El 30 de junio de 1559 París se engalanó para festejar dos grandes acontecimientos: se celebraba la firma del tratado Cateau-Cambrésis que ponía fin a la guerra anglo-franco-española y se fijaba la alianza matrimonial entre Isabel de Valois, hija de Enrique II de Francia y Felipe II de España, el monarca más poderoso del mundo y viudo por aquel entonces. Durante 3 días se sucedieron torneos y justas en las que participó lo más granado de la aristocracia y nobleza europea, entre ellos el propio Rey de Francia.

En uno de los enfrentamientos, el Rey estuvo a punto de ser descabalgado por el Conde Gabriel de Montgomery (antepasado del Mariscal Montgomery, héroe de la Segunda Guerra Mundial) capitán de la Guardia Escocesa del Rey. Enrique II, furioso por la afrenta, máxime cuando corría el runrún por la corte de que el Conde era el amante de la Reina, decidió volver a batirse con Montgomery con tan mala fortuna que las lanzas se quebraron y una astilla penetró a través de la celada del Rey y se le incrustó en el cerebro a través del globo ocular. El Rey cayó al suelo entre grandes muestras de dolor, la Reina y el delfín Francisco se desmayaron, la amante y favorita del Rey, Diana de Poitiers se refugió en su castillo, el desdichado Montgomery puso tierra de por medio y abandonó Francia…

El Rey de España envió a su médico de cabecera Andrea Vesalio y los célebres cirujanos franceses François Pidoux y Ambroise Paré se encargaron de los cuidados por parte de los galos. La temible y tremebunda Reina Catalina de Médicis (madre de 3 Reyes y dos Reinas) puso a disposición de los galenos todos los medios necesarios, entre ellos a cuatro condenados a muerte a los que se les reprodujeron las heridas del Rey con el objetivo de poder estudiar distintas posibilidades de intervención. Nada de esto sirvió y diez días más tarde tanto el Rey como sus dobles yacían muertos.

Este hecho, que cambió la historia de Francia en particular y la de Europa en general ya que supuso el detonante de las guerras de religión que asolaron el continente, tiene como curiosidad que introdujo el método empírico en la ciencia y por la puerta grande. Se pasó del oscurantismo del medioevo a la luz renacentista que desembocó en la Ilustración.

En el marketing digital hoy ocurre más o menos lo mismo. Hemos pasado del oscurantismo basado únicamente en la intuición, la fe y la experiencia a un modelo mucho más científico en el que gobiernan los datos, las conversiones, los clicks, los leads, el ROI y todos cuantos elementos medibles necesarios para que toda inversión no sea un simple gasto, sino una palanca de crecimiento.

Como decía Einstein “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Si quieres solucionar un problema verdaderamente enrevesado, haz como Catalina de Médicis, busca distintas alternativas para enfocar el problema de manera empírica (sin necesidad de cargarte a nadie. No cómo ella que no paró hasta conseguir que el desdichado Montgomery fura decapitado y descuartizado) y aplica la mejor solución que el ensayo-error te haya proporcionado. Crear, publicar, medir, analizar, contrastar, ajustar y vuelta a empezar. Como un hámster en una rueda, pero mejorando nuestra eficiencia en cada vuelta, milímetro a milímetro, pasito a pasito suave suavesito.

La barrera que deslinda entre la publicidad convencional y el marketing digital profesional y avanzado es la misma que existe entre un médico del siglo pasado que tuviera que emitir un diagnóstico basándose exclusivamente en su experiencia y conocimiento versus un especialista de nuestro tiempo que dispone de pruebas científicas como TACS, Analíticas, Radiografías Computerizadas, Cirugía por Laparoscopia, etc… Hay posibilidades de qué si eres un primer espada y perteneces al primer grupo aciertes con frecuencia, pero si perteneces al segundo grupo y dispones de las herramientas adecuadas en manos de auténticos especialistas, seguramente no te equivocarás casi nunca y mejorarás tus resultados cada día.

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