Imaginario de Ibiza
Imaginario de Ibiza | El instante previo a que el faro se superponga al islote
Una de las escenas imprescindibles del paso de es Freus se produce cuando la luminaria del islote des Penjats se alinea con es Vedrà y la costa de ses Salines

Islote des Penjats y es Vedrà al fondo. / X.P.
Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin (Rabindranath Tagore).
En innumerables ocasiones, a lo largo de los siglos, el hombre ha despreciado el paisaje haciendo gala de una incompetencia asombrosa para convivir con la naturaleza que le proporciona sustento. Otras muchas veces, sin embargo, sus construcciones han elevado horizontes a un nuevo estatus, incluso con obras concebidas sin el menor afán estético, teniendo como único objetivo proporcionar solución a determinadas necesidades estructurales u organizativas. La ciudad californiana de San Francisco, por ejemplo, no sería la misma sin ese férreo Golden Gate encarnado que une la península con Sausalito.
En este sentido, los faros, aunque sean exclusivamente proyectados para orientar a los barcos en sus trayectos y sortear los escollos más temidos, constituyen un elemento que rara vez sobra en el escenario sobre el que se asientan. Muy al contrario, con sus franjas, su verticalidad, su base y sus destellos, aportan un valioso elemento disonante. No hace falta ir muy lejos para encontrar portentos reconocidos en el mundo entero como la Torre de Hércules, en A Coruña, único faro de origen romano que se mantiene en pie; el faro de La Jument, en la Bretaña francesa, tantas veces fotografiado en el instante en que es engullido por una ola, o el de Formentor, en Mallorca, que corona ese cabo desnudo que pone fin a una prodigiosa carretera que serpentea entre un macizo de piedra viva.
En las Pitiïuses también encontramos auténticos prodigios, desde es Botafoc a Barbaria, pasando por la Mola, sa Conillera o ses Coves Blanques. Existe, sin embargo, un fragmento marino que acapara mayor belleza si cabe, en el supuesto de ceñirnos a la interconexión de estas torres verticales con paisajes desolados. La puerta grande del pasadizo marítimo de es Freus se encuentra flanqueado por sendos faros que sobrecogen tanto por belleza como por transmitir el terrible destino al que eran condenados sus mantenedores, en tan austera y escueta soledad.
Al sur encontramos el acebrado faro d’en Pou, en s’Illa des Porcs, casi aferrada a s’Espalmador, cuyo rasgo característico radica en que la vivienda de los fareros, pétrea y cubierta de tejas que se encienden al atardecer, dista varios metros de la torre que sostiene la luminaria. Dicha circunstancia obligó a excavar un túnel bajo la superficie de arenisca para que los torreros y sus familiares pudiesen moverse de un sitio a otro sin arriesgarse a ser arrastrados por el oleaje durante las tormentas. Dicha torre, según se avanza en el tránsito hacia Formentera, se alinea con la de s’Espardell, un apéndice claro más modesto y distante.
Y al norte, el faro des Penjats, en la isla de los ahorcados, pues la leyenda afirma que ese era el destino que aguardaba a los corsarios capturados por sus enemigos en estas latitudes. También está adornado con franjas blancas y negras, aunque con una amplia vivienda en la base. De él se dice que era el peor destino del farero, tan penoso como el presidiario enviado a galeras.
Compone, sin embargo, una de las más preciosas postales que nos depara el onírico tránsito de es Freus, con la costa salinera al fondo, desde el muelle de la sal a un Cap des Falcó cubierto de pinos, y los confines de es Cubells y el Cap Llentrisca. El instante mágico se produce cuando el islote de es Vedrà se va asomando tras el Cap des Jueu y el faro aún no se ha superpuesto a él, partiéndolo en dos mitades. Imposible de asimilar en un instante tan fugaz.
El faro des Penjats fue aprobado en 1853 y su proyecto lo redactó el ingeniero Antonio López, que también se ocupaba de la reforma del muelle de Ibiza. Las obras terminaron en 1855 y constaban de una torre levantada en el centro de un edificio con dos viviendas. Éste fue ampliado dos años más tarde con sendas alas en la retaguardia, que albergaban el almacén y la casa del ingeniero. En 1929 quedó automatizado. Fue escenario de accidentes y naufragios, y algunos fareros perecieron tratando de salvar vidas.
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