La irrupción de la pandemia y la necesidad de controlar la transmisión del virus provocaron la mayor recesión económica en tiempos democráticos. Un efecto que ha sido desigual no solo en términos sectoriales y territoriales, sino también sociales: pienso especialmente en la población más joven, que ha experimentado dos profundas crisis económicas en apenas una década. Ofrecer a esta generación el futuro que merece es la mejor razón para no conformarnos con volver al punto de partida.

Tras las fases de contención y estabilización, nuestra economía vive un fuerte impulso de recuperación. Así lo confirman todos los indicadores de alta frecuencia. Tras un primer trimestre de contracción, el PIB creció un 1,1% durante el segundo trimestre, y un 2,0% en el tercero. Las estimaciones más recientes de la AIReF apuntan a que el crecimiento en el cuarto trimestre podría alcanzar el 1,7%, mientras que, según las últimas previsiones de la Comisión Europea, España será la tercera economía de la UE que más crezca el año próximo: un 5,5%. El empleo está teniendo un comportamiento positivo inédito, y ha recuperado ya, en términos absolutos, no solo las cifras de afiliación pre pandemia sino también los niveles previos a la crisis financiera de 2008.

Los indicadores de confianza de la industria, la construcción o el consumo se encuentran por encima de sus medias históricas y el indicador de sentimiento económico de octubre elaborado por la Comisión Europea alcanza el mayor nivel desde 2001. Esto apunta a que ciertos factores coyunturales de ralentización, como los cuellos de botella en las cadenas de valor internacionales y el incremento de los costes energéticos, se irán diluyendo gradualmente el año que viene. A ello contribuirán también el buen comportamiento del empleo, la normalización del sector turístico y la inversión relanzada por los fondos europeos.

Llegar a este punto esperanzador ha sido posible gracias a dos acciones fundamentales. En primer lugar, el despliegue de una política económica centrada en evitar daños permanentes en nuestro capital humano y productivo. Medidas como los ERT Es, los avales ICO o el escudo social no tienen parangón en la historia de nuestro país y existe ya un reconocimiento generalizado sobre su justicia y su efectividad. Y, en segundo lugar, una campaña de vacunación que nos ha convertido en ejemplo mundial. Hoy, más del 89% de la población española mayor de 12 años dispone ya de la pauta completa. Y, según Bloomberg, nuestro país es segundo del mundo que mayor resiliencia ha mostrado ante la COVID-19.

Es, pues, el momento de actuar en el medio y largo plazo. Las inversiones y reformas que forman parte del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia servirán de base para una recuperación justa que nos impulse hacia el futuro. La forma en que hemos gestionado esta crisis tanto a nivel nacional como europeo ha sido radicalmente distinta de la que vivimos durante la crisis financiera internacional. Ahora, con el Plan de Recuperación, lograremos poner en marcha un conjunto de inversiones y reformas que transformarán nuestra economía, mitigando las brechas generacionales, de género y territoriales que se habían acelerado en la última década. Será, sin duda, la mejor manera de garantizar ese porvenir de progreso y bienestar que todos deseamos para España.