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Txarli de la Rubia, el formenterés capitán en la Flotilla: «La comida en la celda era un pimiento crudo y cinco huevos duros para 10 personas»

El productor audiovisual residente en Formentera participó como capitán de una embarcación en la Global Sumud Flotilla. De vuelta a España, cuenta cómo fue detenido por el ejército de Israel y el trato al que fue sometido durante los cuatro días que permaneció en prisión hasta ser deportado.

Txarli de la Rubia en una captura del vídeo donde anunciaba su próxima captura por el ejército israelí. | RADIO ILLA

Txarli de la Rubia en una captura del vídeo donde anunciaba su próxima captura por el ejército israelí. | RADIO ILLA

Pilar Martínez

Pilar Martínez

Formentera

Txarli de la Rubia no se define como activista social ni defensor a ultranza de ninguna idea política específica. Es una persona cualquiera que desde Formentera, sentía como le afectaba profundamente «todo lo que estaba ocurriendo en Gaza, la masacre que están perpetrando sobre el pueblo palestino», cuenta en conversación telefónica desde Valencia.

Cuando conoció la iniciativa internacional Global Sumud Flotilla (GSF) pensó en unirse junto a otros residentes de la pitiusa del sur a ese grupo de embarcaciones que tenían como objetivo llevar comida y medicinas a la población civil de la Franja de Gaza, al tiempo que daban visibilidad a lo que estaba ocurriendo allí.

Pero no consiguieron un barco adecuado para este desafío, así que finalmente De la Rubia acabó en Barcelona, por petición de la propia organización de la GSF, dispuesto a patronear el ‘Catalina’, un velero de segunda mano en no muy buenas condiciones. Aunque esa fue la segunda opción: el primer barco que le ofrecieron capitanear fue el ‘Bribón’, un barco utilizado en los años 80 por el rey emérito Juan Carlos I que «no reunía las garantías necesarias ni mecánicas ni de espacio para afrontar la travesía», explica De la Rubia.

Averías y ataques

El ‘Catalina’ también acumuló una serie de averías durante el trayecto que se fueron subsanando gracias a los conocimientos de mecánica de otros miembros de la flotilla, que consiguieron llevar al velero y a sus ocho tripulantes hasta unas 43 millas de la costa de Gaza.

No fue un crucero, como algunos han tildado a la expedición, sino un viaje tenso durante el cual los voluntarios pasaban el tiempo entrenando para el momento, que aceptaban como ineludible, de su interceptación por las tropas israelíes. «Lo pasamos realmente mal cuando entre Sicilia y Creta nos atacaron con drones y explosivos, que parecían bien preparados para explotar a unos 15 metros sobre los barcos, pero siempre existía la posibilidad de que fallara la precisión y cayeran sobre las cubiertas cargadas de bidones de combustible», narra con la voz agotada de quien ha regresado de algún tipo de infierno. «Su objetivo era cargarse las velas, la antena de radio, las comunicaciones y las luces de la embarcación», considera.

El temido momento llegó entre el 2 y el 3 de octubre, cuando tras un mes de travesía el ejército de Israel interceptó uno tras otro a los 42 barcos que se habían aproximado a Gaza.

El momento de la interceptación fue «muy tenso», recuerda De la Rubia. Como capitán, estaba al cargo del pilotaje y las maniobras de evasión para evitar o al menos postergar la captura por parte del ejército. «Todo empezó sobre las ocho y media de la tarde y media hora después ya tenían a los barcos más grandes, el ‘Sirius’ y el ‘Alma’», explica. Las embarcaciones más pequeñas estuvieron sorteando al buque militar que marcaba el límite de aproximación hacia la costa unas horas más. Sobre las tres de la madrugada el ‘Catalina’ quedó en cabeza de la flotilla hasta que pasadas las cuatro, De la Rubia tuvo que detener su marcha tras ser bloqueado por el buque por la proa mientras una lancha le deslumbraba con un potente foco.

Del momento del abordaje recuerda que «subieron dos soldados armados y lo primero que hicieron fue romper la cámara de seguridad y el Starlink, que era lo que permitía las comunicaciones por satélite». Poco antes, los tripulantes habían tirado sus teléfonos por la borda, una acción prevista con el objetivo de evitar que a través de los móviles el ejército o la policía pudiera conseguir información sobre ellos o sus familias.

«Subieron otros dos hombres y una mujer también militares a bordo con cara de tener más miedo que los que estábamos en el velero», afirma De la Rubia. Después, metieron a los ocho tripulantes en los dos camarotes de proa mientras dirigían el ‘Catalina’ hacia tierra firme.

Tras el desembarco en el puerto de Asdod, cerca de Tel Aviv «empezó la odisea, lo malo», cuenta el capitán. Los soldados que interceptaron el velero «estuvieron más o menos correctos», asegura, pero nada más bajar a tierra otros militares le tiraron al suelo y le arrastraron «hasta una explanada donde había más de 100 personas arrodilladas con las caras pegadas al asfalto, a más de 40 grados», denuncia.

Cárcel y deportación

De ahí fueron trasladados a un lugar donde eran recibidos por un abogado, una mujer en su caso, que le mostró «mucha humanidad», afirma. Siguiendo su consejo, de los cuatro documentos que le presentaron para firmar solo lo hizo con uno, en el que aceptaba su deportación en 72 horas.

La última etapa de su periplo fue la peor: tras quitarles el pasaporte, subieron a los detenidos a un furgón donde permanecieron más de seis horas bajo el sol y un intenso calor para después, durante las tres horas que duró el trayecto hasta el centro de detención, bajar el aire acondicionado a la mínima temperatura posible.

A su llegada a la prisión, los metieron «en una jaula de unos 20 metros cuadrados donde estaban 50 o 60 hombres como animales». Allí recibieron una breve visita del ministro israelí de Seguridad Itamar Ben Gvir, que se marchó cuando los detenidos empezaron a corear «free Palestine».

En un último traslado acabó en una celda con otros 10 hombres, aunque acabaron siendo 13 en días posteriores. «El primer día no nos dieron nada de comer», afirma De la Rubia, «y el segundo un pimiento crudo cortado en trozos y cinco o seis huevos duros para todos los de la celda». En total, en los cuatro días que permaneció en esa prisión, De la Rubia comió «dos huevos duros y medio sándwich de atún», que los carceleros depositaban directamente en el suelo. Para beber, solo disponían del agua de la letrina, denuncia.

Luz artificial a todas horas y visitas intempestivas en la celda hicieron que los prisioneros perdieran la noción del tiempo y la capacidad de dormir. Tampoco les estaba permitido ducharse ni salir a pasear.

A pesar de lo ocurrido, De la Rubia considera que la expedición de la GSF, «una misión humanitaria», ha valido la pena, porque ha movilizado «a millones de personas en todo el mundo y ha visibilizado lo que ocurre en Gaza».

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