En su consulta. La noticia de que le concedían la Medalla de Oro de la ciudad de Ibiza no podía pillarle a Cristina Molina en otro lugar. La médico estaba atendiendo a sus pacientes en la Unidad de Atención a la Mujer de es Viver cuando la llamaron por teléfono. No se lo esperaba. No sólo porque ya le habían concedido dos premios en los últimos años sino porque ella no considera que esté haciendo nada por lo que merezca un reconocimiento. «Hago lo que me gusta, es mi trabajo, no es un esfuerzo. Tampoco he hecho ningún descubrimiento científico», comenta la médico, que esta noche recibirá la medalla. Así que cuando la llamaron del Ayuntamiento de Ibiza para comunicárselo se quedó un poco en shock. Le costó volver a concentrarse y «retomar el hilo» de las consultas. «Pensaba todo el rato en por qué me lo daban a mí», indica. Esa noche, al llegar a casa, no se lo dijo a ninguno de los suyos, que se enteraron cuando vieron la noticia en la prensa. «Me daba vergüenza», confiesa, bajito, en un claro ejemplo de la humildad que, entre otros valores, destacan todas las mujeres que pasan por su consulta.

El Ayuntamiento reconoce con este galardón la «incansable» tarea médica y divulgativa de la doctora, que lleva décadas velando por la salud reproductiva y la libertad sexual de las mujeres. La distinción destaca su labor al impulsar el departamento de Planificación Familiar, por el que han pasado varias generaciones de mujeres. Algunas de las que ahora llegan a ella son las nietas de algunas de sus primeras pacientes, explica Molina, que insiste en que es médico de Atención Primaria: «Las vi a ellas, luego a las hijas y ahora estoy viendo a las nietas». Muchas veces son las unas las que llevan a las otras.

Ella es la responsable de que muchas de las mujeres hayan tomado las riendas de su propio cuerpo. También de que muchos hombres hayan vencido sus reservas y acudan a la consulta con sus parejas. Sus pacientes la describen como una persona cercana, atenta y con una gran empatía. Algunas recuerdan cómo, de adolescentes, no tenía ningún problema en citarlas fuera del horario de consulta para que se sintieran más tranquilas, seguras de que no se toparían con ningún conocido en la sala de espera.

«Todas las mujeres necesitan una atención personalizada», comenta la doctora, que está muy implicada en la salud de las mujeres que ejercen la prostitución. De hecho, trabaja codo con codo con la delegación en Ibiza de Metges del Món. También atiende a mujeres víctimas de violencia de género. «Son muy vulnerables», indica la médico, que, décadas después, continúa extendiendo su horario en la consulta. «Sabes cuándo entras, pero no cuándo sales», comenta antes de explicar que de vez en cuando se queda una tarde en la consulta para poner todo en orden. Lo hace con gusto. No sólo porque su trabajo le apasiona, sino también porque así, explica, puede dedicarse entonces al cien por cien a todas sus otras facetas: «Abuela, jardinera, limpiadora, cocinera...».

Lo que más ha cambiado desde que empezó, indica, es la información a la que tienen acceso los adolescentes. Con ellos trabaja en campañas de prevención con las que recorre los institutos, tratando de concienciarles sobre la importancia de protegerse contra enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados así como de mantener relaciones afectivo-sexuales sanas. «Ahora los chicos tienen acceso a mucha más información, lo que ocurre es que no toda esa información es buena. Hay mucha confusión sobre lo que pueden aceptar o no en una relación. Además, los chicos ven mucho porno a través de internet. Ésa no es una sexualidad real, pero es lo que pretenden hacer luego y muchas chicas se sienten violentadas pero no tienen claro cuándo pueden decir que sí y cuándo no», explica la médico, que se muestra tajante: «Se puede decir que sí al principio y no querer seguir con la relación. No es no. Da igual en qué momento se diga que no». Están «machacando mucho» con este tema, reconoce Molina, que llegó a Ibiza, de su Argentina natal, en 1985 acompañada de su marido, Héctor, y de su única hija, Mariana.

Pasión por la medicina

La pasión con la que atiende su consulta no sorprende a quienes conocen su historia. Es la sexta de diez hermanos y su madre, una de las Madres de la Plaza de Mayo, enviudó con 39 años. Eso la obligó a comenzar a trabajar cuando apenas contaba 13 años. A pesar de eso, y con mucho esfuerzo, se sacó la carrera de Medicina en la universidad de Buenos Aires. Tampoco lo tuvo fácil a su llegada a la isla: «Justo entró en funcionamiento el mercado comunitario europeo y mi título se quedó durmiendo en el Ministerio de Educación». Ella y su familia llegaron a la isla huyendo de la miseria y la falta del trabajo del país. Pidió una excedencia de dos años, pero ya no volvió a Argentina para trabajar.

Aquí no todo fue fácil. Tuvo que esperar un año y medio para que le convalidaran el título y someterse a un examen de medicina legal. Incapaz de estar de brazos cruzados se presentó en la dirección del Hospital Can Misses y se ofreció como voluntaria. La enviaron a Ginecología, donde estuvo dos años. Y después pasó otro más en Anatomía Patológica, donde aprendió a hacer citologías. No tuvo un contrato hasta 1991, cuando consiguió todos los papeles.

Desde entonces no ha parado. Y no todo ha sido fácil en su consulta, donde el compromiso con la mujer ha estado siempre por encima de todo. En estos años ha tenido varios caballos de batalla. Las adolescentes que se quedan embarazadas. Las jóvenes que acceden a tener relaciones sexuales sin protección presionadas por los hombres. Las mujeres de otras culturas en las que el hombre, y no ellas, decide cuándo llegan los niños. Ha vivido momentos duros. Y no sólo por las historias que se ha llevado, más de una vez, a casa. Uno de los peores momentos de su carrera, recuerda, fue cuando un responsable político, de cuyo nombre se acuerda pero prefiere no mencionar, amenazó con cerrar la unidad. En ese momento lo tuvo claro: si la cerraban se plantaba en Vara de Rey acompañada de todas las mujeres de la isla. Quienes la conocen saben que si hubiera sido necesario, habría sido bien capaz de hacerlo.

Molina confiesa que siente nervios. Sobre todo cada vez que algún conocido le pregunta si es consciente de la importancia del galardón. Espera que los nervios (y el calor) le dejen disfrutar de la gala de entrega.