Drama migratorio | Primera acogida
Primera ayuda a los migrantes en Formentera: El valor de un hola y una sonrisa
Un pequeño equipo formado por cuatro mujeres atiende las primeras necesidades de los extranjeros que llegan en pateras a la costa de Formentera. No solo reparten ropa seca, mantas, comida y bebida a los recién llegados, sino que se aseguran de que se sientan personas otra vez regalando sonrisas y humanidad a los más desfavorecidos.

De izquierda a derecha Mathilde Mouffe, Mary Castaño, Mari Mayans, Christine Heinen y Natasha Mouffe. | P.M.V.
Al final todo se reduce a los ojos: a la mirada tranquila y amable de un voluntario que recordará el recién llegado toda su vida y a la mirada asustada del extranjero que queda atrapada en la memoria de los que estaban allí para recibirle. Lo cuenta Mary Castaño, coordinadora de Cruz Roja en las Pitiusas, mientras Mari, Christine, Natasha y Mathilde, las cuatro mujeres que componen la avanzadilla en Formentera del Equipo de Primera Respuesta en Emergencias para Población Inmigrante (Prepi) de Ibiza, asienten convencidas.

Voluntarios en Mallorca durante la primera toma de contacto con los migrantes. / Cruz Roja
Estas voluntarias, que ofrecen la primera asistencia a los viajeros, son también, según la descripción de Castaño, «los ojos» que ayudan a sus compañeros de Ibiza a conocer de primera mano la realidad de los recién llegados a Europa por mar y así poder anticipar las necesidades que deberán cubrir, porque la escala de estas personas en Formentera suele ser de muy corta duración y todos los trámites administrativos y asistenciales se preparan desde la pitiusa del norte, donde se les da cobertura a sus necesidades básicas, se hace un triaje sanitario y una entrevista de mediación.

Esperando la llegada de los extranjeros en un puerto de Balears. / Cruz Roja
El pequeño grupo formenterés de «pre-primera intervención» lleva en marcha desde el verano de 2022, cuando la llegada de las precarias embarcaciones cargadas de sueños por cumplir comenzó a pasar de anécdota a acontecimiento habitual en los días de buena mar. En su ruta desde Argelia hasta Europa, los viajeros se topan cada vez más frecuentemente con Formentera, una roca que divide su vida entre pasado y futuro, si es que tienen la suerte de pisar tierra, porque no hay que olvidar que no todos los consiguen.
A los afortunados les recibe una especie de comité de bienvenida donde priman los uniformes. Y ese es el primer escollo al que se enfrentan, ya que los abusos por parte de las fuerzas del orden en los países de origen de los recién llegados suelen ser habituales y, lejos de tranquilizarles la presencia de policías y guardia civiles, les provoca miedo y aprensión.
Entonces, no importar la hora ni la meteorología, aparecen Mari, Mathilde, Christine o Natasha, que han sido alertadas desde Ibiza, donde a su vez han recibido una llamada del Centro de Coordinación de Cruz Roja en Balears.
Sin mediar palabra, los viajeros se tranquilizan al ver sus chalecos rojos y la cruz con fondo blanco. No en vano Cruz Roja es una institución reconocida internacionalmente y sinónimo de ayuda desinteresada y neutral. Su presencia protectora, tras días de peligrosa navegación, significa que lo peor ya ha pasado y pueden empezar a respirar tranquilos.
Las voluntarias se acercan, reparten ropa, comida, bebida; juegan con los niños y llevan a cabo un primer triaje para determinar si alguno de los recién llegados presenta una situación extra de vulnerabilidad, como son las unidades familiares, discapacitados o personas que proceden de países sin convenio de repatriación con España. Pero sobre todo, sonríen, tranquilizan, aceptan.
«Es una obligación humana, me parece lo normal, estar allí ayudando», resume Natasha Mouffe, una belga afincada en Formentera. «Lo mínimo que podemos hacer es decir ‘hola, aquí estamos’, ofrecer una caricia humana y una sonrisa», considera. «Ninguno de nosotros podemos imaginar por lo que pasan estas personas, algunas llevan tres o cuatro años viajando desde que huyeron de sus países», añade emocionada.
Su hija Mathilde, que en su país de nacimiento ya encaminó sus pasos hacia la colaboración social a través de sus estudios de Antropología, Filosofía y Derecho Internacional Humanitario, empezó a atender a los migrantes desde antes de que este grupo de voluntarias se formara. «Vivimos en la zona de la Mola, donde llegan muchas de las embarcaciones y hace años que los vecinos empezamos a ayudar a los recién llegados como podíamos, porque entonces no había nada organizado», recuerda.
Ayudar es la palabra clave para Christine Heinen, alemana pero residente en Formentera «desde siempre». «Siempre me ha gustado cuidar, ayudar a los demás», explica. Una mañana de hace un par de años, paseando por una playa cerca de su casa, se encontró con los restos de una de estas arribadas: «Había una patera con zapatos, ropa, chalecos... y desde ese momento decidí ayudar a esta gente cuando pudiera». «Me apunté al curso de la Cruz Roja y desde entonces me hace feliz poder saludar a los que llegan y preguntarles cómo están», explica.
Porque ellos vienen buscando lo que nosotros tenemos y damos por garantizado solo por nuestro lugar de nacimiento. «Es una suerte nacer en un sitio o en otro, tú no lo eliges», entiende la formenterense Mari Mayans. Una suerte que puede cambiar cualquier día: «Nunca se sabe dónde puedes acabar y es de justicia dar lo que te gustaría recibir en una situación así». «La gente que deja su pasado, sus cosas, para intentar cambiar su vida merece nuestro apoyo», afirma.
Estas mujeres han vivido tantas emociones mezcladas a lo largo de sus intervenciones que no saben cuál destacar. A Mathilda le ha marcado el caso reciente de una mujer embarazada de cuatro meses que durante la travesía había dejado de sentir a su hijo. Esta joven decidió acompañarla al hospital y permaneció todo el día con ella hasta que una ecografía permitió escuchar el sonido del latido del corazón del bebé.
Los más pequeños también son los protagonistas de la historia de Mari: «Llegó una mamá con varios niños, agotada por el viaje, y me dejó sostener a su bebé, que se acabó durmiendo en mis brazos». Natasha, por su parte, recuerda que para entretener a una niña de cinco años recién llegada a la isla utilizó en una ocasión un pompero que su hija Mathilde le había puesto en los bolsillos del chaleco «porque siempre puede servir».
Después de sonreír, entretener, atender y escuchar a los viajeros, Natasha y sus compañeras siempre se despiden de ellos deseándoles suerte, porque son conscientes de que la segunda parte de su viaje no ha hecho más que empezar.
Formación del voluntario
«Ser voluntario es una actividad complicada», asume Castaño, «porque normalmente trabajas con colectivos vulnerables y con personas que están pasando por circunstancias adversas». «Hace falta empatía pero también capacidad para desconectar al volver a casa», expresa.
Para los valientes que tengan ganas de poner su granito de arena, en el ‘Equipo 100’ de Formentera, como se autobautizaron estas mujeres, hacen falta manos. Los interesados participarán en un cursillo de formación básica institucional donde se explica «la misión, la visión, los principios y valores de la Cruz Roja para que sepan si están en la organización adecuada», explica la coordinadora de la entidad.
Después, en función de la actividad que quieran desempeñar, los interesados pueden apuntarse a los cursos que organice la Cruz Roja para ir avanzando en el mundo del voluntariado.
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