayer, durante la inauguración de la I Feria de la Miel Ciutat d´Eivissa, este joven rumano de ascendencia alemana mostraba orgulloso las fotos de las colmenas con las que practica en su tierra natal la apicultura trashumante, una afición que combina con su trabajo como mecánico especializado en el software de los automóviles.

Llegada la primavera, Rubén introduce 160 colmenas dentro de una furgoneta y un remolque y durante un par de semanas recorre unos 300 kilómetros en busca de los bosques de acacias transilvanos, donde descarga las llamativas cajas (todas construidas a mano por él) y las coloca muy cerca de los árboles, que en esa época se encuentran en plena floración. En mayo, el joven grabó un vídeo en el que se aprecia cómo millones de abejas pululan en torno a las colmenas, extendidas decenas de metros a lo largo de un camino. Como los himenópteros rumanos tienen un carácter más apacible que los ibicencos (de armas tomar), lo rodó sin protección alguna.

Emeric y Rubén no llevaron a la I Feria de la Miel Ciutat d´Eivissa ninguna muestra de la miel que recolectan en Rumanía, pero sí deliciosos néctares ibicencos de diferentes épocas: la oscura estival de frígola con matices de higo; la cristalizada invernal de romero y el claro y aromático jarabe primaveral de naranjo y limonero. Emeric también aprovechó el certamen para mostrar sus artesanales criaderos de abejas reina, que como buen ebanista crea con sus propias manos. Su próximo objetivo es conseguir fecundar artificialmente esas reinas, algo que solo saben hacer cuatro apicultores en España.

Lo que les cuelga de las patitas. Cada vez que una abeja regresa del campo a su panal, de sus patitas cuelga una bola del tamaño de medio grano de arroz que contiene cuatro millones de diminutas partículas de polen. «Ahí es donde entra en juego el cazapolen», apuntaba ayer Toni Escandell, presidente de los apicultores ibicencos y que hace 30 años decidió crear su propia ganadería de insectos alados. El artilugio, cuyo nombre parece sacado de un cuento de hadas, sirve para que las abejas se desprendan de ese polen al llegar a la colmena, como quien antes de entrar en casa se limpia la suela de los zapatos en un felpudo, con la diferencia de que el barro solo ensucia y el polen es un exquisito complemento nutricional.

En la primera feria de la miel ibicenca se podía ver ese (sencillo) aparato y otro de retorcido nombre, en este caso con reminiscencias quirúrgicas: cuchillo desopercular. Sirve para eliminar los opérculos, las tapaderas de cera que usan las abejas para cancelar las celdillas «cuando la miel que almacenan contiene entre el 17% y el 20% de agua», explicaba ayer Toni Escandell con la pasión de quien admira a esos seres minúsculos tanto por su habilidad para crear algo tan rico como por que sus pequeñas cabecitas sean capaces de calcular tan exactas proporciones.

Con solo echar un vistazo a la decena de colmenas que explota en Jesús, Escandell sabe si sus abejas pasan hambre, algo que suele ocurrir cuando llueve poco y apenas hay flores en el campo. En esos casos hay poca miel en las celdillas situadas en torno a la parte central del panal, que es donde la reina cría sus huevos (abajo cae el polen). Como ganaderos que son los apicultores (así se les considera, por raro que parezca), entonces les echan pienso, como si fueran ovejitas (son abejitas). Escandell les prepara uno artesanal a base de agua, azúcar y miel en proporciones iguales, si bien se comercializan piensos tanto para la época estival (más líquida) como para la invernal (más espesa), compuestos esencialmente por glucosa o fructosa.

De la Pampa a Sant Llorenç. A Martín Candiotti solo le quedan diez de las 20 colmenas que tenía antes de que se calcinara la sierra de Morna, de cuyo incendio le acusa la Fiscalía por imprudencia grave en el manejo de un ahumador. Solo se quemó una. Las abejas del resto desaparecieron por desatención, «por descuido», mientras él estuvo arrestado de manera preventiva. Dio la casualidad de que los payeses que vivían en los alrededores, a los que Martín había enseñado los nuevos métodos apícolas y con los que compartía parte de su cosecha, murieron mientras tanto, de manera que nadie pudo atender las colmenas.

La miel que produce ahora en ellas -mientras espera, en libertad condicional, a ser juzgado el próximo mes de marzo- es «la fuerte, la que gusta a los ibicencos, el néctar de la flora silvestre de la montaña», resultado del romero, el brezo y el tomillo que liban las abejas en el norte de la isla, sin rastros de los frutales del sur. No le da para vivir, como a ninguno de los 116 apicultores inscritos en la asociación pitiusa, pero lo compatibiliza con su trabajo como jardinero. Es más, suele ofrecer a quien le pide que ajardine su parcela incorporar alguna colmena, ya que las abejas facilitan la polinización.

De 52 años (25 de ellos residiendo en Ibiza) y originario de la Pampa húmeda argentina, aprendió la apicultura a través de su hermano, Jorge. La principal diferencia con Argentina es que allí solo extraen miel una vez al año: ocurre en verano (nuestro invierno) y es de eucalipto o mimosa. Aquí llega a tener hasta tres cosechas. Como todos los apicultores de la isla, habla con devoción de esos himenópteros que le ofrecen miel tres veces al año, cada una de una textura y sabor distintos: «Son nobles, trabajadoras y fuertes, pues resisten frío y calor, y eso que son más pequeñas que las argentinas. Y aunque a veces se ponen un poco nerviosas, son relativamente tranquilas», describía ayer Martín en su estand de la Feria de la Miel.

Apicultor de fin de semana. Eugenia Cabrera se queja de que su marido, Vicent Marí Ribas, pasa más tiempo con sus abejas que con ella. Este conductor de 62 años de edad dedica su tiempo libre, tanto al salir del trabajo como durante los fines de semana o sus vacaciones, a mimar las 25 colmenas que tiene esparcidas por la zona montañosa de es Racó de Cas Colls, en Sant Josep. Marí empezó a aficionarse hace una década, aunque siempre le había gustado la apicultura porque su tío, Josep, era un experto y porque en la casa de su familia había «varias colmenas de las antiguas, construidas en trozos de troncos de algarrobos o de higueras que se tapaban por la parte superior. La miel se extraía por los laterales», detalló.

La que producen sus panales da para poco: para repartir con sus hijos y amigos, poco más. A su juicio, la cosecha de este año ha sido abundante, especialmente la de la primavera y la del verano, pues llovió bastante y el campo estuvo lleno de flores hasta julio. La del otoño, sin embargo, ha sido más escasa, precisamente por lo contrario: las escasas precipitaciones.

Aunque su esposa se queje, en realidad Vicent Marí puso todo de su parte para que Eugenia pasara junto a él el mismo tiempo que dedicaba a sus abejas. Por eso, con su primera colmena compró un traje completo de apicultora para su mujer: «Pero solo vino una vez. Nunca más», asegura. Eugenia asiente: «Es que daba mucho calor». Y no todo el mundo es capaz de soportar que decenas de abejas zumben como posesas alrededor o se planten en la careta, a escasos centímetros de los ojos. Ella tiene bastante, asegura, con ver cómo regresa en ocasiones su marido: «Una le picó en la oreja y volvió a casa con toda la garganta inflamada... Aunque dicen que eso es bueno contra la artrosis y el reúma...». «Pues entonces estoy vacunado», replica Marí.