Nuria García, la enfermera del Centro de Día de Formentera, espera ante una mesa sobre la que ha desplegado todos los productos de protección personal recomendados contra el virus. Tiene gel, mascarillas y toma la temperatura y los datos personales a quien traspase la puerta que custodia con una sonrisa detrás de su mascarilla.

Un poco más adelante espera la directora del Centro, Marta Uriarte, junto a la psicóloga Marina Ferrer, y en una de las amplias salas el resto del personal, convenientemente separado y protegido, ordena documentos.

La directora explica que se han tenido que adaptar a la nueva situación y que desde principios de esta semana han empezado a atender a los usuarios de forma personalizada en el propio centro, estableciendo turnos para respetar el aforo.

«Hemos empezado muy despacito, con atención individualizada y separados en salas». Aclara que desde la declaración del estado de alarma «hemos estado haciendo el seguimiento en casa y hemos contactado con todos; ahora están viniendo los que realmente lo quieren hacer, no todos han accedido a venir en estas condiciones», aclara. A lo largo de esta semana no han podido superar el 30% del aforo, «por lo que vienen seis usuarios al día, divididos en dos grupos de tres».

Ganas de volver

Ganas de volver

En la sala de rehabilitación contigua está Vicent Tur Serra, un vecino de 90 años que acude regularmente al Centro de Día y que se toma la situación con el escepticismo que dan los años vividos: «Estos días han ido bien, en casa, tenemos bosque y campo y no es lo mismo que un piso. Lo único que me molesta es esta careta que debo llevar, porque hace mucho calor y se me hace pesada».

Vicent Tur reconoce que le apetecía volver al Centro de Día: «Por la gimnasia y todo lo que hacemos y porque lo pasamos bastante bien», aunque echa de menos la relación social. «Lo único es que todo esto es un poco solitario», lamenta. Respecto a cómo ha vivido la epidemia, Tur comenta: «Miedo no he tenido porque me dijeron una vez que el miedo no sirve para nada. Miedo no, pero hay que estar dispuesto. Esperemos que esto acabe bien».

Sin contacto y en una sala contigua está Antonia Ferrer Marí haciendo ejercicios de memoria. Lo que más ha echado de menos es el contacto con el personal del centro: «Cuando me dijeron que no podía venir porque había un virus muy malo me puse a llorar porque no podía ver a las compañeras que nos cuidan y que lo hacen muy bien». Y expresa un deseo: «Ahora es diferente, pero espero que pronto podamos volver con las amigas con las que nos lo pasábamos tan bien».