LA CRÓNICA

La libertad de la diversión

Aina juega contenta en la piscina con su madre, Toñi / Moisés Copa

Aina juega contenta en la piscina con su madre, Toñi / Moisés Copa

Eivissa | Marta Torres

Luna, el pony, se deja hacer. Los niños le peinan emocionados y ella como si nada. Está acostumbrada. Son muchos años de equinoterapia. La primera en conocerla fue Aina. Con un año su madre, Toñi (vicepresidenta de Apneef), comenzó a llevarla a ver a Luna para estimular sus sentidos y fortalecer sus músculos. Ahora son más los niños con alguna discapacidad que se mueren de la risa junto al menudo caballo. «¡Qué de pelo!» grita Manuel al comprobar que apenas se ve el cepillo, escondido en el manojo de pelo blanco. «Es que ahora hacía tiempo que no veníamos», comenta una de las madres. Después del cepillado llega el momento más esperado por todos: subirse a lomos de Luna. Aina apenas puede estarse quieta en el carrito de la emoción de saber que va a montar. Suerte que está atada. La alegría de algunos contrasta con el temor de otros.

Para Fernando es el primer día de equinoterapia y los primeros pasos con Luna no le inspiran mucha confianza. Al cabo de unos minutos, sin embargo, está encantado. Inge recuerda el primer día de Noa. Tampoco fue fácil. «Tardó veinte minutos en llegar de la puerta hasta el pony», comenta. Ahora la pequeña monta encantada. Para poder subirse a lomos del pony, Toñi tuvo que comprar una silla adecuada para las limitaciones de los niños. La encontró a través de Internet y todavía hoy es la que utilizan cada vez que van a Can Cires, donde no sólo montan a caballo sino que también juegan entre ellos e incluso con los perros de la finca que ya conocen a los niños y les saludan con algún cariñoso lametón. En total, una docena de niños participan en las actividades.

Una semana después cambian los caballos por el agua de la piscina. Hasta el momento de ponerse el bañador, el gorro y las gafas es una fiesta. Los primeros en estar listos apenas pueden esperar a que acaben de vestirse los demás. Manuel no hace más que amenazar con meterse en el agua. Pero no. Es sólo una amenaza y aguanta hasta que todo el grupo se dirige a las duchas. Aina va tumbada en una silla anfibia que compró el Ayuntamiento de Sant Josep para facilitar su desplazamiento por las instalaciones. «Es una gozada, para cambiarla, para moverla, para todo. La pedimos y nos la concedieron», explica. Todos gritan y ríen cuando tocan el agua. Hasta el momento previo de pasarse por la ducha es toda una fiesta. «Aquí no llora ninguno», comenta Toñi mientras mira cómo la mayoría se apura para zambullirse.

Primero, los niños juegan con sus madres en la piscina grande, en la que no hacen pie. Aina persigue una pelota rosa, Manuel no para de lanzarse a bomba, Fernando y Jaume nadan sin separarse mucho del borde y Javi se mueve con soltura a pesar de los manguitos. Después se cambian los niños y las madres se hacen cargo de pequeños que no son suyos. Para acabar, pasan a la piscina pequeña para relajarse y hacer algunos juegos. «Antes se pensaba en la piscina sólo para nadar. Ahora, en cambio, se hacen muchas más cosas», comenta Eugenio, el monitor que les ayuda.

La vicepresidenta de Apneef destaca que en el agua los niños apenas pesan y pueden hacer movimientos que normalmente les cuestan mucho y sin que sufran las articulaciones. Además, sienten que tienen un poco más de autonomía y al hacer juegos con pelotas y otros elementos de colores también reciben estímulos visuales. Todas coinciden, sin embargo, en que lo mejor para sus hijos son las risas. «Yo creo que lo hacen por ellas», bromea Eugenio. No va desencaminado. Para las madres también es un descanso pasar un buen rato con sus hijos. «Además, cuando acabamos de la piscina merendamos todos juntos y aprovechamos para contarnos nuestras cosas», reconocen Toñi, Lali y Fina.

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