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Memoria de la isla | De la mujer y el matriarcado en nuestras islas

«Esposes, mares, filles, / amb l’esquena girada al món de fora, / però de llengua activa, de sagaç pensament, / tota la tolerància i tot l’amor, / tota la força pacient, / com el pa fet a casa, / llevat dins el recer de la familia». Marià Villangómez

‘Ball pagès’ durante las pasadas Festes de la Terra. / TONI ESCOBAR

‘Ball pagès’ durante las pasadas Festes de la Terra. / TONI ESCOBAR

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Ibiza

En base a la cultura ancestral de nuestros mayores, a sus costumbres y a las formas de vida del Viejo Mundo, algunos autores han querido ver en nuestras islas vestigios de un matriarcado que tendría muy antiguas raíces. Para argumentar su convencimiento retroceden a las venus auriñacienses, a las estatuillas prehistóricas que representan a la Madre de todos los dioses que describe Apuleyo en ‘El asno de oro’, reina de cielos e infiernos y que tiene mil nombres, Minerva, Venus, Diana, Proserpina, Ceres, Juno, Hécate, Ranusia, Isis, Atenea, Isthar, Tanit… Hablan de la ‘Diosa Blanca’ de Robert Graves y recurren a los estudios de Caro Baroja, Aranzadi, García Bellido y algunos otros. ¡Zarandajas! El matriarcado sólo puede definirse por un conjunto de rasgos culturales que confluyen en una situación de dominio de la mujer en las decisiones fundamentales, circunstancia que en Ibiza y en Formentera no se ha dado.

Estas notas van en otra dirección más discreta, la de subrayar, eso sí, la importancia y el reconocimiento, en cierta manera velado, que tradicionalmente ha tenido el papel desempeñado por la mujer en nuestras islas. Subrayamos la prevalencia que ha tenido en aspectos determinantes y que ha podido ser más o menos explícita, pero no por ello menos real y efectiva. Hablamos de ello en base a cuatro notas o circunstancias que creo relevantes, el festeig, el ball pagès, l’emprendada i l’empoderament de les dones que se produjo en las islas por mor de la masiva emigración que tuvo lugar entre los años 30 y 55 del siglo pasado, situación que dejó a la mujer como dueña y señora del patrimonio familiar. Pero vamos por partes.

Si el cortejo o festeig de nuestras islas llama la atención es porque tiene características propias que en otras geografías no se dan. Su ritual es bien conocido. La joven casadera, vigilada discretamente por algún familiar, recibe a sus pretendientes, uno tras otro, en días y tiempos acordados, y elige al que prefiere. Supuestamente, porque no todos los enamorados tenían permiso para la visita y poner en práctica sus artes seductoras. La tenían vedada los que no interesaban y así quedaba asegurado, relativamente, un buen emparejamiento. Pero eso no quitaba protagonismo a la joven, que tenía la última palabra y solía respetarse. Esta estricta liturgia explica que, en algunos casos, cuando un apasionado Romeo era correspondido por su Julieta pero vetado en las visitas, se produjera el rapto de la amada, secuestro que también tenía sus normas. Julieta era llevada a una casa de confianza que podía ser, incluso, la casa parroquial, –demostración de que las intenciones del joven eran nobles-, hecho que facilitaba la mediación de un tercero, caso del párroco, además de dar presión y fuerza para negociar con la familia el pretendido casorio que, dadas las circunstancias, solía llegar a buen puerto.

La reina del baile

El ball pagès es otra circunstancia en la que la mujer es también el centro de atención, la reina del baile. En sus movimientos se hace rogar, coquetea con el hombre que con rodeos le busca la cara y se hace notar con viriles saltos (camellades) que quieren impresionarla. El baile acaba con la rendición del enamorado, arrodillado a sus pies. Dando un paso más, un tercer detalle que ensalza a la mujer lo tenemos en la enjoiada que luce en la indumentaria festiva. Un anillo en cada dedo de ambas manos y un impresionante pectoral (emprendada) con joyas de oro, coral y plata con motivos religiosos –rosario, relicario, cruces, etc- que, más que ostentación, es un signo que materializa el reconocimiento que merece la mujer, simbólica depositaria del tesoro familiar. Y una última circunstancia con protagonismo femenino se da cuando una masiva emigración deja en mínimos la población masculina y la mujer tiene que tomar las riendas de la casa, la familia y la finca.

Incrementa entonces su capacidad de decisión y en lo personal y social se convierte en un agente activo que mejora su autonomía, su autoestima y liderazgo, un fenómeno especialmente significativo en Formentera que llega a conocerse como S’Illa de ses dones. Cabe decir, sin embargo, que también en una situación de normalidad, la mujer ha tenido una consideración especial por la importancia de su papel. No sólo como madre. El hombre, sin la carga de la maternidad, es una fuerza centrífuga que mira hacia fuera, mientras la mujer, fuerza centrípeta, mira hacia dentro, crea hogar como elemento vertebrador que organiza la vida doméstica. Es asimismo la depositaria y transmisora de los valores y las creencias familiares.

Pronta la lengua

Y si la casa en el medio rural es el centro del mundo desde el que se hace todo, es precisamente el espacio que controla la mujer, de aquí su prevalencia. La mujer ibicenca me hace pensar en la mujer fuerte de la Biblia. Viendo el papel que juega con su ánimo reposado, sereno y juicioso, con su talante pragmático, utilitario y concreto, por su voluntad, prudencia, empeño y tenacidad, por su peso en la casa, incluso por su trabajo en el campo, da la impresión de que el sexo fuerte es ella, no el hombre. La hemos visto sembrar, segar, recolectar frutas y hortalizas, varear olivos, almendros y algarrobos, cuidar de los corrales y hacer mil trabajos en el porxo, trenzar llata, confeccionar cestos, descascarillar almendras y preparar ristras de tomates o mazorcas para ponerlas a secar.

Y un detalle que siempre he admirado en ella, a pesar de su discreción, es que, en las distancias cortas –lo vemos en ses cançons de porfèdia-, tiene reflejos bien afinados, pronta la lengua y una increíble facilidad para embromarse y lanzar agudezas. Es cierto que él hombre ejecuta las grandes decisiones, pero tras ellas está casi siempre la inteligencia intuitiva, la cautela y el buen juicio de la mujer. Frugal, austera, económica y comedida, en ningún caso estira más el brazo que la manga. Da mucho y exige poco. Motivos tenía Josep Pla al decir que «les dones fan els homes».

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