La crisis de la Covid-19 ha supuesto una gran disrupción en términos de salud pública y en términos económicos y sociales. Como no la hemos conocido en los últimos 100 años. También por su impacto sincrónico a nivel mundial. Pero a la vez hemos contado con un antídoto que sin duda ha mitigado el impacto de esta crisis: la conectividad.

Es pronto aún para extraer conclusiones respecto a lo que habremos aprendido y lo que nos quedará cuando superemos esta crisis. Lo que sin duda es ya un hecho es la aceleración de la digitalización de muchos procesos también en nuestro día a día.

Lo que también sabemos con certeza es que no vamos a superar con éxito este reto si no hacemos una apuesta decidida por superar uno de los grandes lastres de nuestra economía: la menor productividad en relación a nuestros competidores más directos.

La competitividad no puede jugarse siempre en el territorio de los costes salariales -tradicionalmente más bajos en nuestro país.

Tenemos que apostar por la mejora de la productividad como el factor determinante del salto cualitativo que tiene que dar la economía española.

Debemos pues insistir en el vector de la dimensión de nuestras empresas. Hay una correlación clara entre dimensión y productividad. Y tenemos que apostar aún más decididamente por el vector de la transición digital de la economía y la sociedad.

De la mano de la digitalización aflora una mayor productividad; una mejora en la eficiencia de todos los procesos -con las derivadas en materia de sostenibilidad y cambio climático-; afloran nuevos modelos de negocio que demandarán nuevos perfiles profesionales y ofrecerán nuevas oportunidades; aflorará definitivamente la Industria 4.0 apoyada en la eclosión del ecosistema del 5G.

Con el 5G estamos ante una disrupción que nos permite entrar definitivamente en la era digital. Dará lugar a nuevos modelos económicos, negocios y servicios, tanto para las empresas como para los ciudadanos, y creará profesiones que hoy ni siquiera imaginamos. En la salud, la educación, la movilidad, los servicios públicos, superará las limitaciones físicas y geográficas.

En buena medida el 5G está pensado para la industria. Siguiendo la estela de lo que ya han puesto en marcha países como Alemania, Francia o los Países Bajos, debemos potenciar el desarrollo de redes privadas 5G en entornos industriales. Que permitan a las plantas de automóviles, a los polos de producción química, a los grandes polígonos industriales, disponer de las prestaciones necesarias para implantar aplicaciones y procesos cuyo despliegue sólo será posible sobre la base de una infraestructura pensada para el 5G.

En este proceso de reimaginación no se nos debe escapar que la clave estará en la complicidad y trabajo cooperativo entre sector público y sector privado. Uno de los catalizadores que debemos saber aprovechar son los fondos del "next generation EU", con programas que pivoten sobre los ejes de la transición digital y ecológica, asegurando una conectividad inclusiva que conecte territorios y personas.

No es lo privado o lo público, si no lo uno con lo otro. Disponemos como país de una tupida red de universidades, centros tecnológicos y de innovación, que no avanzarán sino es de la mano de empresas que den salida concreta al impulso emprendedor que ahí se gesta.

Estamos ante la urgencia de reimaginar el modelo de crecimiento: gestionando la transición hacia una economía baja en carbono; apoyando sectores más intensivos en conocimiento y por ello de mayor valor añadido; e invirtiendo en las infraestructuras digitales necesarias para asegurar un entorno atractivo para la inversión y la innovación, desplegándose en una estructura territorial entrelazada y anclando actividad y riqueza en el conjunto del país.