Más de 2.000 ejemplares adultos
Las lagartijas ibicencas plantan una pica en Euskadi
Dos millares de ´Podarcis pytiusensis´ expulsan del peñón de Gaztelugatxe a las lagartijas roqueras - Detectadas docenas de ejemplares ibicencos en el monte Urgull
José Miguel L. Romero | ibiza
A la lagartija ibicenca (Podarcis pityusensis) le han bastado tres lustros para hacerse con el control del peñón de San Juan de Gaztelugatxe, un abrupto islote de apenas cinco hectáreas que se encuentra separado de la costa vizcaína por un estrecho tómbolo de un centenar de metros de longitud. Hasta principios de los años 90, la lagartija roquera (Podarcis muralis) reinaba en el peñasco, donde se alimentaba de miriápodos, hormigas, ciempiés y cualquier clase de insecto que se le cruzara, por ejemplo, en alguno de los aproximadamente 230 escalones del camino que da acceso a la ermita situada en la cumbre de este biotopo protegido. Hasta que la mano humana introdujo a sus llamativas primas hermanas pitiusas (nacidas unos 600 kilómetros al sudeste), mucho más grandes y agresivas y que, literalmente, echaron a patadas de Gaztelugatxe a sus inquilinas autóctonas.
Ion Garín, herpetólogo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, calcula que en la actualidad hay, aproximadamente, más de 2.000 ejemplares adultos de Podarcis pityusensis en ese islote de la costa de Bermeo. Y ninguna roquera, estas arrinconadas enfrente tras la diáspora provocada por la invasión pitiusa.
Más reciente es la presencia de la lagartija ibicenca a 66 kilómetros en línea recta desde Gaztelugatxe, en el monte Urgull, el peñón que cierra la Concha de San Sebastián por el este. Si en la costa vizcaína hablan de miles de invasores, en la capital guipuzcoana reducen el número a docenas, aunque la preocupación es la misma: que su población se descontrole y colonice áreas del interior.
Afortunadamente, de momento, quizás porque llevan el carácter isleño en la sangre, pura genética, no salen de ambos reductos. En el caso del monte Urgull, sienten predilección por el llamado Paseo de los Curas, un talud arbustivo colindante con el Aquarium y el puerto de San Sebastián, que tiene una gran pendiente y es de difícil acceso, según se detalla en ´Origen y avance de las introducciones de lagartija de las Pitiusas en la costa Cantábrica´, publicada por la Sociedad de Ciencias Aranzadi.
Aunque la población de lagartijas ibéricas de Urgull no parece estar en peligro, varios carteles advierten en la zona de que «le ha salido un competidor», la brava ibicenca. Además de que el macho de la Podarcis pityusensis es demasiado territorial y más grande que los autóctonos, tiene otra ventaja sobre estos: come de todo. Mientras las roqueras y la ibérica son insectívoras, la pitiusa no le hace ascos a frutas y semillas. A falta de bichos se contenta con un menú vegetariano, lo que la hace más competitiva.
Y se ha adaptado al clima mejor de lo que los científicos vascos esperaban. Confiaban en que el frío (14,4º de media anual) y la humedad (178 días de precipitación al año de media) actuaran de barrera, se pelaran en primavera y otoño y cayeran como moscas. Pero las ibicencas no han tenido problema alguno para plantar una pica en Euskadi.
El clima no es impedimento, pero tampoco son bobas. Tanto en Gaztelugatxe como en Urgull sacan a relucir su mal genio cuando el dominio de los mejores lugares, los de más insolación, está en juego: «La Podarcis pityusensis desplaza a la lagartija autóctona de las mejores zonas. Se queda con los mejores muros, los más soleados, los que pegan al suroeste, donde hace más calor durante más horas», detalla el biólogo Garín. Esa podría ser, según su criterio, una de las razones de que no hayan traspasado la frontera de los istmos que separan sus zonas colonizadas del litoral próximo: «Quizás no los hayan atravesado porque la zona costera está orientada al norte, donde no pega tanto el sol. No es un lugar que les guste». A la cara norte, húmeda y fría, es adonde han expulsado, mediante persecuciones y mordiscos, a las lagartijas roqueras en Gaztelugatxe.
El mismo origen
La lagartija ibicenca asentada en San Sebastián fue descubierta por primera vez cuando un científico de Aranzadi estudiaba la propia lagartija de Urgull para comprobar si se diferenciaba genéticamente respecto a las ibéricas: «Es un morfotipo distinto, no un endemismo. En su día se declaró como una subespecie. Se hablaba de que podría ser una Podarcis liolepis sebastiani, aunque luego se demostró que no tenía diferencias genéticas con las otras, si bien morfológicamente tiene más escamas y coloración, por lo que es singular», explica Garín. Entre las lagartijas que aquel investigador atrapó en Urgull para su trabajo había algunas de colores llamativos. Cogió muestras de sus colas y las mandó analizar. El resultado genético concluyó que eran ibicencas y que tenían el mismo origen que las de Gaztelugatxe: Ibiza... Y que unas pitiusas detectadas en Mallorca. Los biólogos descartan, por difícil, que se dé una hibridación con las especies autóctonas.
De momento, en Urgull y Gaztelugatxe las hay de varios colores: naranjas, azuladas, verdosas... Todas mirando al suroeste y con un carácter de mil diablos.
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