Antonio José Viñarás (Burgos, 1972) muestra con orgullo el tocho de 438 páginas (más documentación) de su tesis, que le ha servido para convertirse en doctor cum laude en Ciencias Históricas y Teoría de las Artes por la UIB y en la que describe con pelos y señales la política y la sociedad de la Ibiza republicana, una etapa crucial en la historia insular.

-Habla en su tesis de la existencia de un caciquismo de naturaleza consentida, clientelar, no de un sometimiento estilo ´Los santos inocentes´. ¿El gen fenicio, tal vez, el del por el interés te quiero, Andrés, Matutes en este caso?

-En Ibiza partimos de que los labradores tenían, mayoritariamente, sus tierras en propiedad, mientras que los grandes propietarios controlaban el 85% de Menorca y el 42% de Mallorca. En el caso de Ibiza solo dominaron el 5% de la isla, aunque eran las partes más fértiles y las mejor situadas. Los pequeños propietarios, en este tipo de sociedades, se sienten como tales, aunque sea por una ínfima cantidad de tierra. Asumen el papel de que lo que es bueno para los grandes propietarios, lo es también para ellos.

-Eso es ser pragmático.

-Ni más ni menos. El sometimiento se supedita a los propios intereses. Pero eso no excluye la parte de sumisión económica. No olvidemos que los almacenistas y banqueros daban préstamos, créditos pignoraticios, cuando no el guano para fertilizar las tierras... Y luego son los que tienen que comprar al agricultor sus cosechas. Eso es propio de una sociedad eminentemente conservadora y que acata esas estructuras. Siempre ha sido así. Y como ha sido bueno, sigue siéndolo.

-¿Ha cambiado la sociedad ibicenca desde entonces o todo sigue más o menos igual?

-Sinceramente, caciquismo como tal ya no lo veo, pero prácticas caciquiles sí las hay. El hecho de que se oriente el voto en alguna empresa con amenazas de que si ganan los otros nos puede ir mal, o que algunos políticos envíen cartas momentos antes de comenzar la campaña electoral dando las gracias a los funcionarios por su trabajo, cosas de estas no dejan de ser prácticas caciquiles. En otros casos se han prometido empleos a cambio de votar a determinados personajes. A eso hay que sumar la permanencia en cargos de determinadas personas, es decir, la profesionalización de la política, que las hace estar sometidas a determinadas cosas porque han de estar agradecidas a quien les ha puesto ahí. Hay endogamia: el que me alaba se queda, el que no, fuera.

-La izquierda ya era cainita por entonces. ¿Tiene remedio?

-La derecha tiene la facultad contraria, la de aparcar todas sus diferencias con un fin: ganar las elecciones. César Puget Riquer, jefe del Partido Social Agrario, criticaba al Partido Republicano de Centro de Juan March, lo llamaba de todo, incluso izquierdista, pero en las elecciones del 33 y del 36, con sus diferencias, llegaron a un acuerdo y se presentaron unidos. La izquierda, al revés: hubo escisiones, expulsiones, cismas...

-Y eso que eran cuatro gatos.

-Y ocurre lo que ocurre. En las elecciones al Tribunal de Garantías Constitucionales no se unen Acción Republicana y el PSOE y estos últimos se meten un batacazo. Después, se desintegra el Partido Radical Socialista. La Agrupación Socialista se escinde... Se produce una atomización de formaciones.

-Vamos, como ahora.

-No había ni hay una visión global. Es o conmigo o sin mí. La derecha siempre lo ha tenido claro, la izquierda no. No se ha cambiado. Seguimos teniendo comportamientos heredados de entonces, incluso desde la Constitución de 1812. No sé si alguna vez cambiará esto.

-¿Evolucionó Ibiza en esos cinco años de República o permaneció estancada, como si siguiera en la monarquía?

-¿Me hablas de la sociedad o de la política?

-De ambas. Suelen ir ligadas.

-Muchas veces la sociedad va por delante, otras por detrás. En el caso de la República, durante el primer bienio la política iba por delante. Ojo con mitificar el periodo republicano. A la República no le dio tiempo a hacer todo lo que quería hacer, todos sus proyectos de modernización, y me refiero al centro-izquierda. Hubo cambios, sobre todo en las ciudades, pero eso tampoco llegó a las capas más bajas. El divorcio estaba muy bien, pero solo se lo podía permitir quien tenía dinero.

-Algo llegó a la sociedad, aunque fuera poca cosa, como los matrimonios civiles.

-Pero no dio tiempo. Es un proyecto interesante, pero frustrado por la misma derecha que surge con la constitución de la Pepa, que desde entonces frena siempre todos los avances que intenta la sociedad. En Ibiza sigue siendo la misma sociedad conservadora, algo que vemos en los resultados electorales, en el predominio de la Iglesia y en cómo los señores de Dalt Vila y los burgueses de la Marina, los ganadores de aquella partida, siguen dominando el panorama político y social. En la Península, como mucho, cambió la sociedad en las grandes capitales, como Madrid, Barcelona o Sevilla, pero en las aldeas de Burgos y Soria, la situación era como la de Ibiza. Los payeses de Burgos eran como los de aquí.

-Entonces la llegada de la República apenas cambió el panorama.

-En lo social, no. Pero sí se fomenta un interés por la política. Antes estaban los liberales y los conservadores, pero en ese periodo surgen diversos partidos de izquierdas, aunque con pocos afiliados y peleados entre ellos. En ese aspecto sí se notó un mayor interés por la política, aunque a la hora de hacer cuentas vemos quién gana siempre, la derecha.

-La masonería apenas logró introducirse en la sociedad pitiusa. ¿Por qué tuvo tan poco éxito?

-Porque se reduce a algunos miembros de las clases cultas, pero sobre todo debido al papel de la Iglesia. No olvidemos que la Iglesia ibicenca era muy conservadora.Si en esa época en España lo era, aquí más: seguían los postulados del cardenal [Pedro] Segura, no los conciliadores del Vaticano. Iban a piñón fijo. Eso influyó en que la masonería no arraigara. Formentera es un poco diferente, solo un poco. A veces se habla de esa isla como la antítesis de Ibiza en esa época, pero no era así, no nos engañemos. Pero quizás el hecho de haber viajado más, como emigrantes, hizo ver a los formenterenses que existían otras cosas. Quizás eso influyó en que hubiera menos analfabetos en Formentera que en Ibiza. O que allí hiciera estragos la corriente espiritista de las hermanas estadounidenses Fox (por la que incluso tuvo que intervenir el juzgado), algo que en Ibiza hubiera sido impensable.

-¿Por qué se desata la sacrofobia, como la define en su tesis, de 1936? Afirma que hasta entonces el anticlericalismo en la isla nunca fue enérgico ni belicoso.

-El anticlericalismo no era nada fuerte, aunque había algunas manifestaciones contra la Iglesia como el entierro del gato en los carnavales y Elliot Paul cuenta que en Sant Carles unos iban en procesión y otros sacaban barriletes imitando a los santos. Poco más. Pero hay que tener en cuenta que en 1936 Excelsior metió mucha, mucha cizaña. Desde su fundación, ese diario combate a la República, a la que considera una enemiga porque dice que va a destruir a la familia y a España y que quiere acabar con la Iglesia. Era un martilleo constante con el que apoyaban descaradamente a las derechas. Todo valía con tal de que no ganara la izquierda. Excelsior habla de persecución religiosa en la isla, pero eso no es cierto. Antes de julio de 1936 no puede hablarse de persecución religiosa ni de nada parecido: los cortejos fúnebres discurrían con cruz alzada, cosa que en otros sitios no se permitía. Y en el primer bienio y en el año 36, con la victoria del Frente Popular, salieron a la calle más de 50 procesiones, incluida la del Corpus Christi en algunas parroquias. Pero Excelsior dio caña con la persecución, manipulaba la información, decía que no se dejaba salir a la calle a los fieles. Una de las causas de que en 1936 aumente la sacrofobia es Excelsior. Eso y que en todos los sitios el poder de la Iglesia había sido aplastante: cuando puedes respirar un poquito sale todo ese odio que llevas acumulado durante tantos años de pisoteo por parte de la Iglesia. No descarto la influencia externa, pero ojo, muchos de los hechos que ocurren en el 36 en Ibiza están promovidos por ibicencos, como el asalto a la iglesia de Sant Jordi, o lo sucedido en sa Revista, cuando se asalta la iglesia y un ibicenco convierte el confesionario en la caseta de un perro.

-O sea, que entre los asaltantes del Castillo, entre aquellos que mataron a casi un centenar de personas a balazo limpio y bombas de mano sí que abundaban los ibicencos. Cae un mito, pues.

-Ojo con eso de decir que todo lo malo lo hizo gente de fuera, algo que también se suele repetir en toda España. Es cierto que hubo gente que se opuso a esos atropellos. Obviamente, siempre hay personas sensatas. Pero otros colaboraron de muy buena gana. Tampoco todos los que participaron desde el 20 de septiembre de 1936 [cuando los nacionales retoman el poder en la isla] en la represión eran de fuera. Muchos eran de aquí, y también de buena gana mataron. Lo que sucede en estos sitios pequeños es que convive todo lo bueno, las flores y violas, con todos los odios imaginables. Y en sitios pequeños, esos odios, esos pequeños rencores, se transmiten de generación en generación.

-Precisamente, al obispo Salvio Huix, impulsor del Excelsior, lo canonizan el 13 de octubre. ¿Era un santo?

-En cuestiones de santidad, después de lo de José María Escrivá de Balaguer ya no me creo nada. No sé si era un santo, pero pertenecía a un ala conservadora, muy conservadora de la Iglesia. Es cierto que modernizó la Iglesia pitiusa con su sínodo diocesano, ejercicios espirituales, el catecismo de la doctrina cristiana... También la fortaleció, y así la institución aumentó su poder, lo que la permitió actuar contra la modernización de la sociedad. Huix, apoyado por Narcís Tibau, director de Excelsior y canciller secretario de la diócesis, usó el periódico como arma de combate contra el laicismo, que consideraba peligroso. Dentro de los parámetros de la Iglesia será un santo. Dentro de los sociales, no tanto.

-Qué enorme error que la República no impidiera los asesinatos de Huix (el 5 de agosto de 1936 en Lleida) o de una veintena de sacerdotes pitiusos (además de decenas de civiles y militares) el 13 de septiembre de 1936.

-Efectivamente, pero hay que analizar lo sucedido entonces teniendo en cuenta las circunstancias del momento. El año 1936 es cuando se desata la locura. Desde marzo empieza a descomponerse todo de una manera que es difícil que el Gobierno pueda controlar lo que sucede. Hay que pensar que no es una acción del poder, sino una acción de grupos descontrolados que se aprovechan de la situación. Y cuando digo descontrolados no quiero decir que no estuvieran organizados. Unos más, otros menos. En esas situaciones de descomposición las revanchas son habituales.

-Juan March también debía de meter mano por aquí.

-Claro. Es el prototipo del nuevo cacique mallorquín, como aquí lo era Abel Matutes Torres. Son burgueses, hábiles comerciantes, personas inteligentes y con una misión: ganar dinero. Cuando tiene que apostar en Ibiza, lo hace por Matutes. March era amigo de Carlos Román, fundador del Partido Liberal Regionalista, pero en la crisis de esta formación, cuando se disgrega en el sector histórico y en el disidente [más tarde Partido Republicano de Centro], apuesta ya por Vicente Pereyra, que era socio de Matutes. Con los Matutes forma un tándem, de manera que en el Partido Republicano de Centro local no se mueve una hoja si que lo supiera Matutes y sin consultarlo con Juan March.

-¿A qué huele ahora el Ayuntamiento de Sant Josep?

-Pues no te lo puedo decir porque hace tiempo que no voy por allí.

-Seguro que ya no huele a melocotón.

-Las fragancias van y vienen.

-Lo mismo apesta otra vez a tabaco.

-Uy, no creo, Neus Marí [la alcaldesa] es muy respetuosa con las leyes sobre el tabaco, aunque algunos de su partido, menos.