Los turistas que visitan Formentera suelen confundir los restos del antiguo vivero de peces tallado en la roca con una cantera de marés, y como tal aparecen identificados en más de una web. A pesar de que un cartel del Parc Natural de ses Salines, en tres idiomas, indica que en el lateral de sa Sèquia que mira al mar se construyó un vivero para «mantener con vida los peces que se habían pescado con pantenassa, un arte de pesca consistente en una gran red que se calaba en el fondeo del Estany Pudent». Parece ser que aún más apreciadas que los peces eran sus huevas, que se secaban y se exportaban a la Península.

Y tal actividad tuvo lugar en la isla después de que s'Estany Pudent, hasta entonces de agua dulce, se abriera al mar y antes de que se iniciara la explotación salinera. Hoy es parte del parque natural de ses Salines y paraíso de aves de humedales, pero dos siglos atrás, el estanque era exactamente lo que su nombre indica y los mosquitos se sentían en él más cómodos que el zampulín cuellinegro. Fue un importante foco de infecciones y, con toda probabilidad, el origen de alguna epidemia de paludismo.

Los restos del antiguo vivero de peces que los turistas suelen confundir con una cantera de marés. Foto: Joan Costa

Un buen día, a mediados del XIX, para que el agua se regenerara, al sexto obispo de las Pitiusas, Basilio Carrasco, se le ocurrió algo tan sencillo como comunicar el estanque con el mar y abrir un canal, sa Sèquia, que al parecer pagó de su propio bolsillo. Y el agua del mar lo cambió todo.

S'Estany, que antes de adoptar el nombre que sugería su estancamiento fue conocido como s'Estany des Flamencs, es una laguna de algo más de tres kilómetros y una profundidad media de dos o tres metros. Según consta en la memoria con la que, en 2004, el Consell de Ibiza y Formentera declaró ses Salines Bien de Interés Cultural en la categoría de lugar histórico, en 1868 el Real Patrimonio vendió el estanque a la sociedad J. E. I. Wallis y Compañía, que «había de realizar muchas mejoras en él hasta el punto de convertirlo en una piscifactoria importante».

En 1929, el rey Alfonso XII imaginó allí una base de hidraviones que se hizo realidad ya en el 36, y que instaló el ejército de Franco. El III Reich apoyó el proyecto construyendo un depósito de combustible para las aeronaves, que amerizaron en las salinizadas aguas de la laguna hasta los años 50.

Y si la historia asociada a s'Estany Pudent y al canal del obispo Carrasco no fuera suficientemente interesante, el lugar también tiene su leyenda, una de las más conocidas por el pueblo de Formentera. Es la leyenda de dos hermanas enfrentadas por una herencia que acaban haciendo caer sobre ellas mismas una maldición eterna. Y cuenta que en el espejo de las aguas de s'Estany, los días en los que la superficie se vuelve plata fundida y el sol se refleja en ella, aún puede verse en el fondo del lago la casa encantada que las olas barrieron por una maldición fraterna. O, al menos, sus ruinas.

Puente con arco de medio punto que comunica el canal con el mar. Foto: Joan Costa

Pero empecemos por el principio, como se relatan los cuentos, las fábulas y las leyendas. Érase una vez una rica heredera viuda y una finca espléndida surcada de torrentes y manantiales de aguas cristalinas. La viuda, una mujer trabajadora y orgullosa de su hacienda, tenía, sin embargo, dos hijas algo vagas a las que poco o nada preocupaba el devenir de las cosechas y el estado del ganado. A pesar de tal desidia, la madre cometió el error -uno de esos errores sin los que difícilmente existirían las fábulas- de dejar una herencia compartida, lo que en la práctica se tradujo en dos herederas que competían en ruindad y egoísmo, porque, a pesar de que cada una de ellas quería la finca en exclusiva, ninguna mostraba mucho interés en sacarla adelante. Hasta tal punto llegó el odio que se profesaban las dos hermanas, mientras la hacienda perdía brillo, que un buen día los insultos acabaron en maldiciones. Y ya se sabe que hay que tener mucho cuidado con las maldiciones, porque pueden cumplirse.

La una le dijo a la otra una expresión tan de la tierra como «Mala fi puguis tu fer, i sa hisenda també!» -al menos con esas palabras lo recuerda Joan Castelló en su libro ´Rondaies´-, y la otra le respondió: «Lo que desitges tenguis!». Y, por supuesto, se cumplió. Cuentan que se escuchó el rugido del mar y una gran ola se levantó sobre la tierra y golpeó la hacienda, arrasando pastos, cultivos y construcciones. Las dos herederas y su fabulosa casa desaparecieron y las aguas estancadas que quedaron de la gran ola se convirtieron en s´Estany Pudent. Adiós a los manantiales de agua potable. Y para que la historia quedara redonda, los habitantes de la isla cuentan todavía que las ruinas de la casa aún pueden verse en las aguas del estanque los días más claros.