Pedro Sastre es Analista Senior de Estrategia de Mercados de Banca March

Nadie cuestiona hoy el papel fundamental que los bancos centrales están teniendo en la actual crisis. Son, junto a las políticas fiscales de los Gobiernos, las instituciones que han diseñado y ejecutado con mano de hierro las políticas monetarias, a veces poco convencionales, con las que el mundo ganaba tiempo para encontrar una solución sanitaria, ya presente. El resultado ha sido la inyección -figurada- del 21% del PIB global, el triple que en la crisis anterior, en forma de compra de bonos de deuda soberana y corporativa. Este apoyo, mezclado con el pinchazo -este real-, nos hace prever que el PIB global recuperará niveles pre-pandemia a mediados de año.

En este lapso temporal lo mercados no han perdido el tiempo. En efecto, la lectura de estas ayudas infinitas otorgaban la creencia, casi infalible, que el momento era el propicio para tomar altura, en muchos casos nunca antes vista. Su fundamento, el soporte sin fisuras que los Gobiernos y, sobre todo, los bancos centrales han mantenido hasta la fecha. Pero el mercado, que vive siempre con un pie en el futuro, ya analiza con lupa los mensajes y previsiones de los bancos centrales. Se trata, ni más ni menos, de saber cuándo y a qué velocidad esta mejora, ya palpable, de la economía traerá consigo la retirada de estos estímulos sin precedentes.   

Son pocas las pistas pero ya hay instituciones que, aunque con un peso global reducido, tienen claro el cambio de sesgo. Es el caso del Banco de Noruega, que ve una elevada probabilidad de subir tipos este año por su percepción de mejora económica. Más explícito fue incluso el Banco de Canadá, al reducir su ritmo semanal de compra de bonos en un 25%, hasta 3.000 millones, tras elevar de forma importante la previsión de crecimiento del país en 2021, hasta el 6,5%.   

Estas pistas languidecen, no obstante, frente al dictado de la Fed, referencia mundial en la materia. En su reunión de esta semana, los mercados no erraron y, pese al creciente optimismo y fortaleza de los últimos datos económicos, no hubo cambio de tipos ni revisión alguna de su política monetaria, que incluye compras mensuales de 120.000 millones de dólares. La institución es consciente del progreso realizado por el mercado laboral y la economía, pero el incremento de la inflación lo ven transitorio y quieren que la mejora sea palpable en datos reales, y no en meras estimaciones, antes de comenzar a subir tipos y retirar estímulos. 

Sin ánimo de ser alarmistas, el riesgo de sobrecalentamiento es, a partir de ahora, una amenaza para la economía y las bolsas, escenario en aparente contradicción con el discurso complaciente de Powell. O dicho de otro modo: las revisiones al alza de crecimiento económico e inflación, cada vez más habituales en un mundo por reabrir, son incompatibles con el mantenimiento del actual ritmo de colosales estímulos, pudiendo pillar a la Fed con el pie cambiado.

Ante este panorama, nuestra percepción es que la Fed marcará a no mucho tardar la estrategia de salida, quizás en la reunión de julio o en el foro de agosto de bancos centrales de Jackson Hole. Teniendo en cuenta que la institución ha manejado con maestría el control de la curva de tipos, y que está muy descontado que la economía recuperará mucho y bien, creemos que el cambio de discurso no provocará el temor visto en 2013 con motivo, precisamente, del último anuncio de retirada de estímulos. Se trata de un riesgo a asumir más pronto que tarde, teniendo en cuenta la mejor disposición actual de los mercados para aguantar la rabieta.