­Sant Llorenç murió entre llamas y como marca la época del año, el día grande de la fiestas del pueblo se celebró ayer a golpe de calor. La decoración festiva, con banderillas, ambientaba la entrada de la iglesia. La misa empezó a las 12 horas con más de un centenar de personas dentro de la iglesia y después de que dos niñas leyeran dos epístolas, el obispo de Ibiza, Vicente Juan Segura, procedió a leer el evangelio. Durante la misa, cantada en latín y catalán, el obispo quiso dedicar unas palabras de ánimo a las familias que por cuestiones económicas «están pasando un mal momento».

Una vez terminada la eucaristía, un grupo de feligreses agarró por los soportes las imágenes para iniciar la procesión bajo un intenso calor. Jaime Ferrer era uno de los encargados de llevar la representación del Corazón de Jesús y, aunque había asistido varias veces a la celebración, resaltaba que «cuesta llevar las imágenes con tanto calor».

A las puertas de la iglesia varios vecinos comentaban lo mucho que se había reducido la cantidad de buñuelos y orelletes este año: «Nos quitan los buñuelos y luego se llevan dinero por todos los lados», criticaba un hombre mayor.

Por culpa de una mala organización, el programa sufrió un cambio y el tradicional ball pagès de la compañía la Colla de Labritja tuvo lugar antes del desfile de carros, al revés que años anteriores. María José Marí (40 años) acude cada año a las fiestas de Sant Llorenç y ayer observaba encantada a su hijo de 8 años bailar a las puertas de la parroquia. «El baile ha ido antes porque los carros no estaban preparados y los trajes de los bailarines dan mucho calor para estar esperando», justificó Marí.

Isabel Verdú vive en Ibiza desde hace más de 44 años y aunque sufría un «derrame en el ojo», quería ver bailar, por primera vez, el ball pagès a su nieto de 7 años.

El desfile lo componían ocho carros de barana y cuatro cabriols (uno de ellos tirado por un poni) que, como cada año, realizaron tres vueltas a la iglesia, mientras más de 200 asistentes los veían pasar resguardados en las sombras y abanico en mano.

Los turistas también estuvieron presentes en la celebración y muchos vecinos del pueblo aseguraban que esta fiesta «les gusta mucho a los turistas y se lo pasan muy bien». Damian Fernández (49 años) y Esther Luque (47 años) han visitado la isla de vacaciones y se quedaron sorprendidos: «Estas celebraciones se están perdiendo en muchos sitios y es bonito verlas aquí».