En una de las ponencias más virales de nuestros encuentros, el neuropsicólogo Álvaro Bilbao comentaba que “muchas veces los padres intentamos ahorrar a nuestros hijos las frustraciones. Sin embargo, si queremos tener hijos felices en lugar de hacer que el viento siempre sople a su favor hay que enseñarles también a navegar en tempestades”. Porque lo cierto es que en la vida no todo se puede, no van a poder hacer siempre lo que quieren y no les va a salir todo bien a la primera. Por eso decimos que la frustración puede ser una gran aliada en la educación, si se gestiona bien.

Todo lo que nos enseña la frustración

Frustrar se puede definir, como señala el diccionario de la RAE, como “privar a alguien de lo que esperaba”, “malograr un intento”. Cualquiera que lea estas líneas ha vivido innumerables momentos en los que se ha visto privado de lo que esperaba o en los que las cosas no han salido como quería. Es decir, la vida está llena de pequeñas o grandes frustraciones que tenemos que aprender a llevar de la mejor manera posible. Como nos contaba el educador Óscar González en un artículo, “debemos entender la vida como un largo camino en el que nos encontraremos con muchas alegrías y satisfacciones pero al mismo tiempo aparecerán obstáculos que nos producirán pequeñas (o no tan pequeñas) frustraciones que tenemos que afrontar y superar“. Por muy desesperante que parezca, que nuestro hijo o hija se frustre es positivo. Te contamos por qué con algunos ejemplos:

  1. Imagina que tu hija pequeña se frustra porque no consigue abrocharse el abrigo. En este caso, tu hija está queriendo sentirse capaz, superar algún reto, avanzar. Y se frustra porque no lo consigue. Si en lugar de eliminar rápido la frustración abrochando el abrigo y afeando su reacción le ayudamos a hacerlo por sí misma o validamos su frustración felicitando su intento, le estaremos ayudando a superar retos.
  2. Pongamos que tu hijo se frustra porque no le dejas comprar algo que quiere con todas sus fuerzas. Podríamos ver algo positivo en esta escena desquiciante: nuestro hijo tiene bien claro lo que quiere. Y en función de su edad, además de comprender su frustración y empatizar con él, podemos proponerle o pensar juntos un plan para conseguirlo con un poco de tiempo y paciencia, porque como nos dice Álvaro Bilbao en la citada ponencia, ““no estamos acostumbrando a nuestros hijos a esperar. Y esperar es muy importante”.
  3. Imagina que tu hija se frustra porque ha suspendido un examen. No es tan mala noticia, podríamos pensar, porque si se frustra por algo es porque le importa. Podemos, además de manifestar que tiene derecho a frustrarse, ayudarla a pensar en qué puede aprender de este suspenso, en qué se ha equivocado, cómo organizar su estudio para el siguiente examen y cómo, en definitiva, superar este reto.
  4. Ponte en la situación ahora de que tu hijo está frustrado porque alguien que él creía su amigo le ha tratado mal. Es sanísimo que esto le frustre o le indigne, ¿no te parece? Porque esto significa que está convencido de que merece respeto y un buen trato. Como siempre, después de mostrar empatía con su emoción y validarla, podemos animarle a reflexionar qué puede hacer con esto que siente: ¿Merece la pena hablar con el “amigo” para entender por qué ha actuado así? ¿Prefiere romper esa amistad porque cree que no merece este trato? ¿Qué es ser un buen amigo para él? Todas estas preguntas generarán un debate y una reflexión profundos que sin duda le servirán de guía en el futuro.

No hay que tolerar la frustración, hay que gestionar las opciones

Nos lo decía Noelia López-Cheda en otro artículo y la idea no puede ser más potente: “más que tolerar la frustración”, en el sentido de aguantarla estoicamente, la clave, para esta experta, “sería aceptar (que no resignarse) lo que ha pasado y ponerse en marcha para ver qué se puede hacer”.

Para López-Cheda, ponerse en marcha tras experimentar frustración tiene dos fases:

  1. Preguntar qué emoción tenemos y validarla
  2. Posteriormente centrarse en la solución o en la reflexión.

Algunas de las claves para poder pasar de la frustración a la solución son estas:

  1. Entender y legitimar su enfado, sin juzgarlo: “Entiendo que te enfade no conseguir abrocharte el abrigo”. “Es normal que te moleste lo que te ha hecho tu amigo”. “Comprendo que te frustre haber suspendido”. “Ya sé que te enfada que no te compre esto ahora”.
  2. Dejarles un tiempo para calmarse y enfriarse, sin sermones, sin quitar importancia a lo que sienten y sin intentar pasar a la solución antes de dejarles experimentar la emoción intensa que sienten ahora. “Si necesitas hablar, aquí estoy”. “¿Quieres que te dé un abrazo?”...
  3. Una vez que se han calmado, expresar empatía y fomentar que piensen por ellos mismos qué hacer ahora. “¿Quieres que te enseñe un truco para abrocharte esos botones o prefieres intentarlo otra vez más?”. “¿Qué crees que tienes que hacer para no suspender el próximo examen?”- “¿Pensamos juntos un plan para poder comprar eso que tanto quieres en unas semanas?”. “¿Qué piensas decirle a tu amigo después de lo que ha pasado?”.
  4. Criticar el comportamiento, pero no la emoción ni a la persona. Es probable que, presa de la frustración, nuestro hijo o hija haya hablado mal, o haya sido un poco desagradable o impertinente. Desde luego, si nuestro hijo quiere que le compremos algo y no lo hacemos, no nos va a dar las gracias. Podemos entender y legitimar su enfado, mientras ponemos límites a su comportamiento. “Entiendo que te enfade, pero yo te hablo con respeto y tú también debes hacerlo”. “Comprendo que te moleste haber suspendido, pero no consiento que hables así de la profesora”...