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Imaginario de Ibiza: Varaderos y lujo, una paradoja entre las dos ibizas
El contraste entre un alojamiento remodelado hace algunos años y los vetustos refugios marineros que hay a sus pies, más antiguos que el propio edificio, subraya hasta qué extremo la isla tradicional parece abocada a la excepcionalidad. El dilema no es sólo arquitectónico, sino también social; otro síntoma de la fisura abierta entre la nueva industria turística y la Ibiza de los ibicencos

Hotel y varaderos en Platja d’en Xinxó. / X.P.
No tenemos otro mundo al que podernos mudar (Gabriel García Márquez).
Esas casas bajas, a veces con preciosas balaustradas indianas, que encontramos encalladas entre magnos edificios que las sumen en sombras en algunos barrios de la capital, siempre se me han antojado metáfora del inevitable proceso urbano del cambio. Tal y como ocurre en todas las ciudades, cuando la periferia es engullida por el centro sufre un proceso de transformación que implica la progresiva extinción de los elementos que la configuraban como arrabal. Es decir, los retazos que la definían como una suerte de transición entre la atmósfera despejada del campo y la cruda densidad metropolitana.
La fotografía de la imagen es reciente, pero podría haberse tomado hace ya muchos años, cuando el extremo del hotel que se eleva hasta el cielo no se llamaba Amare sino Milord, y su modestia no ejercía un contraste tan intenso con el entorno que lo envolvía. Las líneas arquitectónicas de un nuevo edificio nunca afectan exclusivamente al cuerpo que las contiene, sino también a aquellos que lo rodean, mimetizándose con ellos, minimizándolos o incluso acentuando su pobredumbre y su aire vetusto.
La imagen fue tomada desde el otro extremo de la media luna que forma la Platja d’en Xinxó, en el lado sur de la bahía de Portmany. En esta punta, hoy dotada de un sencillo muelle donde atracan las golondrinas que cruzan hacia el puerto de Sant Antoni y un rompeolas que la protege de los temporales, ya existían los varaderos antes de que se levantaran los hoteles. Cuando se construyeron, sin embargo, los materiales de unos y otros no se situaban en las antípodas, como parece ahora. Compartían, salvando las distancias, cierto nivel de rusticidad que hacía que ambas construcciones se toleraran y, desde el punto de vista estético, mantuvieran cierta coexistencia pacífica. A ello, sin duda, contribuía el murete de piedra vista que antaño separaba las terrazas de la planta baja del alojamiento de la orilla, hoy tan níveo como el resto del edificio, y la sencillez de los materiales que conformaban los balcones y demás elementos de la fachada.
Como ocurre con casi todos los viejos hoteles que se han ido reformando para el segmento del lujo, el situado en este extremo de la Plata d’en Xinxó resplandece con sus líneas renovadas y minimalistas, una capa impecable de pintura plástica, ciertos adornos de un gris prácticamente metálico y esos balcones de cristal. Aunque no se aprecie en la imagen, la azotea, ahora rebautizada rooftop, alberga una piscina que complementa la de la planta baja y una sucesión de camas balinesas donde los turistas toman el sol desde las alturas, donde la playa y la propia bahía aún mantienen la ilusión de paraíso. Nada como la distancia para matizar la sensación de saturación que provocan los fondeos y los efluvios que desprenden los frecuentes atascos en la estación de bombeo de la red del alcantarillado, situada sobre la propia ribera.
Lamentablemente, el volumen original y más antiguo, que aquí componen los varaderos, constituye ahora el elemento chirriante; y su modestia, una mácula en el paisaje. Un dilema, en definitiva, que no es sólo arquitectónico, sino también social; otro indicio de que la grieta que se ha abierto entre la nueva industria turística y la Ibiza de los ibicencos crece progresivamente y se hace cada vez más irreversible. Qué inquietante paradoja.
Es Cap Blanc de frente
El observador avezado habrá percibido que más allá del rompeolas del cabo que cierra la Platja d’en Xinxó, al otro lado de la bahía, se distingue la Cova de ses Llagostes, ahora Aquarium de es Cap Blanc, con su terraza almagre. El manto de pinos que la envuelve ejerce como frontera con los hoteles colindantes, evitando que nuevamente se produzca un contraste tan intenso entre lo viejo y lo nuevo.
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