“Pues a mí me castigaban y no he salido tan mal”. “No le cojas tanto que se va a malacostumbrar”. “De pequeña a mí no me hablaban de empatía ni me preguntaban mi opinión, se hacía lo que decían los padres y punto”. “Con tanto hablar de emociones vas a hacerle un blando”. “Con esa educación, no me extraña que hablemos de generación de cristal”...

Hoy en día se siguen escuchando muchos comentarios de este estilo, que dejan entrever la creencia de que la educación emocional hace que nuestros hijos no estén preparados para la vida. Confundimos sobreprotección con ofrecer muestras de cariño y apoyo incondicional y hablar de nuestras emociones y nuestros expertos lo tienen claro: el cariño es una necesidad vital y no es una muestra de sobreprotección.

El cariño y la atención son necesidades, no caprichos que fomentan la existencia de una generación de cristal

“Dar cariño no es un extra, no es un lujo, es cubrir una necesidad. Y eso es algo que aún, por desgracia, cuesta entender. Pensamos erróneamente que si las cubrimos les vamos a perjudicar, y es justo lo contrario”, contaba el psicólogo Rafa Guerrero en una entrevista en Educar es Todo. Y esta necesidad tiene clarísimas bases biológicas, prosigue Guerrero: “Somos mamíferos y seres sociales. Y necesitamos del tacto, de ser abrazados, de ser tranquilizados.

Cuando alguien está experimentando una emoción muy intensa, un simple abrazo le tranquiliza”. Y da en una clave muy interesante, que tal vez deberían tener en cuenta los partidarios de ‘endurecer’ a nuestros hijos: “un mamífero pasa de la dependencia a la interdependencia (dependemos los unos de los otros). Pero nos hemos creado una idea errónea del ser humano, nos creemos omnipotentes, y estamos pagando las consecuencias”.

También Alberto Soler tiene un mensaje a las personas adictas a la frase de “no cojas al bebé en brazos todo el rato, que lo malcrías o sobreproteges”. Cuenta Alberto en una ponencia en Educar es Todo que “es imposible sobreproteger a un bebé, porque es nuestra responsabilidad cuidarles, protegerles, ser el intermediario entre el entorno en el que viven y su realidad física”. De hecho, cuenta Soler, “vivimos en el mundo al revés. Nos preocupa mucho la sobreprotección en los bebés pero luego tenemos señores de 30 o 40 añazos que no son capaces de contratar una hipoteca sin preguntarle a papá o mamá”. O padres y madres que han decidido que “tiene que ser un bebé totalmente autónomo, nada de brazos, nada de teta, pero luego empiezan con el avioncito para comer”.

La educación emocional no provoca una generación de cristal, más bien al contrario

Solemos escuchar que tanto hablar de emociones hace que nuestros hijos sean blanditos, pero en realidad se podría decir que es nuestra mala gestión emocional la que está detrás de la sobreprotección y la que impide que nuestros hijos sean autónomos. De hecho, para Alberto Soler la sobreprotección tiene poco que ver con atender a un bebé y tiene mucho que ver con “nuestros propios miedos como padres, que no nos dejan ir soltando conforme el niño va necesitando. Nos da miedo que se hagan daño, que se equivoquen, queremos evitar que cometan los mismos errores que quizá cometimos nosotros, pero se nos olvida que esos errores son el motor del aprendizaje”.

Además, nos recordaba Begoña Ibarrola en una ponencia que una buena gestión emocional “aporta bienestar y ayuda a prevenir trastornos: A medida que enseñamos a nuestros hijos a manejar su mundo emocional, les estamos dando recursos y estrategias para saber qué pueden hacer cuando se sientan atemorizados o tristes, qué potencial tiene esa tristeza pero también cómo ayudarles a salir de esa tristeza (estaremos previniendo una depresión).

Les podemos ayudar a ser optimistas, a vivir la vida con ilusiones, a ver el lado positivo de la vida sin negar el negativo”. La gestión emocional, nos recuerda la famosa psicóloga y autora de cuentos infantiles, consiste en “la capacidad de controlar y encauzar adecuadamente las emociones e impulsos perturbadores”. Y para encauzar estas emociones y controlarlas, lo primero que hay que hacer es reconocerlas y hablar de ellas. Hay que decirlo más: Hablar de las emociones nos fortalece y capacita, no nos debilita ni nos hace menos preparados para la vida.

Sobreproteger a nuestros hijos no es hablar de emociones: es no dejarles hacer lo que ya pueden hacer solos (aunque se equivoquen), es educar desde el miedo al fracaso, es evitar que exploren por terror a que se hagan daño… Sobreproteger “es no dejar que los niños hagan aquellas cosas para las que están preparados. Si nos anticipamos a sus necesidades, si no dejamos que de vez en cuando se frustren y que aprendan de esas experiencias cuando no es tan sencillo conseguir algo, no estaremos desarrollando su inteligencia. Cuando los tenemos tan en palmitas, les estamos creando una cierta invalidez para su vida posterior”, como expresa de manera magistral María Jesús Álava Reyes en una ponencia. 

Reconocer nuestro miedo a que se hagan daño, nuestro miedo al error o al fracaso y gestionar ese miedo nos puede ayudar a evitar la sobreprotección. Callar o reprimir ese miedo con la creencia de que hablar de emociones nos reblandece solo acentuará el problema.