La bodega Terramoll en la Mola se ha convertido en un centro de peregrinaje para los amantes de la agricultura y en particular de la viticultura. Desde esta instalación, dirigida por el enólogo José Abalde, saldrán este año unas 19.500 botellas de vino blanco, rosado y tinto. Pero para conseguir esos caldos en un territorio como Formentera hace falta tiempo y paciencia, y más si el objetivo es recuperar la esencia de las vides más antiguas que no sufrieron filoxera. Una plaga del siglo XIX, de la que se salvaron los pies francos de vides de Formentera.

Fruto de esas uvas, Terramoll sacará esta semana al mercado 550 botellas de la cosecha de 2014 solo de la variedad monastrell y con el nombre de 'Es Monastir'. Un homenaje a los monjes agustinos que a finales del siglo XIII ya cultivaban esas vides tal y como se ha documentado. Los expertos consultados, que ya han catado ese caldo, lo relacionan con la esencia y la tradición más antigua del vino sin aditivos.

José Abalde, que ayer recibió a un numeroso grupo de participantes del Formentera Fotográfica, explicó con todo lujo de detalles cómo se trabaja en las viñas que cultivan.

Para empezar, la marca cuenta con 13 hectáreas propias, a las que hay que sumar dos más en alquiler, todas ellas en la Mola. Allí cultivan distintas variedades de uva pero partiendo de las autóctonas, que cuidan con esmero. Llevan ya varios años trabajando sin productos químicos y este año ese vino delicatessen llevará el sello de ecológico. Pero la apuesta no acaba allí ya que a partir de 2019 todas las botellas que salgan de esa bodega llevarán el distintivo que certifica que no se utilizan productos químicos y que todo el proceso se realiza de forma artesanal, desde la vendimia a mano hasta la selección de los racimos y el posterior cocido de los mostos para lograr unos vinos con sabor mediterráneo.