Arte

La locura por la música hecha escuela

La Escuela de Música y Danza de Formentera tiene su origen en el proyecto de dos jóvenes muy sensatos pero también muy osados, enamorados de la música y dispuestos a dejarlo todo para crear en la isla un lugar de encuentro intergeneracional que traspasó sus humildes pretensiones y fue el germen de la actual extensión del Conservatorio

La Coral Polifónica durante una actuación en una imagen del archivo personal de Lidia Guillem

La Coral Polifónica durante una actuación en una imagen del archivo personal de Lidia Guillem / Ignacio Evangelista

Pilar Martínez

Pilar Martínez

El 2 de noviembre se cumplieron 25 años de la inauguración de la Escuela de Música y Danza de Formentera, una fecha que ha pasado inadvertida pero que merece un reconocimiento público a los inicios de lo que hoy en día se ha convertido en toda una institución en la isla.

Origen de numerosas vocaciones en el mundo de la música y la danza, pero también núcleo social que favorece el vínculo entre familias en un territorio tan pequeño como es Formentera. En sus comienzos se articula una mezcla de juventud, vitalidad, osadía, amor por la música y una pizca grande de locura.

Estamos en Madrid, a mediados del año 1999. El ibicenco Iván Mérgola y la valenciana Lidia Guillem, pareja por aquel entonces y grandes amigos 25 años después, viven y trabajan en la capital. Están hartos de la ciudad y se plantean hacer «algo» en otro sitio más tranquilo. Iván se acuerda de que en Formentera no hay ningún centro oficial dedicado a la enseñanza de la música y se pone en contacto con Isidor Torres, por aquel entonces alcalde de la isla y senador en Madrid.

«Fui a verle a su despacho en el edificio del Senado, un sitio impresionante para mis 21 añitos, y le presenté un bosquejo de nuestro proyecto», rememora Mérgola, que entonces era jefe de estudios de un conservatorio concertado de Madrid y ahora dirige el Patronato de Música de Ibiza.

De ahí a Formentera, a finales del mes de agosto de ese mismo año, para explicar sus planes al equipo de gobierno. «La idea era empezar al año siguiente, pero les gustó tanto que me dijeron que en poco más de dos meses, el 2 de noviembre, se inauguraría la escuela y comenzarían las clases, ya que había quedado libre el edificio del viejo instituto», cuenta Mérgola.

En ese mismo edificio y tras una reforma integral realizada en 2004, comparten espacio ahora la biblioteca municipal en el primer piso y la Escuela de Música y Danza en el segundo, además de algunas oficinas del Consell.

Isidor Torres, que en la actualidad no ostenta ningún cargo político, pero sigue muy activo en la vida social de Formentera, también recuerda esa primera entrevista en Madrid: «Hablar con Iván sobre su proyecto me provocó una impresión inmejorable». «Eran jóvenes, dinámicos, preparados y con muchas ganas de arrancar la escuela de música, fue un amor a primera vista», asevera.

El teniente de alcalde de entonces, Enric Barot, «arregló rápidamente la documentación y empezó el curso con 24 alumnos», recuerda Torres. «Para el segundo curso ya había el doble de interesados y tuvimos que hacer una lista de espera», narra, haciendo gala de su inmejorable memoria.

«Cuando fuimos a ver el centro, Barot nos abrió la puerta y allí no había ni mesas ni atriles ni sillas donde sentarnos y teníamos que empezar las clases esa misma tarde», explica, divertido, Mérgola. «Fue todo así de improvisado, pero la escuela funcionó de maravilla desde el principio y, enseguida, tanto los padres de los alumnos como nosotros pedimos a los responsables políticos una extensión del Conservatorio de Ibiza y Formentera para los estudiantes, porque en la escuela solo llegaban hasta el cuarto curso y, si querían seguir, tenían que desplazarse a otras islas», añade.

La escuela municipal arrancó con tan solo cuatro profesores: Lidia Guillem, que también era la directora; Iván Mérgola, que compaginaba las clases con el cargo de jefe de estudios; Jaume Escandell, actualmente técnico del departamento de Patrimonio del Consell insular, y la italiana Gabriela de Cinque.

Con la puesta en marcha en el curso 2002/2003 de la extensión del Conservatorio de Ibiza y Formentera, que compartía espacio, recursos y profesorado con la escuela, surgió la necesidad de contar con nuevos expertos, y se toparon con el problema que años después perdura en la isla: la escasez de profesionales. «La primera vez que hicimos un llamamiento solo se presentaron Anabel Márquez Valero, que sigue dando clases en Formentera, y Sergio Cañadas Romera», explica al teléfono Guillem desde Madrid, donde dirige una escuela de música con más de 800 alumnos.

Cambio legislativo

No solo era una cuestión del número de profesores, sino que estos afrontaban problemas de incompatibilidad laboral al trabajar para dos administraciones públicas al mismo tiempo. Así que el siguiente objetivo, que consiguieron en un tiempo récord, fue un cambio exclusivo para Formentera en la estricta normativa nacional sobre incompatibilidades: con el Decreto 78/2005 de 15 de julio, que declaraba de interés público el ejercicio de un segundo lugar de trabajo en el ámbito docente musical de Formentera, se legalizó que cualquier persona que llegara a la isla pudiera trabajar tanto en el Conservatorio como en la escuela municipal, mejorando así el atractivo de la oferta laboral y consiguiendo ampliar el profesorado.

Lidia Guillem solo tiene buenas palabras para esos primeros años de la escuela y el Conservatorio: «Nunca he vivido nada tan intenso como este proyecto, por su impacto social, por cómo gestionamos las cosas desde el equipo directivo, por los profesores, por las ganas que le pusimos, pero también porque encontramos una sociedad con mucha sed de lo que íbamos a ofrecer y nos ayudaron en cada propuesta, tanto los alumnos y sus familias como los políticos de diferentes colores con los que trabajamos», sostiene. «El objetivo era que al menos un alumno de cada especialidad acabara siendo profesional, y eso ya es una realidad hoy en día», afirma, orgullosa.

Al margen de la enseñanza puramente artística, que se fue ampliando y enriqueciendo año tras año con la creación de la Coral Polifónica (2000), la incorporación de las clases de danza (2013) y la composición de la Banda de Música (2015), la importancia de este centro como nexo de unión social queda patente en la tesina que Guillem presentó tras finalizar uno de sus másteres en gestión cultural. Bajo el título ‘Gestión cultural y cohesión social’, el escrito se centra en la puesta en funcionamiento de la Coral de Formentera para argumentar que «la música, además de una actividad relacionada con el desarrollo individual de las personas, puede y debe ser un instrumento de cambio social, en la dirección de una mayor cohesión e integración sociales».

Hoy en día continúa este espíritu comunal y participativo, generador de nuevas amistades, y raro es el niño o el adulto que no haya pasado por las aulas de la escuela para participar en cualquiera del amplio abanico de cursos y talleres que ofrece.

Si hace 25 años arrancó con tan solo las especialidades de piano, guitarra y flauta travesera y lenguaje musical, en la actualidad se puede estudiar el grado elemental de los estudios reglados de música y danza, «que corresponden a los cuatro primeros años de la carrera como tal», explica Úrsula Pomar, directora del centro desde 2022.

Ente vivo y en evolución

También hay talleres no reglados para adultos y menores de iniciación a la música, iniciación a la danza, de canto, piano, guitarra, instrumentos de viento madera y viento metal. Y, por si fuera poco, hace años que se imparte un taller de música tradicional «para seguir inculcando la cultura isleña a los alumnos», desarrolla Pomar.

La escuela es un ente vivo, en constante evolución y desarrollo, que ha tenido sus malos momentos, pero siempre resurge de sus cenizas. «El objetivo principal de la escuela es mantener este equilibrio entre los estudios reglados y los no reglados, para llegar al máximo de gente interesada en la música y en la danza, sea cual sea la intención y capacidad del alumnado, hacer del arte algo accesible en todos los sentidos a la mayor parte posible de la población», afirma la directora de la escuela.

Con cerca de 250 alumnos matriculados este curso y como muestra de su intención de acoger en su seno a todos los miembros de la sociedad de la pitiusa del sur, este año ha incluido en su oferta un taller de musicoterapia que aplica los beneficios de la música a los miembros de Diver Gent, una asociación que busca la integración plena de personas «diversamente hábiles».

Paso a paso, el pequeño árbol que plantaron hace un cuarto de siglo dos jóvenes en plena explosión vital, junto a los primeros profesores que les acompañaron en la aventura, ha ido extendiendo sus ramas hasta cubrir y dar cobijo a toda la isla de Formentera.

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